viernes, 31 de diciembre de 2010

Errante

Aquella mañana le pareció radiante a Ariel, a pesar que todavía pegaba con algo de fuerza el frío en Castilla. Gonzalo lo despertó con mil arrumacos y besos y el mozo nunca se había visto en otra con tanto mimo y desvelos por parte de aquel otro muchacho que le daba bastante más que sexo y compañía. Se fijó bien en el cuerpo de Gonzalo y admitió que era casi perfecto y daban ganas de comerlo a pequeños mordiscos como si fuese una galleta cubierta de azúcar y canela, sabrosa y muy bien horneada por un experto pastelero. Y qué pastel había hecho él esa noche con el bonito apéndice que le colgaba al chico entre las piernas. Lo mojó y lo paladeó como un picatoste empapado en leche templada y gruesa en nata, Y tenía ganas otra vez de apretar entre los labios las turgentes bolas que adornaban el pene del chaval.

Y Gonzalo no estaba menos interesado en hacer sonar de nuevo el órgano de su reciente amante, porque su música le sonaba a cielo y le sabía a flan de huevo y caramelo ese instrumento tan potente y engreído, al que le costaba bajar la cabeza. Ni el más grande de los nobles del reino era tan altivo como ese tronco de carne que esgrimía Ariel ante Gonzalo. Y tan sólo con verlo, el de ese muchacho también se contagiaba de su orgullo y se estiraba e hinchaba para no quedarse atrás. Eran como dos chulitos disputando quien era el más grande y con mayor fuerza para derrotar al otro en un campeonato que no parecía tener final ni un claro ganador. Y estando en esa contienda, un sirviente les anunció la visita de Ana.

Ariel se vio contrariado por la interrupción de la joven, azarado también por que ella descubriese su otro lado, pero Gonzalo, con una risa sonora y franca, le dijo que no temiese nada de la joven y menos que lo despreciase al conocer todos sus gustos. Ana comprendía bien que a un hombre le gustase otro, como era el caso de su propio hermano Silvestre, que cuando la visitara hacía de esto un año, había tenido un principio de relación con Gonzalo, que no llegó a más de cuatro polvos y unos besos. Pero la amistad con la muchacha se fortaleció y ella lamentó que no fuese algo más para su hermano. Así que Ana no era un problema para ellos, ni siquiera implicaba que volver a estar con ella en la cama, si eso le apetecía a Ariel, influyese algo en la atracción que crecía por minutos entre los dos chavales.

Gonzalo ni se molestó en cubrirse para recibir a la chica en la alcoba y cuando ella se sentó al borde de la cama junto al otro mozo, el travieso paje de la reina lo destapó dejando sus partes al aire. La chica se echó a reí al ver la vergüenza tonta que le entró a Ariel al quedarse sin nada que lo cubriese y con la evidencia de su erección expuesta a la visitante. Y le recordó que antes de estar con Gonzalo ya lo había catado ella y lo viera tan desnudo y empalmado como lo veía ahora. Así que ese rubor y tal timidez repentina no pegaba nada con su carácter ni menos con sus dotes de buen amador. Y Gonzalo fue más lejos aún, porque invitó a Ana a desnudarse también y compartir el lecho con ellos. La moza no lo pensó dos veces y en un santiamén ya estaba tan sin ropa como ambos jóvenes y se metió en la cama bien pegada al cuerpo de Ariel.

