martes, 15 de marzo de 2011

Reflexiones del barón

Cae la tarde y en la plaza, hasta unos momentos antes animadas con gente variopinta, queda el silencio y la soledad de las farolas, que, sin importarles su abandono, alumbran el espacio urbano como si de ese modo alargasen de una manera forzada la duración del día. Estoy sentado bajo un soportal de la antigua plaza principal de la ciudad, ahora reducida a un lugar pintoresco muy frecuentado por transeúntes habituales del casco viejo y también por turistas de pantalón corto aunque llueva o todavía estemos en invierno. Viajar en un crucero implica ir vestido con ropas ligeras y cómodas, apropiadas para el verano, y da igual el clima o la época del año en que arriben al puerto, porque ellos se ponen las bermudas y la camisa de manga corta o camiseta de colores estridentes y que salga el sol por donde quiera o cuando le dé la gana, pues a ellos les da igual. 

Ahora, sobre el pavimento pétreo de la plaza, sólo queda el rumor de los pasos andados a lo largo de la jornada; y la humedad y el aire desabrido del final de una tarde lluviosa, no animó a casi nadie a tomarse algo en las mesas de las terrazas, atiborradas normalmente de gente cuando la temperatura favorece a ello. Yo me animé a tomar en solitario una cerveza y ver lo melancólica y bella que está este ágora mojada y sin gente, pero que sobre ella vuela el recuerdo de hechos corrientes y domésticos a los que sirvió de escenario y también gestas históricas ya pasadas, pero nunca olvidadas por los ciudadanos de esta vieja e industriosa urbe, en la que vivieron marinos ilustres, que jalonaron su paso por el mundo con memorables hazañas, allén de los mares, y otros extranjeros, que estando de paso alternaban su afición a la mar con el arte de la música o la maestría para escribir relatos de aventuras en un universo submarino. 

Pero quizás para esta pisada plaza sean más añorados los esforzados marineros que salían a pescar y ganarse el sustento dejando a sus laboriosas mujeres al cargo de la casa y la prole, además de trabajar en la industria, o en lo que fuere, mientras la humedad no torciese demasiado sus huesos. Ahora los que pasean por la plaza ya no son como aquellos, pero tampoco se diferencian tanto y no por ello dejan de vivir sus problemas con fatigas que mitigan charlando y bebiendo entre amigos en esta plaza cuadrada rodeada de soportales de gastado granito        

2 comentarios:

  1. Guau Maestro con las fotos y su relato da ganas de tomarse un avion ya!!!
    besotesssss
    eli

    ResponderEliminar
  2. Este antiguo país es así. Y en sus ciudades siempre hay rincones apetecibles y especiales. Besos

    ResponderEliminar