jueves, 29 de marzo de 2012

Reflexiones del barón


La vida se asoma por las ventanas de una calle estrecha, húmeda de sinsabores y cargada de sueños que seguramente nunca serán más que ilusiones. Los muros de esas casas sencillas y justas en su dimensión y confort sudan penas y, sin embargo, por sus puertas entreabiertas suele oírse la risa con más estridencia y sinceridad que en otras avenidas donde se plantan mansiones. El sol se cuela por un mero resquicio y calienta un poco sus piedras e ilumina con su luz las esperanzas de las almas de quienes habitan en ese barrio de gentes auténticas

domingo, 25 de marzo de 2012

Reflexiones del barón


Una puerta cerrada no es una simple puerta si la miramos de cerca. Esa puerta, que no se abre al golpearla con los nudillos de los dedos, puede ser la entrada a un nuevo universo de sensaciones que se nos antojó cargado de esperanzas. O simplemente podría ser la puerta que se niega a franquearnos el paso para salir de una atmósfera que ya nos resulta irrespirable. Puede ser la negación de nuestra libertad o la afirmación de un porvenir que imaginamos dichoso. Y en cualquier caso nunca será una vulgar puerta que ignoramos al pasar, vayamos de prisa o muy despacio

sábado, 3 de marzo de 2012

Los santos patronos


Nada en esta vida debe quedar sin un final, aunque tan sólo sea para dejar colgado en el aire un posible futuro. Y aunque se note que entre el resto del cuento y su final haya transcurrido demasiado tiempo para mantener el mismo tono en la narración, ahí va el resto.


V
Las estrellas desaparecieron del firmamento, quizás cansadas y molidas de tanta música y bailes. Y también casi todo el mundo se fue marchando de la plaza agotados, sudorosos  y con sus atuendos descolocados y arrugados como si los hubiesen estrujado para deslucirlos hasta apagarles el color. Ya daba la impresión que la verbena se agotaba por si misma y los músicos dejaron de dar la murga y con poco afán y usando el resto de su energía recogían los instrumentos para irse por fin a la cama. Aunque algunos jóvenes aún se resistían a abandonar el jolgorio y a duras penas se sostenían sobre sus piernas, tanto por efecto de la prolongada vigilia y el exceso de saltos y movimientos como del alcohol. Las caras eran un elocuente reflejo de la juerga ya pasada y excepto los que quedaban tirados sobre un banco o directamente en el suelo, el resto, agarrados y apoyados unos en otros, se iban cantando desafinados y roncos, apurando las últimas botellas que todavía tenían algo dentro.
Roque iba por una calleja camino de su casa cuando se topó con Luis, su colega inseparable del alma, y lo vio más derrotado que triunfante, cuando se suponía que el tío se había ido con la señora condesa y era de esperar que la hubiese dejado repleta de satisfacción y cargada de esa joven vida que le salía a Luis por todos los poros.
Los dos mozos se cruzaron y Roque le echó la mano a Luis por el hombro y le preguntó al colega de dónde venía y si le había pasado algo. Luis torció la cara y entre dientes respondió que nada. Que tan sólo estaba cansado y no tenía ganas de hablar ni de otra cosa que no fuera meterse en el pulguero. Que ese solía ser el término más usado por ellos para referirse a la cama donde solamente dormían.
Roque no insistió, ya que ni se atrevió a hacerlo ni podía suponer que a su amigo le ocurriese algo raro, pues era el más macho del pueblo y nadie osaba atreverse con él; y, además, si venía de aliviarse con la condesa, era lógico que estuviese muerto, pues la señora, según le contara su amigo, era inagotable e insaciable en cuanto tenía en su cama y en forma los firmes atributos de un joven semental. Pero lo que nunca supondría Roque, ni Luis confesaría, era que venía quemado con la profunda sensación que la tal señora lo había usado como si fuese un puto consolador, al que se tira en la alfombra una vez saciada el ansia y el calor interno del cuerpo. Maite era un mujer dominante en la cama y utilizaba al macho tan sólo como instrumento para su placer, sin importarle un bledo lo que gozase el chico ni le preocupase lo más mínimo los sentimientos del muchacho. Porque prefiriendo jovenzuelos a medio hacer para sus devaneos sexuales, la dama los explotaba tanto física como mentalmente. Los dejaba secos y vacíos de jugos y sensaciones, pues sólo usaba sus energías y luego dejaba en ellos un armazón de huesos y músculos cubiertos por una capa de piel tersa que suele dar al conjunto una apariencia más o menos bella; y sobre todo atractiva para el fin que ella pretende darle a ese cuerpo. El Luis tenía la impresión de ser un juguete roto tirado a la calle porque la niña ya se cansara de jugar con él. 
