miércoles, 3 de agosto de 2011

La casa grande VI

La intriga y las ganas de conocer la historia de los habitantes de la casa grande vencieron mi desilusión y mi contrariedad por la súbita desaparición de Alfredo sin dejar el menor rastro. No estaba dispuesto a admitir que era un espíritu, puesto que a esa edad me tenía por un incrédulo respecto a casi todo lo que significase vida de ultratumba, aunque no me repugnaba la idea de que hubiese vida más allá de este planeta que nos ha tocado en suerte. Pero creer en fantasmas y seres incorpóreos no estaba en mi programa en aquel momento. 
Amalia se arrimó a mí y puso su mano en mi rodilla para decirme: “Pedro, esta historia no debes repetirla delante de otras personas, porque sólo unos pocos conocimos la verdad de los sucesos ocurridos ya hace años en la casa grande. Escucha y no me preguntes nada hasta que acabe de contarte lo ocurrido entonces”. No podía ni tragar por los nervios que me entraron al estar a punto de desvelar el secreto que encerraban las paredes de la casona; y también, saber de primera mano cual era la relación de Amalia con las personas que la ocuparan antaño. Mentiría si digo que no me martilleaba la cabeza el hecho de que Amalia no supiese nada sobre la posible relación de Alfredo con esa gente,  y mucho más esa misteriosa desaparición del chaval, puesto que ni ella pudo verlo ni yo lo vi tampoco desde que me dirigí a ella para presentárselo. Y que estuviera conmigo era un hecho cierto y tan real como yo mismo. Sin embargo, me era imposible encontrar una explicación lógica para tranquilizarme y poder escuchar a Amalia  poniendo los cinco sentidos en sus palabras.
Y cuando comenzó a hablar, ya me olvidé de paladear con gusto las hermosas brevas que me estaba zampando sin pestañear. Y ella me dijo: “En esa casa pasaron cosas que nunca debieron ocurrir...... Y puedo asegurarte sin miedo a equivocarme y ya sin rencor en mis palabras, que don Amadeo fue el principal responsable”. Amalia miró al frente sin ver nada más que el interior de su memoria para leerla y ser lo más fiel a sus recuerdos; y a mi me recomía el ansia por oír de una vez lo que por fin había prometido revelarme. Y prosiguió: “La mujer del retrato no era doña Adela. Era doña Regina, la madre de don Amadeo. Y su mirada era penetrante y a veces tan fría como cuando un gato se dispone a dar un zarpazo o cazar una rata. Pero no era mala mujer y hasta podía ser cariñosa con quienes ella consideraba merecedores de su afecto. Quedara viuda muy joven y ella supo enfrentarse a la vida por si sola y no sólo mantener la hacienda de su marido, sino aumentarla y atesorar un cuantioso patrimonio para su único hijo Amadeo. Ella lo crió y educó y durante años dirigió aquella casa y toda sus fincas y propiedades con acierto y prudencia. Y también ayudó al hijo a encontrar una esposa que fuese una buena madre para sus descendientes. Y principalmente con una considerable dote que viniese a acrecer el caudal de su hijo. Y esa dama, también rica y bien educada, fue doña Adela”.
Amalia se interrumpió y levantándose del asiento me preguntó: “Quieres beber agua fresca del pozo?...... A mí se seca la boca con estos recuerdos y necesito mojarla para que mis palabras salgan de mi garganta...... Traeré una jarra y dos vasos por si luego te apetece..... No vaya a ser que no te bajen bien las brevas y se te forme una bola en el estómago....... Espera que ahora vuelvo”. Y ella se fue a la cocina y me quedé mirando hacia la puerta como si dudase que volviera o que también se volatilizase como Alfredo. Y en eso, mientras palpaba varias brevas para coger la más madura, escuche que alguien me nombraba desde fuera de la casa. Y me levanté como un rayo y vi por la ventana. Y mi sorpresa fue mayúscula al ver a Alfredo otra vez. Y le dije bajando la voz, pero procurando que llegase el sonido hasta él: “Por qué te escondes y me dejas quedar como un idiota?.... Amalia es amiga mía y es una buena mujer que nunca hizo mal a nadie y menos a un amigo mío. Entra y verás como se alegra de conocerte..... Vamos!...... Empuja la puerta porque está abierta”. Y al escuchar que Amalia regresaba me volví para decirle muy ufano que allí, en la entrada de la casa, estaba Alfredo, pero al mirar de nuevo hacia fuera el muy cabrón ya se había escondido de nuevo. 
Y Amalia me preguntó: “Qué miras?”. Y yo sólo pude decirle que nada en particular. “Tan sólo tomaba el aire”, añadí con cara de mentir sin el menor pudor. Pero no quería volver a quedar como un bobo de baba y repetir de nuevo la escena de la llegada, que me resultó bastante humillante por parecer medio lelo y hasta creer que veía visones y mis horas con Alfredo solamente eran pura invención de mi fantasía. Y ahora lo que me interesaba era que Amalia siguiese el relato y no discutir con ella sobre si era verdad o mentira que ese chaval, un tanto raro, eso sí tenía que reconocerlo, existía o nada más que era humo con forma humana que una ilusoria ensoñación me hizo ver. De todos modos pensé que el problema de esa extraña aptitud de mi amigo no era tan grave, pues volvería a aparecer en cuanto dejase la casa de Amalia. Estaba claro que lo que no quería es que ella lo viese; y él sabría cual sería el motivo. Y, desde luego, ya lo aclararía con él más tarde y le sacaría las razones de su proceder aunque fuese a guantazos. Pues la pura verdad era que ya se estaba pasando con tanto salir y volver a meterse en su escondrijo como una vulgar comadreja.
