El frío que peina esta tierra templa el ansia y esculpe el temperamento con recios toques de sobriedad y adornado de un talante sin artificio.
Campos regados con el esfuerzo de quienes pisaron su suelo desde los albores de la historia y levantaron la cabeza sin vanidad pero con ese orgullo que imprime nacer en Castilla. Y nos muestra su abolengo y señorío entre las vetustas piedras de sus templos, palacios y castillos.
Pero la verdadera grandeza de esta tierra radica en la sencillez de sus gentes de carácter parco y profundo y una nobleza que no precisa de blasones para ser reconocida y digna del mayor respeto.
Nació pequeña y humilde y se hizo grande y poderosa para prevalecer sobre el resto de aquellos reinos cuyas gestas y fastos nutrieron las crónicas escritas para el recuerdo y dar constancia de hechos gloriosos y aciagos que hoy perduran en la memoria de esos pueblos.
Alegría y tristeza, dolor y triunfo, abundancia y miseria, forman el crisol donde se forjó la esencia de esta tierra castellana henchida de pundonor.