Y a esas horas, con su energía mermada totalmente y su sexo bajo mínimos, ni estaba satisfecho en ningún sentido, ni podía acudir a que su novia remediase ese estado anímico de insatisfacción y tristeza. Y sólo podía pensar que no todas las mujeres eran como Matilde, tan condescendiente y cariñosa, que sólo vivía para darle gozo a él, su macho y su única razón para vivir. O al menso eso creía Luis, naturalmente. Otra cosa sería si la chica espabilaba algún día y le daba también sopa con honda al muchacho; que posiblemente era lo que estaba mereciendo. Porque a veces tales machos terminan siendo dóciles corderos en cuanto dan con la mujer adecuada para conducirlos al redil, una vez convenientemente trasquilados y anulándoles los cuernos de carnero.
Amanecía el día de los santos patronos y la atmósfera parecía cargada aún con los vapores de la noche, aburrida y sin aliciente para unos, mientras que otros vivieran horas que no se atrevían a imaginar antes de la madrugada. Y tanto unos como otros durmieron poco, pero no por las mismas causas.
Los hubo que a media noche abandonaron el lecho inquietos al comprobar que no estaban acompañados por la persona que lo compartiera con ellos al acostarse, como le pasó a Don Cosme, que ebrio y atolondrado por la mala digestión cayó en la cama como un fardo, quedándose como un tronco al que no paran de serrar y atormentando con sus  ronquidos a su joven y pizpireta amiguita. Ella, en cuanto se percató que aquel odre correoso no estaba para nada que no fuese pedorrear y bufar como un mostrenco, abandonó el cuarto del hotel y quiso buscar una compañía más agradable o por lo menos no tan molesta y plasta como Don Cosme. Y la encontró en el mismo pasillo, a pocos pasos de la habitación de su amigo, cuando el secretario de Cosmito salía de la suya con la excusa de dar un paseo para coger mejor el sueño. Y lo que cogió no fue sólo el sueño, al menos de inmediato, sino que aprovechó la circunstancia para coger a la amigo del padre de su jefe y pasar el resto de la noche con ella en la cama. Además no tenía que temer que lo necesitase Cosmito, pues éste estaba bien atendido en la habitación más grande y lujosa del hotel por el matón que le guardaba la espalda; y que no se separaba de su patrón para nada. Y posiblemente el hombre durmiese sobre la alfombra, ya que en ese cuarto había una cama solamente; y aunque doble y muy amplia para dos personas, de ello no tenía por qué deducirse que fuesen a compartirla los dos hombres. Ni tampoco que no lo hiciesen.   
Con los primeros rayos del sol, Maica se tapó la cara con la almohada para no despertarse a una realidad que no le gustaba y verse sola y sentirse abandonada por el hombre al que amaba y creyó ser suya de por vida. Martín se había ido con su mujer, de buena o mala gana, pero ella se quedó compuesta y sin novio, aguantando las insinuaciones cada vez más claras de Antonio para llevársela a la cama y ver la mirada melancólica de su hermano Santi, que ya no sabía como atraer a ese otro hombre que le gustaba con más intensidad cuanto menos caso le hacía y más se volcaba en gustarle a su hermana. Y pasadas las cuatro, tan furiosa y harta estaba la chica que los dejó plantados en la plaza y se largó ella sola para casa. Y Santi aprovecho la ocasión y desplegó toda su sensualidad para embobar al macho. 