Volvió a sentarse a mi lado y bebió despacio, quizá planificando la mejor manera de continuar el relato de los sucesos acontecidos en la casa grande que pensaba revelarme. Y yo esperé pacientemente que se decidiera a hablar otra vez, acomodándome en el asiento para no perderme detalle. Y Amalia me contó que, al año de casados, don Amadeo y doña Adela tuvieron una hija, cuyo parto casi le cuesta la vida a las dos mujeres y por eso le pusieron el nombre de la santa del día de su nacimiento. Clara, en honor de la santa, por si acaso por su intercesión se salvaran madre e hija. La niña colmó la felicidad de la madre y de la abuela, doña Regina, pero a don Amadeo le hubiera gustado más que afuera varón en lugar de hembra y le costó algún tiempo ver a la niña con ojos de amoroso padre. 
Y al año siguiente el destino vino a satisfacer el deseo de don Amadeo por ver la continuidad de su estirpe asegurada y su mujer dio a luz un precioso niño al que le pusieron el nombre de su abuelo materno, el noble señor que mayor numero se tierras poseía en toda la comarca. La criatura fue el centro de atención de la vida de la casa grande desde su nacimiento y relegó a un segundo plano a su hermana Clara, que no sólo crecía hermosa y sana, sino además era lista y con una entereza en su carácter que ya la quisieran muchos hombres destinados a mover el mundo con sus actos. Y la niña quería a su hermano y no se sentía desplazada por él en el afecto de sus padres y menos de su abuela, pues ésta adoraba a esa nieta que le recordaba sus años mozos y mostraba una manera de ser muy similar a la suya. Aunque sus ojos y esa particular manera de mirar la tuviese el nieto y no la niña. Ambas eran mujeres fuertes en contraposición a la blandura y la docilidad de doña Adela, que vivía sometida a la voluntad y deseos del marido sin hacer valer su criterio para nada. Y él abusaba de sus privilegios de esposo y la tenía literalmente metida en un puño. 
Amalia tomó brío en su relato y dijo: “Clara siempre fue una persona que no se dejaba influenciar demasiado por nadie y mantenía sus propios criterios respecto a casi todo; y en particular sobre cuestiones como la amistad. Así, aun en contra de la opinión de don Amadeo, al que no le gustaba que sus hijos anduviesen con niños de inferior clase social que la suya, Clara pronto hizo buenas migas conmigo y nos elegimos mutuamente como amigas. De esas amigas que se cuentan todo y saben disfrutar juntas de las cosas más sencillas, pero que a la larga son las que mejores recuerdos nos dejan en esta vida. Solíamos jugar más en mi casa que en la suya, porque yo no iba a la casa grande si estaba allí don Amadeo. Cosa que ocurría con frecuencia, dado que se ausentaba oficialmente por negocios, pero más tarde se rumoreaba que mantenía una querida en la ciudad...... Bueno, tanto entonces como ahora esas cosas eran y son frecuentes entre los hombres de cierta posición. Y hasta en algunos casos con ello les hacen un favor a sus mujeres oficiales, pues no todas están enamorados de sus maridos, o la pasión ya se apagó con el tiempo, y no les resulta un plato de gusto soportar encima de ellas el peso de la barriga del hombre que les cayó en suerte, aunque sólo sea de pascuas a ramos”. Y Amalia hizo otra pausa para tomar otro trago de agua pasándolo por su garganta con demasiado parsimonia para mi ansiedad y prisas por llegar al meollo principal del tema con el que me tenía ensimismado. 
Y la azucé para que continuase y ella me miró sonriente y me recordó que las prisas nunca eran buenas para nada y menos para digerir bien las cosas. Pero prosiguió contando esos recuerdos de su infancia y juventud. Y me dijo: “Clara y yo fuimos las mejores amigas del mundo y nos queríamos a rabiar desde niñas. Y en honor a la verdad he de decirte que tanto doña Regina como doña Adela fueron nuestras cómplices y no sólo encubrían nuestra amistad ante el señor de la casa grande, sino que veían bien que Clara compartiese sus juegos e ilusiones conmigo; y hasta no ponían reparos para que fuésemos solas a bañarnos en el río cuando ya estábamos al final de la niñez..... Lo pasábamos en grande las dos, pero siempre teníamos que soportar al hermano que la tenía tomada con nosotras y gozaba tirándonos del pelo llamándonos cursis, o metiéndose en nuestros juegos para chafarnos la diversión. Era un plasta, como decís ahora. Y nos seguía hasta el río sin que nos diésemos cuenta. Y cuando estábamos en el agua buceaba para agarrarnos por los pies y hundirnos para que tragásemos agua. Nos parecía un completo cafre aquel niño, pero entonces no nos dábamos cuenta que se sentía solo y se celaba de nuestra complicidad. Se creía con derecho a ser el centro de nuestra atención y al ver que lo dejábamos a un lado se revolvía y pretendía hacernos la vida imposible con el único fin de llamar la atención. Muchas riñas se llevó a causa de sus travesuras, porque la abuela no le consentía que fuese tan incordiante. Y la madre, más complaciente con su hijo, le permitía más cosas, pero también le regañaba cuando se pasaba con nosotras dos”.
