
Y Gonzalo no estaba menos interesado en hacer sonar de nuevo el órgano de su reciente amante, porque su música le sonaba a cielo y le sabía a flan de huevo y caramelo ese instrumento tan potente y engreído, al que le costaba bajar la cabeza. Ni el más grande de los nobles del reino era tan altivo como ese tronco de carne que esgrimía Ariel ante Gonzalo. Y tan sólo con verlo, el de ese muchacho también se contagiaba de su orgullo y se estiraba e hinchaba para no quedarse atrás. Eran como dos chulitos disputando quien era el más grande y con mayor fuerza para derrotar al otro en un campeonato que no parecía tener final ni un claro ganador. Y estando en esa contienda, un sirviente les anunció la visita de Ana.

Gonzalo ni se molestó en cubrirse para recibir a la chica en la alcoba y cuando ella se sentó al borde de la cama junto al otro mozo, el travieso paje de la reina lo destapó dejando sus partes al aire. La chica se echó a reí al ver la vergüenza tonta que le entró a Ariel al quedarse sin nada que lo cubriese y con la evidencia de su erección expuesta a la visitante. Y le recordó que antes de estar con Gonzalo ya lo había catado ella y lo viera tan desnudo y empalmado como lo veía ahora. Así que ese rubor y tal timidez repentina no pegaba nada con su carácter ni menos con sus dotes de buen amador. Y Gonzalo fue más lejos aún, porque invitó a Ana a desnudarse también y compartir el lecho con ellos. La moza no lo pensó dos veces y en un santiamén ya estaba tan sin ropa como ambos jóvenes y se metió en la cama bien pegada al cuerpo de Ariel.
La chica sabía que el otro no pasaría de besarla y jugar con sus pezones como mucho, pero esperaba que Ariel hiciese algo más con ella y, además de satisfacer el apetito de Gonzalo, también le diese parte de su lujuria a ella. Y la moza no se equivocó al pensar eso de ese mozo. Se liaron los tres, pero el centro de atención de la tríada era Ariel, ya que los otros dos se centraban en él para gozar y disfrutar dándole gusto y obteniendo placer a su vez. Y remataron el juego enganchados y acoplados perfectamente. A la chica, tumbada boca arriba y abierta de piernas y sobre los hombros de Ariel, éste la llenaba puesto a cuatro patas sobre ella. Y a él le saciaba el cuerpo por detrás Gonzalo, arrodillado a su espalda. Y los tres jadeaban y gemían enloquecidos por un frenético movimiento sincronizado de toma y daca. Y al enterarse de ello el frailecillo y su capitán, puesto que debían irse con el cardenal y fueron a buscar al mozo para llevárselo con ellos, el soldado festejó con aplausos la suerte de Ariel y su deseo de quedarse con su amado. Pero a Jerónimo, que en principio le llamó la atención Gonzalo por el bulto de su paquete, al saber que perdía a Ariel por su culpa, el chico le cayó mal, ya que en lugar de ganar otro tranco perdía el de su amigo. Y él lo había visto primero y tenía un derecho de pernada adquirido desde entonces. Pero el capitán le alegró la cara prometiéndole no sé que cosas, que todos entendieron que algo tenían que ver con un agujero rosado y un ariete fuerte y rotundo para derribar toda clase de obstáculos que no le facilitasen la entrada.

Ya habían pasado nueve años desde que Ariel conociera a Gonzalo y su amor y pasión continuaban tan frescas y firmes como el primer día. Y también mantenían las misma buenas relaciones con Ana, tal y como surgieron nada más conocerlos Ariel, pero la tristeza de la reina cautiva, que iba en aumento y también su aparente sin razón desde el fracaso de la rebelión de los Comuneros que intentaron devolverle los poderes y sacarla del encierro, movieron a los dos mozos a abandonar su corte. Se sentían impotentes para suavizar el encierro de la soberana y los abusos de poder y hasta malos tratos dados por el marqués de Denia, en teoría al servicio de la reina y realmente uno de sus peores carceleros.
Y los dos jóvenes decidieron trasladarse a Granada con la excusa de acompañar al regio cadáver de Don Felipe y allí emprenderían una vida nueva los dos juntos. Pero Ana no quiso dejar a su señora y no seguiría a su amigos en ese viaje. Ella se quedaba en Tordesillas dedicando su vida y sus horas a una mujer ya madura que de tenerlo todo, no le quedaba más que un vago recuerdo mitificado de lo que ella sola creyera amor. Todas las grandezas heredadas y cuantos halagos recibiera en otro tiempo, ya no eran más que humo que le escocía en los ojos y de vez en cuando la hacía llorar. Porque hasta por quitarle alma le secaron el corazón para que a penas brotasen lágrimas de sus lagrimales. Y su figura triste y velada en negro recorría el escaso espacio de un reducido aposento, cuando en realidad era la dueña y señora de medio universo.
Y eso si que no era la felicidad. Ariel notaba que se encogía su espíritu cada vez que Ana o Gonzalo le hablaban de la reina. Pero qué podían hacer ellos contra el emperador y el mundo de los poderosos, sino pudieron los Comuneros de Castilla. Y al mozo se le entristeció tanto la sonrisa al decirle sus dos amigos cual eran las órdenes del emperador, que lloró con el mismo desconsuelo que Ana al contarlo Gonzalo. Y terminaron los tres en un valle de lágrimas que tuvieron que desecar con mucho amor y compensar con grandes dosis de sexo que duró parte de esa tarde y casi toda la noche. Sólo bajaban la intensidad para beber y comer algo que se traspasaban de boca a boca en un acto tan erótico y sensual como el mismo coito sin freno a que luego se entregaban sin límite de tiempo ni miedo al agotamiento.

Y Ariel no estaba seguro del todo si en su vida encontrara la felicidad. Pero si estaba convencido que si no era eso lo que tenía al lado de Gonzalo, tenía que parecerse mucho, porque era muy dichoso y no lo cambiaría ni por todos los títulos y coronas del emperador o cualquier otro rey. Su corazón latía sin tino al estar con su amado y sabía que él le correspondía con el mismo afán y amor o incluso más. Y si a todo eso añadían la compañía de la única mujer que desearan de verdad ambos, no cabía duda que no podía ser otra cosa más que la felicidad completa. El viaje había acabado y el destino final era maravilloso y posiblemente envidiable por otros inmensamente ricos y poderosos. Pero lograr la felicidad no es fácil y no la da nada que no sea un verdadero y sincero amor o el bello recuerdo del que se tuvo un día.
Fin
Y este es el regalo de esta navidad para quienes leen este blog. Y, como el año, ahora se acaba. Que todos tengamos un mejor 2011