Antonio no estaba por la labor de irse al catre con el chico, pero viendo que el resto de la noche no iba a ofrecerle mejor compañía ni alicientes más sugestivos, se dejó acompañar por el muchacho hasta “a granxa” y terminaron tumbados al pie de un vetusto castaño. Y el árbol centenario cobijó bajo sus hojas la ardiente pasión de un chaval entregándose a otro hombre algo menos joven que él y que le parecía el macho más atractivo y viril que pudiera haber bajo las estrellas de esa noche que ya era el día de San Pedro y San Pablo, patronos de la aldea. 
Y el joven, con la suavidad de sus labios y la fuerza de su sangre caliente, logró que el otro dejase a un lado cualquier circunstancia que le impidiese gozar los mayores placeres que un hombre pueda desear sentir en todo su cuerpo y su mente. Por supuesto Santi no iba a hacerse ilusiones al respecto, pues tenía claro que en cuanto llegase la novia de Antonio, éste estaría a la altura que esperaba de él su hermano Felipe y pondría su mejor sonrisa para recibirla y hasta daría a entender que sería el marido más atento que la muchacha pudiera imaginar. Otra cosa sería que le fuese fiel y no buscase distintos gozos fuera del lecho conyugal, ya fuese con otras mujeres u otros hombres más jóvenes que él, sin complejos ni tabú alguno respecto al sexo.
Aquel ambiente que se preveía pesado aún siendo temprano para que el sol castigase ya con sus fulminantes rayos al pueblo y sus gentes, como casi era habitual años tras año en el día de los dos apóstoles, a Inés la cogió desvelada en su cama y sin poder aguantar más tiempo a que María fuese a su alcoba y le preguntase si deseaba el desayuno, como de costumbre. Estaba inquieta y se incorporó en el lecho, mirando involuntariamente hacia la puerta como si esperase la entrada inmediata de alguien. Pero quién iba a visitar a esas horas a Doña Inés y más en su aposento. Nadie, al menos corporal; pues la inquietud de la anciana señora no se debía a algo tangible sino más bien incorpóreo. Ese día iba a transgredir el legado de su difunto esposo. Lo había pensado mucho. En realidad lo llevaba pensando durante años, tanto como los que estaba viuda. Y al ver de nuevo el viejo pliego con las últimas voluntades de Don Alfonso, la sangre de Inés se revolvió en sus gastadas venas y se decidió por fin a tomar la más grave resolución de su vida, que implicaba hacer caso omiso de la voluntad de su difunto marido e imponerle a un muerto su santa voluntad por primera vez después de años de obediencia a su memoria.
Y en un susurro se dijo a si misma: -No, Alfonso, no!..... Legalmente fui tu única heredera sin trabas ni limitaciones aparentes, pues nadie vio jamás el papel escrito de tu puño y letra que me diste antes de morir, conteniendo tus postreros deseos y de los que fuimos únicos testigos el médico Don Rosendo, ya fallecido también. y Mateo, tu viejo administrador, que un catarro mal curado lo llevó a la tumba al poco tiempo de irte tú. Sólo quedo yo, Alfonso. Y no te quejes, porque he cumplido hasta ahora la mayor parte de lo que se te ocurrió disponer, como si en tu lecho de muerte en lo único que pensases era en arruinarme la vida en castigo por sobrevivirte siendo joven todavía. Y qué culpa tuve yo si te casaste con una cría pudiendo ser tú su padre!. Temías que otro ocupase tu cama y me impusiste la obligación de permanecer viuda hasta mi muerte so pena de perder la herencia que me dejabas. Y por si burlaba tu voluntad, también lo dejaste bien atado al agregar que tampoco podría vender o donar jamás la finca o también me quedaría sin la herencia; la cual pasaría a los curas para que te rezasen misas por la salvación de tu alma. Y el colmo fue, que después de encadenarme a tu recuerdo y eterno duelo, sola y sin más consuelo que pasearme entre los muros de esta vieja casa, que si fue o es la envidia de otros para mí solamente es una prisión, mostraste tu gran generosidad hacia mí negándome la posibilidad de dejar mi herencia a quien yo desease y dispones también en esas malditas hojas de papel amarillento y medio carcomido que forzosamente tenga que dejárselo todo cuanto poseías a la diócesis para que el obispo haga con ello lo que mejor le parezca........ Pues no!...... En eso te has equivocado y no voy a darle nada ni a clérigos ni monjas.......... Bastantes misas te llevo rezado ya!...... Hoy mismo quemaré ese dichoso testamento y el señor obispo que se busque la vida donde mejor pueda....... Unicamente seguiré tus indicaciones y tu deseo de no vender el pazo. Pero a mi muerte, que ya está cercana, pasará a manos de ese hijo que siempre quise y que tú no me diste. Y a falta de mejor heredero, todo será para Martín, el hijo de mi prima Manuela y Aniceto, que no sólo le dio ese hijo, sino que la hizo feliz y la colmó de placer hasta que la desgracia se lo llevó de este mundo. El sí fue un hombre que sabía como tratar a una mujer. Mejor dicho a dos. Porque, menos Manuela que parece no querer ver lo evidente, o eso aparenta, porque a veces parece más boba que inocente, todo el pueblo sabe que también llenó de vida a Teresa y que Felipe es su hijo. Ni los dos chicos ignoran eso y aunque nunca lo mencionen, son conscientes de que parte de sus ramos salen de un mismo tronco. Así que mi querido Martín será el heredero de tu casa por mi voluntad y no por la tuya...... Y si tienes algo que objetar, dímelo cuando llegue al otro mundo si es que nos volvemos a encontrar....... Por mi parte procuraré no hacerlo; ya que si es verdad que existe otra vida, la viviré sin ti y espero divertirme más que en esta-
Cuando María apareció en el cuarto de su señora, Inés estaba transfigurada y su semblante sombrío estaba esa mañana iluminado por un misterioso resplandor que le devolvía la lozanía y belleza de su juventud.
Antes de media mañana el pueblo ya estaba tan animado como la noche anterior; y mientras unos se disponían a ir a la misa mayor, otros ya tomaban vinos y cervezas, picando aquí y allá buen chorizo frito o a la brasa, pulpo “a feira”, pimientillos de Herbón, que si te toca uno picante te arde la boca y el fuego es como si te naciese en el centro del alma, y tampoco podían faltar sabrosos mejillones al vapor y ruedas de calamares bien fritos y rociados con unas gotas de limón, más otras exquisiteces propias del país en días semejantes.
Y a esas horas, en la casona “da granxa, Teresa deambulaba sin rumbo por el corredor con la mirada perdida y el corazón puesto algo más allá de los muros de la finca, deseando reencontrarse con el verdadero amor de su vida y, sentada al pie de su tumba, charlar con él y contarle sus presentimientos que iban a reunirlos de nuevo en otra dimensión sin barreras ni más condiciones que seguir los dictados más íntimos del alma. Ya sabía que ella se iría con Aniceto antes que Manuela; y que sería tan pronto que posiblemente no llegaría a ver un nuevo día de San Pedro. Y por fin vencería la terquedad de su madre que le impidió seguir siendo dichosa junto a ese hombre, aunque tuviera que compartirlo con su otra mujer. Ese detalle nunca fuera un problema para Teresa, como no lo sería en otro mundo cuando ella llegase para reunirse los tres de nuevo. Estaba segura que entonces serían plenamente felices y podrían disfrutar lo que en la tierra les arrebataron prematuramente. Y ya no habría habladurías ni comentarios a sus espaldas sobre la paternidad de su hijo mayor, que todos tenían tan clara como cualquier otra verdad irrefutable, incluso el propio muchacho. Sin embargo, sólo ella y nadie más sabía  con cierta seguridad que también su Antonio no era hijo de su difunto marido sino de su amante, al igual que Felipe. Y, en consecuencia, la única hija de Don Antonio, que Dios tenga en su gloria, sería Teresita, la señora condesa; que no se explicaba la madre de dónde saldría tan frívola la chica. Y es que a Teresa, Antonio, su marido, nunca le había contado con detalle las aventuras y debilidades de una tía suya por parte de padre, que se ventiló a cuanto mozo trabajaba en las fincas de su marido, que era un terrateniente salmantino con más cuernos en la frente que astas de reses bravas herían el aire en la dehesa de su hierro. Aquella mujer era vanidosa en grado superlativo y muy dominante, al punto de tener en un puño al hombre que le tocara en suerte, más débil y con menos carácter que ella.  
