martes, 23 de agosto de 2011

La casa grande XIII


No logré volver a ordenar mis ideas después de la fugaz visión del rostro jovial y sonriente de Alfredo en el espejo de mi cuarto de baño. Sin verlo de nuevo me perseguía como la cola sigue en su vuelo a la cometa y no me dejaba ni a sol ni a sombra. Ese mañana en el despacho no pude rendir lo habitual y me largué antes de que alguien se diese cuenta de lo que me estaba pasando. Pero tras la comida y mientras paladeaba un café solo y con poca azúcar, tomé una decisión que no sabía bien cuanto tiempo tardaría en arrepentirme por tomarla. 
Y desde ese mismo instante en que mi cabeza tuvo lo que me pareció una idea genial, un hormiguillo se instaló en mi estómago que no me dejaba parar quieto ni un minuto. Estaba nervioso y a la vez excitado como si fuese a echar el primer polvo de mi vida. Y lo primero que podía hacer para efectuar mi proyecto, era informarme de quien era el dueño de la casa grande. Puesto que si quería destruirla definitivamente y con ella mis recuerdos, o mejor dicho mis fantasmas, sólo me faltaba convertirme en un delincuente al prenderle fuego a una propiedad privada que perteneciese a alguien concreto. No me importaba en que estado se encontrase la casa, ni su precio. Mi único interés era adquirirla y quemarla sin dejar en pie ni los cimientos. Haría lo que debí hacer cuando crucé el puente por última vez y que, cagado de miedo, no me atreví a pasarlo de nuevo para acabar con esa casona y todo cuanto significaba para mí entonces.
No fue fácil dar con el propietario de la casa grande y me costó unos cuantos meses ponerme en contacto con un representante de ese tipo para negociar la compra de la dichosa finca. El fulano resultó ser un nieto de un primo carnal de don Amadeo, a cuyas manos pasó la casa grande al morirse este señor sin otra descendencia. Le importaba un bledo la casa y todas las tierras que la rodeaban; y el hombre, como su padre y su abuelo, no se había gastado ni un chavo en conservarla ni procurar que no se derrumbase por puro abandono desde que quedara deshabitada. Sin embargo, su portavoz, supuestamente defendiendo los intereses de su mandante, intentó hacerme creer que aquella propiedad era un palacio y como tal pensó vendérmela a un precio exagerado, dando por hecho o solamente suponiendo que yo tenía mucho más interés en poseerla del que aparentaba al tratar de acercar posturas en la negociación. En todo el tiempo que duró el tira y afloja para adquirirla, no llegué nunca a ver en persona a ese fulano que la heredara, ni hablar directamente con él, pues siempre traté con su apoderado. Y en realidad no hubiese sido necesaria la presencia de ese señor a la hora de cerrar el trato y firmar las escrituras de compra, pues el otro tenía poderes bastantes para vender, pero por un momento me intrigó ese individuo y llegué a sospechar que podría tratarse de la misma persona que yo conociera aquel último verano en el pueblo.
Y si ese tío era Alfredo?, me planteé antes de cerrar el negocio. Y exigí que él fuese quien firmase los documentos de transmisión de la propiedad. Y así fue y el dueño de la casa grande vino a la notaría para la firma de la escritura. Cuando una señorita que trabajaba en la notaría me anunció que ya había llegado el vendedor, me dio un vuelco el corazón y deseé que fuese Alfredo, aunque al mismo tiempo temiese que lo fuera. Y ese hombre ni se llamaba Alfredo, ni se parecía a él. Y sus ojos eran pardos y su sonrisa apagada y triste. Lo miré sin verlo y escuché al notario leer el documento antes de que ambos lo firmásemos. Intentó decirme en que estado se hallaba la casa grande, pero le dije que  no me interesaba en absoluto como se encontraba el inmueble. Y por si le quedaban dudas de mi poco interés por lo que daba por hecho que era una ruina, añadí que no me importaba si estaba la mitad en pie todavía, o tan sólo quedaban cuatro piedras que recordasen que en ese lugar hubo una gran casa. Solamente quería ser su dueño y nada más. Lo qu eme callé fue el motivo de mi verdadero interés, que era destruirla.
La casa grande ya era mía y podía demolerla, si aún estaba entera, o quemar lo que quedase de esa mansión, sin que a nadie importase los motivos que podían impulsarme a hacer tal cosa. Y al ir a darle la mano para despedirnos, obviando las explicaciones sobre mis planes respecto a la finca, que él me requería e insistía en saber el destino que iba a darle a la casa, me quedé paralizado y me faltó la respiración al percatarme que sus ojos se tornaran grises y aquella boca que me hablaba sonreía como yo recordaba que lo hacía Alfredo. Sin duda me estaba volviendo loco de atar, o los nervios y la tensión del momento me hacía ver cisiones o delirar. Pero si me hubiesen tomado juramento sobre lo que pensaba en ese instante, diría sin vacilar que ese hombre no era quien decía ser, sino otro muy distinto. Otro que yo conociera hace años, siendo unos adolescentes, que decía ser el dueño de la casa grande y respondía al nombre de Alfredo. Mas ni podía asegurar que ese fuese su verdadero nombre ni tampoco que la casa le perteneciese como él decía. Ese Alfredo, o como se llamase realmente, seguía siendo un misterio insondable para mí y me llevaba de calle logrando que perdiera el juicio e hiciese locuras tales como comprar una ruina sin otro propósito que convertirla en cenizas, ni más valor que el de curar mi miedo apagando con fuego mis recuerdos.
Esa nueva aparición de la mirada de Alfredo en otro ser, que en nada tenía que ver con lo que creí vivir tiempo atrás, me llevó hasta mi coche y sin poder remediarlo me puse en marcha en dirección al pueblo, sin más equipaje que la desazón que envolvía mi alma al pensar que ese mismo Alfredo que jugara conmigo entonces, volvía otra vez a intentar hacer de mí su juguete. Pero esta vez quien jugaría con él sería yo y acabaría con ese espacio que le servía de cancha para volverme loco con sus regates y sus jugadas por sorpresa. Iba sin otra meta que quemar esa misma tarde la casa y cuanto me recordara a Alfredo y la velocidad me calmaba al sentir el aire y oír el ruido de mi marcha sobre le asfalto.
