domingo, 6 de marzo de 2011

Reflexiones del barón

Unas palmeras recién plantadas, que todavía lucen un incipiente penacho recortado, de lo que después serán las palmas que formen su melena y que merecerá el viento marino o las azotará el vendaval cuando en invierno amenace la galerna, le dan al antiguo muelle de la estación de ría un aire entre caribeño y mediterráneo, que pudiera parecer impropio de esta ría gallega que vi en cuanto mis ojos se acostumbraron a la luz y lograron distinguir las imágenes que procesaba mi cerebro aún por estrenar. Sin embargo, desde que tengo uso de razón, si es que alguna vez llegaré a tener razón en algo, recuerdo ver en mi ciudad grandes palmeras en sus plazas y jardines. El naranjo, el camelio y este árbol exótico de tierras cálidas y tropicales y más típico de un oasis africano que de una tierra extremadamente verde y húmeda, convive con nosotros desde antiguo, pues los nobles de antaño, que dominaron esta bendita y sufrida tierra gallega, más con puño de hierro que con atención al bienestar y prosperidad de sus gentes, consideraron que para distinguir sus lares de los hogares humildes y los solares eclesiásticos de las parroquias, las palmeras, como penachos heráldicos de su noble grandeza y poderío, señalarían a todos que aquella mansión en cuyo jardín crecían era la de un gran señor con blasones y antepasados más o menos gloriosos. Y poco a poco se fue identificando a la palmera con la nobleza; dicen algunos que siguiendo una ancestral costumbre celta por la que este pueblo solía representar mediante árboles la condición y naturaleza del lugar donde estaban plantados. Así, por ejemplo, a la parroquia se la asoció con el olivo. Y en mi ciudad hay uno enorme y cercado por una verja de hierro trabajado, en la que se ve el escudo de la ciudad. El cual lleva plasmado a la vera de un castillo dicho árbol como su símbolo característico. Y parece ser que es debido a que antaño, en la parroquia de Santa María, había un olivo descomunal y se tomó ese vegetal tan desarrollado como definitorio de la urbe de origen espaco, a la que se le llama literariamente y cuando los políticos tratan de darle jabón, la ciudad olívica. Y aunque ahora hay más olivos embelleciendo las aceras y alternando con los sempiternos camelios y naranjos y otras florecillas y plantas varias, yo, a falta de las antiguas, muy altas y frondosas, que vi en mi niñez y juventud y fueron trasladadas de lugar hace ya algunos años, me quedo con estas palmeras que todavía son una mera promesa de bellos y apabullantes árboles traídos de otras tierras lejanas, que me hacen recordar el calor de la sangre del tórrido Caribe o de un sueño alucinante en un refrescante paraíso irreal, pero verídico

2 comentarios:

  1. Maestro leerlo es maravilloso.
    Al margen una comentario de algo que una vez leí o escuché y no sé si es cierto; los cruzados y los peregrinos a tierra santa traían consigo a la vuelta de su viaje hojas de palma, y de allí el origen de algunos apellidos Palmero en España e Italia, Palmer en los paises sajones. La exótica pero resistente palmera tal vez haya sido un simbolo de status?
    Besos

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  2. Lo era en Galicia, dado que los nobles suelen buscar para distinguirse de la plebe algo que no sea común. Y así como los árabes asentados en España, plantaban cipreses en sus jardines, árbol para ellos exótico pues la palmera les era habitual, en mi tierra los cipreses dan sombra en los cementerios y estos lugares se distinguen y caracterizan por la presencia de este árbol, como el olivo indicaba el atrio de una iglesia parroquial, Y la palmera adorna los pazos y caserones de la nobleza. El hombre siempre quiere diferenciarse y mostrar con algo externo su posición y riqueza. Los cruzados quizás trajesen las palmas como símbolo de haber estado en la tierra de Isrrael, donde se festejaban los acontecimientos llevando hojas de palmera o de olivo en las manos. en Galicia marcaba el status del abolengo de una casa.

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