Y Teresa recordó a su marido, tan afable y siempre cariñoso con ella y los niños, y una lágrima corrió por sus mejillas, porque indudablemente lo quiso, aunque no lo hubiese amado como una mujer es capaz de querer a su hombre. Don Antonio era una buena persona y muy cabal, pero el corazón no entiende de razones cuando se enciende y sangra a causa de una pasión y un amor que desborda la mente y anula la voluntad. Y ese sentimiento sólo Aniceto fue capaz de encenderlo y alimentarlo en el espíritu de Teresa. 
-Qué haces, mamá?- preguntó Felipe.
-Hola, hijo.... Buenos días..... Ya se levantó Concha?-
-Sí, claro!...... Está bregando con los niños para que estén listos...... No tardes en arreglarte para ir a misa con nosotros...... O prefieres quedarte en casa?.
-No, hijo!...... Iré a misa como todos los años....... Y como todos los años después iré al cementerio...... Pero sola......... Quiero ir sola esta vez-
-Está bien, mamá....... Pero no te veo muy buena cara esta mañana..... Te encuentras mal?-
-Mejor que nunca!....... Estoy estupendamente esta mañana. Te lo aseguro!.... Y tu hermano?...... Ya está levantado?-
-No...... Pero voy a sacarlo de la cama aunque sea por las orejas....... En cualquier momento llegará su novia y él ni se inmuta y sigue bajo los efectos de la juerga que debió correrse esta noche........ Era casi de día cuando le oí llegar-
-No seas tan duro con él, Felipe....... Es tu hermano menor y aunque es bueno que te preocupes por él, también has de ser comprensivo y transigente con su modo de ser y de entender la vida...... No somos todos iguales, Felipe. Y probablemente Antonio te necesite a su lado más que tú a él. Y sobre todo sentir tu afecto y saber que puede contar con su hermano para lo que necesite..... Tenéis más en común de lo que supones, aunque él es más vulnerable que tú o vuestra hermana, que sabe como arreglárselas bien ella sola. O al menos lo aparenta. Aunque puede  que en el fono esté tan desesperada como una niña perdida e indefensa. La falta de amor es terrible, hijo mío, y no se compensa con nada. Ni con el dinero, por mucho que se tenga....... La has visto ya esta mañana?-
-No........ También regresó a casa cuando amanecía....... Vete a saber dónde anduvo y a quién le tocó esta vez entretenerla- dijo Felipe bajando el tono de voz en su último comentario.
Y si alguien se sentía feliz y llena de energía esa mañana de fiesta era Manuela. Se había reído a carcajadas con las salidas de su nieto durante el desayuno, que el crío estaba tan ocurrente que les alegró el principio del día tanto ella como a Lola y al cura. Martín procuró no estar demasiado tiempo en la mesa con su familia, pues todavía no digiriera ver a Maica tan divertida en la verbena y no precisamente por las gracias de Santi, su hermano, sino por las atenciones excesivas de Antonio. O eso le había parecido a él, naturalmente. Y cómo averiguaría que no pasaran la noche juntos riendo y haciendo otras cosas menos inocentes. Conociendo al hermano pequeño de Felipe sólo era necesario sumar dos y dos para que diesen cuatro. O quizás uno y dos para resultar tres. En cualquier caso tenía que admitirse a si mismo que tan sólo eran meras conjeturas, o, bien mirado, putos celos y un punto de envidia por la supuesta farra que se corrieran esos tres mientras él daba vueltas en la cama sin poder dormir y molestando a Lola para que ella cogiese el sueño.
Quizás esa noche solamente descansaran como inocentes criaturas el cura y el niño, pues seguro que Lola se dio cuenta de la inquietud de Martín y Manuela no logró conciliar el sueño recordando que una noche como esa, de hace ya algunos años, fue la última que hizo el amor con Aniceto y durmió junto a él. Y Atón, como buen guardián, vigiló las ansiedades y frustraciones de los habitantes de aquella casa.
