miércoles, 23 de marzo de 2011

Reflexiones del barón

No soy quien para juzgar a otros, pues todos llevamos nuestras glorias y miserias, con orgullo las unas y soportando el peso sobre los hombros de nuestros pequeños o grandes fracasos sociales o personales; y estos últimos son los que más nos atormentan y marcan nuestras caras con unos surcos tan profundos como importantes hayan sido para nosotros. Al pasar el tiempo y mirar atrás, nos parece que aquellos problemas de juventud fueron niñerías intranscendentes ahora, pero no somos justos al pensar de ese modo, pues a esa edad, donde todo se ve diferente cada día y el mundo es algo que descubrimos minuto a minuto, para bien o para mal dependemos de esas experiencias y vivencias que vayamos encontrando y aún no siendo definitivas realmente, porque en ese tiempo somos flexibles y fácilmente moldeables por la influencia de otros, perfilarán nuestro carácter lo mismo que el ejercicio y el deporte van esculpiendo los músculos y rasgos que forman nuestra figura. Cuando uno es muy joven, la mente puede agrandar y desorbitar las cosas más simples, o minimizar las más transcendentales, cuestionando frecuentemente cualquier dogma u opinión tenida por axioma indiscutible. 

Cuando la vida se extiende más allá del entorno familiar y nos damos cuenta que el universo nos envuelve sin permiso y hasta puede darnos la impresión que nos resulta ajeno y contrario a nuestros gustos e ilusiones, ese corazón, intrínsecamente generoso por naturaleza, se va cubriendo de capas que lo impermeabilizan contra muchas decepciones, pero que no impedirán jamás que no lleguen a herirlo las más fuertes y dolorosas. Y estas suelen ser las que causa el amor, que cuanto más tempranas sean peores consecuencias producen en el alma de ese ser joven que ve traicionados sus ardientes sentimientos por una pasión no correspondida. Se dice que la juventud es bella y lo es por principio; pero también puede ser dura y hasta trágica si alguien más formado no le presta ayuda a tiempo a ese fresco brote de existencia que se enfrenta a una vida desarraigada u hostil. Mas en cualquier caso ese estadio de la persona que comienza a gozar los placeres y a notar que su sangre reclama la esencia de todo conocimiento psíquico o carnal, siempre ha de ser emocionante, único e irrepetible para que, por lo menos, podamos recordarlo cuando el tiempo vaya borrando todo lo demás que nos hizo bailar de alegría entonces o más tarde   

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