Y se hizo otra parada en el relato. Y esta vez no dije nada y aguardé con paciencia que Amalia retomase el hilo de la historia. Y continuó: “Así fue la relación entre nosotras y con su hermano durante la niñez. Pero al llegar a la adolescencia él cambió de pronto. En un solo día se produjo su transformación. De ser un niño se convirtió en un muchacho ante mis ojos. Un chico guapo y derecho como un junco que tenía en su cuerpo la flexibilidad del mimbre....... Clara y yo estábamos en el río a media tarde, charlando de nuestras cosas, y sin advertir su presencia ella me propuso darnos un chapuzón desnudas. Y a mí, que no hacía falta que me insistiesen en cosas de ese tipo, me adelanté a ella en quitarme el bañador y correr hacia el agua. Pero apareció él. Surgió de entre unas matas sin nada que tapase su cuerpo y me quedé parada en seco sin poder dejar de mirarlo. Lo vi tan hermoso y tan cambiado que no pude decir ni una palabra. El niño de ayer era un joven que me dejó sin respiración y me hubiera cortado el hipo de haberlo tenido en ese momento.......  Clara le llamo guarro y cubriéndose el pecho con el bañador le gritó para que se marchase. Pero él no se movió ni se cubrió con las manos el sexo y yo sentí un sudor por mi espalda que me paralizó”. Y la mujer le dio otro sorbo al vaso de agua y esta vez no pude reprimirme y le atosigué para que hablara. 
Y ella habló no para mí sino para ella misma: “Nosotras éramos dos adolescentes agraciadas, por no decir bellas. Pero él me pareció el joven más guapo de la tierra y aquel cuerpo me impresionó y se grabó en mi alma dejándola tocada para siempre. Y al ver sus ojos grises observé un brillo distinto y me di cuenta que su gesto y su cara eran diferentes también. No me miraba como lo había hecho hasta el día anterior. Parecía otra persona y su chispa maliciosa de antes se tornaba en una mirada profunda e incluso dulce........ Entonces, lejos de avergonzarse de su desnudez, se acercó a mí y cogiéndome de la mano me dijo que corriese con él hasta el agua para nadar juntos...... Y yo obedecí y me fui de su mano como una cordera. Clara se enfadó conmigo y me llamó tonta, pero no tardó ni diez minutos en seguirnos y venir a refrescarse en la frialdad de aquel río que a partir de entonces sería testigo de algo más que de la simple amistad entre tres jóvenes con ansias de vivir”. 
Y Amalia se calló otra vez y al insistirle para que continuase me dijo que estaba demasiado cansada para seguir contándome más cosas. Que lo dejásemos para el día siguiente y me prometía terminar de contármelo todo cuando fuese a verla por la tarde. Me sentí como si me quitasen algo muy importante o me abandonasen en medio de un gentío en plena plaza pública. Pero noté que Amalia estaba sudando y, sin embargo, daba la impresión que un hondo escalofrío sacudía su cuerpo por dentro como si estuviese helada. Hasta su cara palideció y, muy a mi pesar me despedí y me marché de su casa. Y nada más dar unos pasos por el camino, oí la voz de Alfredo a mi espalda y poniéndome una mano en el hombro me dijo como si no se hubiese separado de mi lado en todo ese tiempo: “Te acompaño hasta el puente como te prometí......... Y mañana te espero en mi casa para volver al río”.

4 comentarios:

  1. Maestro nos deja cada vez más interesados. Parece que hay muchos pecaditos escondidos que la señora Amalia tiene que confesar.
    Muchos besos

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  2. Más que pecaditos puede que tan sólo sean flaquezas del espíritu y la carne. Besos

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  3. Aplausos Maestro! q manera de entretejer palabras! Gracias por compartir tan maravilloso relato q me tiene atrapada.
    Me quedo esperando a ver q nos cuenta Amalia...
    Besotes
    Eli

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  4. Me gusta eso de entretejer palabras. Creo que es una de los mejores elogios que se le pueden decir a alguien que intenta trasmitir una historia a sus semejantes. Los vocablos que constituyen una lengua son los hilos de la trama que da forma al lenguaje. Esa maravilla por la que podemos comunicarnos y sobre todo entendernos, Y eso a veces es lo más complicado y difícil, pues es más frecuente la incomprensión que el entendimiento, desgraciadamente para la humanidad. Yo también estoy a la espera de lo que nos cuente Amalia. Y será cuando ella considere que ha llegado el momento de contarlo. Besos, querida amiga

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