Las banderillas de colores flameaban ligeramente cuchicheando comentarios y cotilleos de los que iban saliendo de la iglesia de oír la misa mayor. Miradas de reojo saltaban de Manuela a Inés y las bocas se hicieron lenguas al ver que Doña Teresa salía sola dejando atrás a su familia. Los de “a granxa” no acudieran al completo a misa, puesto que ni la condesa ni el menor de los hijos se dejaron ver esa mañana en la plaza del pueblo. Martín comentó la ausencia con Lola, pero en realidad sus ojos buscaban la esbelta figura de Maica, que tampoco estaba dentro de la iglesia entre los demás fieles. Estaría con Antonio?, pensó Martín. Aunque tampoco vio a Santi. Pero bien pensado, lo que sería raro es que el chico fuese a misa, dado que no era proclive a practicar otro culto que no fuese acorde con sus propia creencias de vida, entre las que una de las primordiales era desear a otro hombre y llegar a encontrar a uno al que amase y le diese el mismo amor a él. Y cualquier religión conocida o todavía por inventar le parecía que no estaban hechas para él ni sus ambiciones vitales.
En el atrio se juntaron con Felipe y Concha, que advertía a sus hijos que tuviesen cuidado y no se pusiesen perdidos antes de comer, al verlos salir como centellas siguiendo a Breogán que los lideraba en dirección a las atracciones de la feria. Y fue Lola la que se interesó por Maite, la hija de Doña Teresa, y le preguntó a su amiga si su cuñada estaba indispuesta. Concha le respondió que simplemente les había dicho que no tenía ganas de ir a misa y prefería quedarse en la casona. Lo que significaba decir que la señora condesa pasaba ampliamente de los ritos, siempre que no fuesen forzosamente  inevitables dentro de su entorno social. A Lola le extrañó que Doña Teresa se fuese sola sin esperar a sus hijos y también le preguntó a Concha si su suegra se encontraba bien esa mañana. Concha le quitó importancia al asunto y añadió que no apreciaran nada anormal en ella al levantarse, ni tampoco que se encontrase mal o tuviese más molestias de las habituales. Teresa llevaba algún tiempo que no andaba muy católica. Mas en opinión de su médico, que no era otro que Martín, no eran padecimientos que hiciesen temer seriamente por la salud de la buena señora. Quizás el mayor problema, o al menos el más preocupante, era el melancólico estado de ánimo en que solía caer, permaneciendo encerrada en su alcoba sin ganas de nada ni humor para aguantar a nadie. Quedaba sumida en sus pensamientos y daba la impresión que en aquel cuarto tan sólo quedaba su cuerpo mientras el alma volaba en pos de otro mundo donde ella se sentía más a gusto y feliz. Y eso, que sí alarmaba tanto al médico como a la familia de Doña Teresa, ninguno lo relacionó ese día con la necesidad de ir sola al cementerio, como ya le anunciara a su hijo Felipe.  
Ninguno le dio más vueltas a la cuestión y Felipe propuso tomar un aperitivo en la plaza.  Y los cuatro se fueron en dirección a la terraza del viejo café para sentarse a la sombra de un toldo a rayas blancas y verdes atacado por excrementos de palomas y gorriones. Y estando allí sentados vieron aparecer a Antonio acompañado de su bella y elegante novia. Y a Martín se le alegraron los ojos al saber que ese cabronazo no estaba sobando a Maica, pero no le daba el sosiego necesario para no seguir cismando en su cabeza y dar vueltas imaginando dónde y qué estaría haciendo la chica. 
Cómo iba a suponer Martín que la chica estaba decidida a darle un ultimátum e incluso a marcharse del pueblo sin él. Desde que volviera a su casa aquella noche, Maica se la había pasado sin dormir pensando la mejor manera de decirle a Martín que si la quería y deseaba seguir con ella, tenía que elegir. Tenía que dejar a Lola e irse con ella. Y eso supondría para él marcharse del pueblo y quizás no ver con frecuencia ni a Breogán ni a su propia madre, pues estaba claro que Manuela no aceptaría de buen grado la decisión de su hijo y mucho menos la ruptura de su matrimonio con Lola. Y no digamos Don José. Para el cura esa unión forzosamente había de ser para toda la vida.  Y eso aún no lo sospechaba Martín, ni tampoco las nuevas que le aguardaban también ese mediodía en el pazo. 