Tenía el pueblo a un tiro de piedra y detuve el coche para apaciguar mi pulso y calmar mi respiración. Recuperé el aliento y arranqué de nuevo para llegar a la casa de mis abuelos cuanto antes. En esa época del año estaba cerrada y me di cuenta que no llevaba las llaves, pues mi viaje fuera tan precipitado y sin pensarlo antes, que ni tomé las mínimas previsiones para alojarme, o procurar llevar el suficiente dinero para ello, ni por supuesto fui a pedirle a mi madre las llaves de esa casa donde pasara tantos veranos. Sin salir del coche sopesé la oportunidad de dar la vuelta y regresar a la ciudad, pero lo avanzado de la tarde me desaconsejó hacerlo y me dirigí al puente con intención de cruzar el río al otro lado. 
Al ver aquel viejo puente de piedra, paré dando un brusco frenazo y me apeé del vehículo sin atreverme a cruzar a la orilla de enfrente. Y apoyado en las vetustas piedras del petril que saltara el otro Alfredo con su caballo, si es que realmente ese Alfredo no era el mismo que yo creí otro distinto, intenté ver desde allí la casa de Amalia, por si en ella aún había vida. Pero la distancia, aunque no fuese mucha, era suficiente para no distinguir si sus ventanas estaba cerradas o abiertas. Y monté sin muchas ganas en el coche y muy despacio atravesé el puente y me acerqué a casa de Amalia. 
Y vi a mi buena amiga sentada como antes en su sillón de mimbre, pero más vieja, con el rostro surcado de arrugas y su cabello casi blanco. No sabía si me reconocería al verme, pero ni tuve que hablarle para oír su expresión de sorpresa diciendo mi nombre. Subí al corredor y ella me  besó llorando de alegría por volver a ver mi cara, que, como ella misma dijo, ya era la de todo un señor. Amalia estaba tan emocionada que no podía articular palabra. Y al decirle que había comprado la casa grande se llevó el índice de la mano derecha a la sien, insinuándome que estaba loco. “Pero cómo se te pudo ocurrir semejante idea?........ No estás en tus cabales, muchacho....... Esa casa no puede traerte más que desgracias. Y razón tiene la gente de este pueblo al no acercarse allí porque dicen que está maldita........ La última que se les ha ocurrido es que en ella hay fantasmas......... Ni que los muertos no tuviesen cosa mejor en que dedicar su tiempo, o lo que sea lo que ellos tengan, pues no creo que vean pasar los días y los años como los que aún estamos aquí!”, exclamó Amalia un tanto exaltada al decirlo. Y le pregunté: “Los del pueblo dicen que hay un fantasma o más?....... Alguno llegó a verlo de verdad y pudo describirlo, o son meras fantasías sin fundamento?”. Amalia cambió el cariz de su mirada y respondió: “Ya sabes como es la gente de inculta y de cédula para lo que no debe.... Y en cuanto algo les parece raro o no le encuentran una explicación mejor, lo atribuyen a causas sobrenaturales o de brujas,,,,, Aunque ahora esa pobres mujeres están bastante devaluadas en las creencias populares...... Nadie vio nada, ni podían describir ese fantasma que asusta a todo el que se acerca a la casa grande”. 
Eso ya me intrigó mucho más y consiguió que mis recelos y temores tomasen cuerpo en mi cabeza. E insistí: “Pero no sabes si ese espíritu es bueno o malo?...... Ha causado algún mal?....... Se presenta bajo el aspecto de un joven, o toma otra forma para hacerse patente?”. Y Amalia, con ganas de dar por zanjada la cuestión, me contestó: “Todo eso son tonterías..... Cómo va a existir un fantasma, ni más rabo de gaitas!....... Vamos!. Que ya eres un hombre hecho y derecho y cultivado, por si fuera poco!....... Además, si alguien tenía que haberlo visto y salir corriendo, si es como para tenerle miedo a ese fantoche, sería el joven que cuida de la casa grande...... Que es muy majo, por cierto..... El se encarga de mantener la finca sin que se la coman las malas hiervas y vigila para que la rapiña no haga presa en los objetos que todavía quedan dentro de esa casa........ Una tarde que pasaba por aquí ese chico, se paró a hablar conmigo y me dijo que el dueño de la finca lo contratara para eso; y él nunca se topó con nada raro ni encontró fantasmas en ningún rincón de la casa...... No te habló de ese mozo el que te vendió la casa grande?”. “No..... En realidad no quise que me dijese en que estado estaba todo eso ni le di tiempo a contarme esos detalles que tu me cuentas. Pero ahora iré hasta allí y supongo que veré a ese joven. Y él me dirá cuanto me interese saber”.
Amalia me ofreció algo de fruta, como antaño, pero no tenía apetito ni ganas de entretenerme más tiempo para llegar hasta mi propiedad y ver otra vez la casa grande, que ahora por fin era mía y de nadie más. Ahora no le valdría a ningún Alfredo decirme que esa mansión era suya, porque yo era su único dueño e iba a reducirla a cenizas cuanto antes. Y así se acabarían las leyendas y los cuentos sobre esa casa y sus posibles habitantes de ultratumba. El caza fantasmas había llegado y sus armas de exterminio de almas en pena eran muy eficaces para que quedase uno solo en la casa maldita. Yo la redimiría de su pasado y acabaría con las maldiciones que hubiesen caído sobre esas piedras, que a pesar del abandono y el paso del tiempo se resistían a desmoronarse del todo. 
Y después de darle un cariñoso beso a Amalia, encendí el motor de mi coche y partí rumbo a mi destino y mi nueva casa, que para mí era más antigua que vieja, dispuesto a una caza de brujas sin tregua ni cuartel para los Alfredos; o Alfredo, si solamente era uno el que pretendía darme la lata con sus guiños y solapadas apariciones en un rápido reflejo de mi mismo o la mirada robada a otro ser. Estaba enardecido con la idea de ver las llamas purificadoras y presenciar ese sagrado espectáculo de la redención de esa casona que tanto tuviera que ver en mi propio pasado. A pequeña escala me sentía un Nerón que destruiría para crear algo nuevo y diferente, más bello, más artístico y mucho más lógico que lo anterior. Destruir para renacer a un nuevo orden y a otra vida alegre y llena de luz al haberse disipado las tinieblas y las sombras de un pasado poco venturoso, tanto para la casa como para mí. Porque quizás a ambos nos faltó dentro un amor verdadero para poder ser felices y sentirnos satisfechos con nuestra existencia.