La chica sabía que el otro no pasaría de besarla y jugar con sus pezones como mucho, pero esperaba que Ariel hiciese algo más con ella y, además de satisfacer el apetito de Gonzalo, también le diese parte de su lujuria a ella. Y la moza no se equivocó al pensar eso de ese mozo. Se liaron los tres, pero el centro de atención de la tríada era Ariel, ya que los otros dos se centraban en él para gozar y disfrutar dándole gusto y obteniendo placer a su vez. Y remataron el juego enganchados y acoplados perfectamente. A la chica, tumbada boca arriba y abierta de piernas y sobre los hombros de Ariel, éste la llenaba puesto a cuatro patas sobre ella. Y a él le saciaba el cuerpo por detrás Gonzalo, arrodillado a su espalda. Y los tres jadeaban y gemían enloquecidos por un frenético movimiento sincronizado de toma y daca. Y al enterarse de ello el frailecillo y su capitán, puesto que debían irse con el cardenal y fueron a buscar al mozo para llevárselo con ellos, el soldado festejó con aplausos la suerte de Ariel y su deseo de quedarse con su amado. Pero a Jerónimo, que en principio le llamó la atención Gonzalo por el bulto de su paquete, al saber que perdía a Ariel por su culpa, el chico le cayó mal, ya que en lugar de ganar otro tranco perdía el de su amigo. Y él lo había visto primero y tenía un derecho de pernada adquirido desde entonces. Pero el capitán le alegró la cara prometiéndole no sé que cosas, que todos entendieron que algo tenían que ver con un agujero rosado y un ariete fuerte y rotundo para derribar toda clase de obstáculos que no le facilitasen la entrada.

Mas Ana y sus dos compañeros de fatigas sexuales y también cariñosos camaradas del día a día, sabían bien lo que querían y deseaban al quedarse en Tordesillas al servicio de Doña Juana. Y la vida les fue bien a los tres. Y Aquella experiencia en trío les resultó tan gratificante, que no dudaron en repetirla más veces. Y así se fue consolidando entre ellos una forma de entender el sexo y el afecto que duró largo tiempo. Hasta que un día el rey y emperador, acordó el matrimonio de su hermana menor Catalina con el hermano de su bella prometida Isabel de Avis, el rey portugués apodado el Piadoso, y la niña sería separada de su madre, al tiempo que también el cadáver del archiduque Felipe sería trasladado a Granada, también por imperial decisión del real hijo. Y la infortunada reina Juana quedaba sola y sin el menor consuelo por parte de nadie, fuese vivo o muerto.

Ya habían pasado nueve años desde que Ariel conociera a Gonzalo y su amor y pasión continuaban tan frescas y firmes como el primer día. Y también mantenían las misma buenas relaciones con Ana, tal y como surgieron nada más conocerlos Ariel, pero la tristeza de la reina cautiva, que iba en aumento y también su aparente sin razón desde el fracaso de la rebelión de los Comuneros que intentaron devolverle los poderes y sacarla del encierro, movieron a los dos mozos a abandonar su corte. Se sentían impotentes para suavizar el encierro de la soberana y los abusos de poder y hasta malos tratos dados por el marqués de Denia, en teoría al servicio de la reina y realmente uno de sus peores carceleros.
Y los dos jóvenes decidieron trasladarse a Granada con la excusa de acompañar al regio cadáver de Don Felipe y allí emprenderían una vida nueva los dos juntos. Pero Ana no quiso dejar a su señora y no seguiría a su amigos en ese viaje. Ella se quedaba en Tordesillas dedicando su vida y sus horas a una mujer ya madura que de tenerlo todo, no le quedaba más que un vago recuerdo mitificado de lo que ella sola creyera amor. Todas las grandezas heredadas y cuantos halagos recibiera en otro tiempo, ya no eran más que humo que le escocía en los ojos y de vez en cuando la hacía llorar. Porque hasta por quitarle alma le secaron el corazón para que a penas brotasen lágrimas de sus lagrimales. Y su figura triste y velada en negro recorría el escaso espacio de un reducido aposento, cuando en realidad era la dueña y señora de medio universo.