Parecía que los cipreses entonaban una dulce melodía más parecida a un canto amoroso que a una oración fúnebre, como sería propio estando en un camposanto. El rumor del viento entre las ramas apretadas de esos árboles, trasformaba en una suave música los  más ligeros susurros acompasados y en contra punto al canto de los jilgueros. Y a Manuela no le extrañó ver que otra mujer rezaba ante la tumba de su difunto marido, “o galgo”. Se acercó a ella y le tocó en el hombre ya a su altura y las dos se miraron a los ojos a través de la humedad de las lágrimas. Teresa había puesto un ramo de margaritas blancas bajo la lápida de Aniceto; y Manuela se arrodilló y colocó otras de color amarillo junto a las de Teresa. Hubo silencio. Y sin mirarse, Manuela le habló a la otra mujer.
-Sé de sobra que lo amaste y lo amas tanto como yo. Y también sé que nos quiso a las dos-
-Sí..... Pero él te amaba con toda su alma, Manuela..... Y sé que a mí me quiso mucho...... Pero el amor de su vida fuiste tú....... Y el amor de mi vida fue él-
-Fue el verdadero amor de las dos...... Y a las dos nos dejó su recuerdo hecho carne-
-Nunca fue un secreto para ti..... Verdad?-
-No........ Ni creo que para casi nadie de este pueblo.......... Y la verdad es que los dos chicos siempre se han querido como hermanos, de lo cual me siento muy orgullosa, porque así se lo inculqué desde bien peqeuño-
-Más que hermanos, Manuela....... Entre ellos hay verdadera amistad y eso es mucho más firme y profundo que saberse hermanos-
-Es verdad, Teresa-
-Pero no quiero morirme sin que sepas que mi hijo Antonio quizás también sea hijo de Aniceto-
-Y Teresita?-
-No..... Ella es hija de mi marido...... De esa estoy segura..... Aunque nunca me hizo gracia que pudiese llegar a casarse con tu hijo.......... Tendrían hermanos comunes!-
-A mí tampoco me gustaba la idea, si he de serte sincera-
-Lola es una buena chica y adora a Martín..... Y también lo es Concha y sabe llevar a Felipe...... Que no sé si te darás cuenta que en la manera de ser se parece mucho a Aniceto-
-Sí..... Y Martín también tiene muchas cosas de su padre......... Pero ahora que dices lo de Antoñito, la verdad es que lo encuentro parecido con Aniceto...... Tiene gestos y un modo de moverse que me traen a la mente los tiempos en que fuimos jóvenes...... Es muy posible que sea también hijo de este bandido que está enterrado aquí!....... Si no lo quisiese tanto.....- 
-Manuela, acaso no te hizo feliz?-
-Sí....... Nos hizo felices a las dos y eso le costó la vida a él-
-Ella también pagó su culpa, Manuela-
-La pagó.... Y aunque fuese tu madre, la verdad es que se lo mereció-
-Ahora me toca a mi irme con él......... El lo sabe..... No debo aguardar más tiempo para irme....... Y te esperaremos los dos juntos cuando llegue tu turno, Manuela-
-Pero qué dices, mujer!-
-Guarda el secreto....... No quiero que lo sepan los chicos......... Aniceto me espera y no puedo tardar más en ir a su lado...... Ya no me quedan fuerzas ni salud para seguir aquí............. Y no llores, porque mi vida empezará ahora........ Dame un beso y vete. Ahora me toca a mí quedarse con él, pero no dejes de pensar que allí donde estemos sólo desearemos volver a estar contigo para siempre. Le daré un beso muy fuerte de tu parte a nuestro hombre-
Ese mediodía Teresa no quiso comer, porque se encontró indispuesta, y no acompañó a sus hijos en el comedor. Y sin que ellos pudiesen saberlo, Teresa murió sola en su lecho al fallarle el corazón. Sola no. Sus labios sonreían y sólo podía ser porque Aniceto estaba con ella y con él se fue.  
