domingo, 13 de marzo de 2011

Reflexiones del barón

Esto es como un mercado. Y con ello quiero decir que la vida es un gran mercado donde todo se compra y se vende. Y no sólo voluntades sino seres; y entre las criaturas terrestres quizás sea el hombre; y al decir hombre me refiero a la especie en general, pues creo que no es necesario en este caso esa manía que ahora impera, al menos en mi país, en separar los dos sexos como si al no mencionar a la mujeres explícitamente no se contase con ellas o se las menospreciase por ello. Pues bien, yo no sólo cuanto con ellas en esto, sino que me parece que algunas tienen mucho que ver en eso de la compraventa. Pero siguiendo con la reflexión y no yéndome por las ramas, diré que en el mercado hay gentes que gastan lo justo, otros, los menos, despilfarran incluso y adquieren más de lo necesario o sus ojos y sus apetitos se van a lo superfluo y lujoso. 


Pero en el mercado también suele haber indigentes que piden limosna a sus puertas y extienden la mano pidiendo caridad a los que entran todavía sin nada, o salen más o menos cargados con vituallas varias. Y en el mundo real también los hay que lo tienen todo y hasta más de lo razonable, que si bien son pocos, es curioso que en una época de crisis global, como la que atraviesan casi todos los países, no sólo hayan acrecentado sus fortunas descaradamente, sino que el numero de cresos sea mayor que antes de la caída económica del sistema financiero. Y no al lado de éstos, porque no se mezclan con el resto, existen otros que viven con medios suficientes, si saben estirarlos, y la mayoría andan justos de recursos y se las arreglan malamente para llegar a fin de mes. Pero, ademas, una ingente cantidad de individuos, que parecen no tener nombre ni identidad concreta para los poderosos que mueven el mundo y manejan sus resortes de poder y riqueza, pasan los días tristes de una vida miserable sin nada. Y al decir nada, digo en la más absoluta miseria. Y tan pobres son que ni piden limosna como mendigos a la entrada del mercado. Simplemente se mueren de inanición o por las múltiples enfermedades y catástrofes, que, para colmo, se afana la naturaleza en mandarles, como confabulada con esos otros, que no sólo tienen más de lo imaginable por una mente corriente, sino que les sobra de todo menos la caridad, la ecuanimidad y la consideración con el resto de los humanos.


Y aquí vuelvo a significar que con humanos quiero mencionar a toda la especie aunque no distinga el femenino del masculino. Me parece redundante escribir dos palabras que significan lo mismo, pero que solamente se diferencian por una letra, concretamente una vocal, que, parece ser que marca la diferencia entre tener o no tener un pito colgando entre las piernas. Puesto que mayor diferencia entre ambos sexos no la veo, ni creo que la haya desde mi punto de vista, a no ser las propias derivadas de una fisonomía y estructura muscular frecuentemente más desarrollada en un macho que en una hembra. Pero eso también ocurre en otras especies de mamíferos y, que yo sepa, no se pelean por eso precisamente. Conviven y cumplen con los rituales que les marcan las leyes naturales y sus instintos respecto al apareamiento y otros necesidades biológicas y de supervivencia. Mas cada cual asume su papel en pro de la especie sin desprecios ni abusos ni contratos leoninos que ponen a uno bajo la potestad soberana del otro y a su merced para lo que quiera mandar o hacer con ella; pues entre los humanos ellas han sido siempre las perdedoras en el conflicto sexual y en eso de atender a la propagación y cuidado de la progenie.


Y como en el mercado, las féminas también fueron y todavía son objeto de trato y compraventa, sino por unas monedas o animales domésticos, lo serán para incrementar el poder o influencia de las familias o prosperar socialmente. Y como si fuesen mercancías, cuanto más bonitas son mayor será el precio. Aunque eso no quita para que con algunos machos se haga lo mismo actualmente y antes también. Un buen ejemplar siempre alcanzará un considerable valor en toda feria o mercado, ya sea como semental o como adorno y juguete de otro más rico y caprichoso, sea hombre también, o mujer con gustos exquisitos y refinado sentido del placer, a la que le guste simplemente poseer o dominar además a un buen macho que le sirva de objeto sexual para sus ansias eróticas, siempre que le obedezca como un cordero, pero sin llegar a ser un cabrito castrado y sin redaños para cumplir su misión de garañón sumiso, pero eficiente

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