4 comentarios:

  1. Complicada vuelta... veremos q le susurran nuestros protagonistas de esta bella e intrincada historia.
    Besosss al Maestro q nos devela lo q dicen las musas.
    Eli

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  2. Pero las musas a veces no es fácil entenderlas y cuesta traducir lo que nos quieren decir. Procuraré relatar de la mejor manera posible lo que los personajes desean contar. Besos

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  3. Mi querido amigo ¡cuanto talento tienes! No sé cuanto trabajo te dá, si revisas lo ya escrito o no...nada de eso importa porque la historia se desliza sin que parezca que nadie la empuje. Eso es de talentosos, hacer que algo dificilísimo parezca sencillo, natural.
    Sabes que tienes por lo menos en Manila tres incondicionales fans tuyos.
    Un muy fuerte abrazo

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  4. Sabes que te considero uno de mis grandes amigos y también conoces mucho sobre mi manera de pensar y sentir; y en base a esa relación que mantenemos desde ya hace un tiempo, nunca podría decirte algo que no fuese cierto. Si algún halago me llena de satisfacción es el tuyo, como también el de tus dos chicos, y os lo agradezco enormemente porque me da bríos para escribir, pues sé que mis cuentos les gustan a alguien que además los aprecia. Vuestra opinión, así como la de estas buenas amigas que habitualmente me leen y opinan, es importante para mí y me indica si lo que cuento va por el camino correcto. Escribir no es fácil, pero confieso que yo me limito a seguir el curso de lo que me va pariendo la cabeza al ponerme delante dl ordenador. Lo reviso una vez solamente por si me comí alguna letra y no le suelo dar más vueltas al asunto. Y confieso también, que cuando empiezo no sé donde irá el cuento ni como terminará la historia. Es como si los personajes se apoderasen de mí y ellos me distasen lo que quieren que sea su vida y sus sentimientos y sensaciones. Y aunque me haga una idea previa del asunto, normalmente la cosa se va por derroteros no imaginados de antemano. Si el resultado sale bien será por eso de que las musas te inspiran, como dice ayax. De todos modos a veces me cuesta ponerme a relatar estos cuentos, enfrentarme a ellos sin perder la ganas de continuar. Vosotros, todos los que me acompañáis leyéndolos que os, sois quienes me animan a no dejar de hacerlo. Muchas gracias por estar ahí dándome ánimos y sobre todo por tu afecto y amistad, que para mí es lo más importante. Un fuerte abrazo

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