Y mientras en el “Outeriro”, en cuanto terminaron los postres y se dispusieron los comensales a tomar un café, Inés hizo sonar unos ligeros golpecitos en una finísima copa de cristal de Bohemia y reclamó la atención de su familia para decirles algo importante. Manuela miró de inmediato a Lola y no pudo evitar dibujar una sonrisa presintiendo cuales eran esas nuevas que su prima les iba a anunciar. Martín tan sólo miró a Inés, igual que su tío cura, y así como Lola se contagió un punto de la mueca risueña de su suegra, Breogán siguió jugueteando con unas migas de pan que parecía usarlas a modo de escuadrilla en formación para un inminente ataque. 
E Inés dijo lo que su prima Manuela esperaba oír desde hacía años. Martín heredaría el pazo “do Outeiro” a la muerte de su actual y única propietaria. Pero con una condición. No venderlo y mantenerlo en el seno de la familia para que fuese heredado de generación en generación. Al menos en eso mantendría un respeto a la última voluntad de su difunto esposo, pero nada más. Y desde luego, la propiedad de esa finca pasaría a Breogán y a los hijos de sus hijos. Y su valor, por mucho o poco que fuese, no serviría para pagar más misas por el alma de nadie. Ya había rezado bastante en toda su vida para necesitar más oraciones y plegarias. 
El cura no dijo nada y se limitó a escanciarse más vino en su copa y elevarla para brindar por la acertada decisión de su querida prima y la ventura que ello le suponía a su adorado sobrino. Quizás, de saber cual era la verdadera intención del difunto Don Alfonso, no le hiciese tanta gracia dejar al obispo sin la suculenta tajada que sería para el prelado la noble torre de “Outeiro”. Pero también pudiese ser que entre Martín y las misas pagadas, se inclinase sin dudarlo por el primero y ya rezaría él por todos los difuntos sin necesidad de cobrar por ello. Al fin y al cabo ese era su oficio; y, aunque no muy grande, ya recibía un estipendio por hacerlo. Manuela se levantó de su silla y se acercó a Martín, dándole un largo beso en la mejilla. Y, sin dilación, fue junto a su prima Inés y ambas se besaron con lágrimas en los ojos. El asunto del pazo estaba zanjado y a Don Cosme le daría una pataleta en cuanto Doña Inés le dijese que no le vendía nada. Pensándolo bien, Don Come no le estaban saliendo demasiado bien las cosas ese día de los santos patronos. A su amiguita se la follara el secretario de Cosmito, al que tan bien le cubría la espalda un matón, y Don Cosme ni tendría pazo, ni tampoco opción alguna a pisar de nuevo “a granxa”. Y muy pronto se iba a encargar su sobrino Felipe de dejárselo claro cuando se acercase a la gran casona para darle el pésame por la muerte de Teresa.
A Breogán le pareció que todo aquello, que tanto preocupaba a los mayores, no eran cosas interesantes a su entender; y en cuanto pudo dijo que iba a la plaza para encontrarse de nuevo con sus amigos y los hijos de Felipe y Concha. Martín pensó en poner una excusa e ir en busca de Maica, pero no se atrevió y dejó pasar la oportunidad de irse tras la joven que lo encandilaba con sus precisos pechos, al ver la satisfacción de su madre y la alegría contenida de Lola, que ya hacían planes para sacarle provecho a la finca y poder conservar el pazo; ya fuese explotando sus tierras o su invernadero. O, como último recurso, Lola apuntó la idea de dedicar parte del caserón para turismo rural, tan de moda entre los amantes de la naturaleza y la sofisticada sencillez de dormir bajo el techo de una noble casa. El noble pazo amarraba a Martín a su solar y a la familia con una cadena mucho más férrea que los sutiles lazos del matrimonio. Y Maica, esa joven tan lozana y sensual, antes de lo que él imaginase solamente sería un recuerdo que posiblemente le hiciese mirar al vacío y reprimir un suspiro de melancólica ansiedad teñida de tristeza. Y ya no habría marcha atrás. Maica y sus encantos pasaban a ser historia de un pasado cercano, pero destinado a ir enfriándose hasta llegar casi al olvido, mientras que la vieja historia del noble caserón de Don Alfonso, se hacía presente para Martín y se convertía, ese día de la fiesta de los santos patronos y en cosa de unos minutos, en el futuro de su vida junto a Lola y el resto de los suyos. Y así sería año tras año y ya probablemente para siempre.