Y eso si que no era la felicidad. Ariel notaba que se encogía su espíritu cada vez que Ana o Gonzalo le hablaban de la reina. Pero qué podían hacer ellos contra el emperador y el mundo de los poderosos, sino pudieron los Comuneros de Castilla. Y al mozo se le entristeció tanto la sonrisa al decirle sus dos amigos cual eran las órdenes del emperador, que lloró con el mismo desconsuelo que Ana al contarlo Gonzalo. Y terminaron los tres en un valle de lágrimas que tuvieron que desecar con mucho amor y compensar con grandes dosis de sexo que duró parte de esa tarde y casi toda la noche. Sólo bajaban la intensidad para beber y comer algo que se traspasaban de boca a boca en un acto tan erótico y sensual como el mismo coito sin freno a que luego se entregaban sin límite de tiempo ni miedo al agotamiento.
Y pasó otro año. Y en la bella ciudad de Granada, entre el Genil y el Darro, al pie de la Alhambra, que servía de escenario para la luna de miel del emperador y su hermosa emperatriz Isabel, Ariel y Gonzalo revivían la suya, que venía siendo larga desde que se conocieran. Y cada mañana, desde la balconada corrida de su casa, sobre el río Darro, miraban las murallas y torres de la alcazaba y pensaban si los soberanos serían tan dichosos como ellos que no paseaban por los encantados jardines del rey moro, pero que en el patio de naranjos y limoneros de su hogar, habían sabido crear el embrujo de un amor incomparable incluso para los cuentos de las mil y una noches. La reina permaneció en su cárcel palacio cuarenta y seis años, siempre vestida de negro, porque su propia vida fuera un eterno luto de desgracia y tristeza, y la abandonó para reunirse con su esposo en Granada una vez muerta. Y con su cuerpo, pegada al féretro llegó a esa ciudad su fiel sirvienta Ana. Y los dos amigos de la moza, que ya no lo era tanto, la acogieron en su casa y compensaron durante el resto de su vida su sacrifico junto a la reina Juana, señora de la mitad de mundo y dueña de nada. Ese mismo año el rey emperador abdicaba de todas su coronas y tronos, dejando el imperial y el archiducado soberano de Austria a su hermano Fernando y los reinos de sus padres a su hijo Felipe. Este sería el nuevo rey mientras su augusto padre decidía enclaustrarse para lo que le quedaba de vida en el monasterio de Yuste. Y Don Felipe II, más tarde sumaría además el trono de Portugal haciendo valer por la armas su herencia materna.
Y Ariel no estaba seguro del todo si en su vida encontrara la felicidad. Pero si estaba convencido que si no era eso lo que tenía al lado de Gonzalo, tenía que parecerse mucho, porque era muy dichoso y no lo cambiaría ni por todos los títulos y coronas del emperador o cualquier otro rey. Su corazón latía sin tino al estar con su amado y sabía que él le correspondía con el mismo afán y amor o incluso más. Y si a todo eso añadían la compañía de la única mujer que desearan de verdad ambos, no cabía duda que no podía ser otra cosa más que la felicidad completa. El viaje había acabado y el destino final era maravilloso y posiblemente envidiable por otros inmensamente ricos y poderosos. Pero lograr la felicidad no es fácil y no la da nada que no sea un verdadero y sincero amor o el bello recuerdo del que se tuvo un día.

Fin



Y este es el regalo de esta navidad para quienes leen este blog. Y, como el año, ahora se acaba. Que todos tengamos un mejor 2011





2 comentarios:

  1. Oh Andreas! q relato hermoso!
    Agradezco tanto al Amo German, Ayax y Stephan q me hayan hecho conocerte! Gracias nuevamente por compartir tus maravillosas palabras, que el año q viene sea muy bueno para ti, q se cumplan tus sueños y que sigas escribiendo cosas tan bellas.
    Por mi parte prometo seguir siendo tu fiel lectora y llenandote de mensajes jajjaja
    Un gran abrazso y muy buenos deseos pata ti!!
    Besossss
    Eli

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  2. Te deseo lo mejor en el 2011 y espero que sigas enviándome tus mensajes. Un abrazo y besos

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