jueves, 31 de marzo de 2011

Reflexiones del barón

Luces de un día a medio abrir rebotan en la marisma donde se juntan el mar y el río. Y el cielo, celoso de su amistad, quiere participar también de su compañía pero sin mojarse ni probar el sabor de la sal. Las nubes cubren con un humo dorado el azul que dejará que se muestre completo quizás más tarde, al avanzar la mañana y calentarla el sol. Ahora sólo cuenta la promesa de lo que traerá consigo esta jornada; y, sin embargo, el olor a primavera en el aire empuja a un sin fin de aventuras audaces. Qué atractivo está todo cuando se respira esta calma y todavía sabe a besos la boca. La piel ya no suda pero aún transpira la energía que da una noche de gozo. Y a media mañana ya luce el sol y se nota su calor y el de la sangre que pide y desea más amor. Qué bien se ven las cosas si estás contento y tu pecho recuerda la fatiga de una pasión desbocada. Cómo nos alegra ver la imaginada sonrisa de otras gentes, que quizás no muestren más que una mueca sin gracia, pero que nuestra ilusión nos lleva a verla de esa manera, sin pretender cuestionar la causa de la dicha o infelicidad ajena.
En un día así, hasta las gaviotas que revuelven la basura nos caen simpáticas y nos parecen menos sucias e impertinentes. E incluso no nos molesta que unas palomas tiren al suelo las patatas fritas que el camarero nos ha traído para tomar con la cerveza. Y eso que en otras ocasiones, si nos hacen lo mismo, nos acordamos de quien las parió y las espantamos a manotazos como si fueran criaturas inmundas. Pero hoy no. Hoy todo está teñido del color sosegado del contento y nada hará que esta mañana de primavera se estropee por unas patas más o menos 

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