
Y corrí como una saeta en dirección al puente y lo crucé con el corazón en la boca del sofoco que llevaba al acelerarme tanto por llegar cuanto antes a casa de Amalia. Ella estaba en el corredor, sentada en su sillón de mimbre y pelando unos guisantes de su huerta, con tal minuciosidad que más parecía que los expurgaba. Y subí a verla y sin respiración ni siquiera sentarme le espeté de buena a primeras: “Ya sé quien es Alfredo!”. “Ya te dije quien era”, respondió ella. Y yo insistí: “Me refiero a ese Amigo que va conmigo al río y que se esconde para que no lo veas”. “Ese amigo misterioso que según tú estaba en la casa grande?”, dijo ella. “Sí”, afirmé. “Y quién es?”, me preguntó Amalia. Y con una cara de triunfo como sólo corresponde a un ganador del mayor premio del mundo, le solté: “Es el hijo de tu amiga Clara”.
Ella calló y fijó la vista en los guisantes. Y yo añadí: “Me lo dijo él ayer cuando nos despedimos en el puente....... Le pregunté como se llama su madre y el me respondió que su nombre es Clara....... Ahora está claro por que dice ser el dueño de la casa grande y estar viviendo en ella”.

Al volver Amalia, acomodó y ahuecó los cojines para estar más cómoda y se sentó en silencio en su sillón de mimbre.Yo la miraba y ella sólo desplegaba una servilleta para dármela y evitar que me manchara la ropa con el jugo de las ciruelas. Y en cuento mordí la primera claudia, pues le eché mano a una antes de meterme de lleno con la manzana, Amalia empezó a hablar: “Después de la muerte de Alfredo, el carácter de Clara se agrió y se hizo aún más firme y radical, al punto que no hubo día desde entonces que no discutiera con su padre por algo, aunque fuese intranscendente. Su madre sufría mucho por eso, pero la abuela la veía cada más más parecida a ella y estaba de acuerdo en que la mayor parte de las veces la nieta tenía razón y su hijo no. Clara adoraba a su hermano y las dos nos consolábamos como podíamos por su pérdida, pero sin decirlo culpábamos a don Amadeo de aquella desgracia; y Clara nunca le perdonaría a su padre ni eso ni otras cosas que ocurrieron después”. Amalia se tomó un respiro, pero no me dio tiempo a otra cosa que limpiarme la boca para enfrentarme por fin a la manzana.
Y ella prosiguió: “Al año siguiente Clara quiso irse a estudiar a la capital y, en contra de la voluntad de don Amadeo, que consideraba que una mujer no debía andar sola por el mundo y menos a su libre albedrío, ella no quiso ir a ninguna residencia de monjas, ni nada parecido, y se instaló con unas compañeras de estudios en un piso, sin que nadie las controlase ni les dijese a que hora tenían que recogerse en casa ni nada por el estilo. Cada vez venía menos al pueblo por no estar en la casa grande ni tener que ver a su padre; y eso entristecía mortalmente a doña Adela y también a la abuela, que, sin decirlo, sentía la ausencia de la nieta como un duro castigo que ni ella ni la nuera merecían........ Y un día llegó la noticia a la casa grande que desató el caos en esa familia. Clara se enamoró de un guaperas, al que sólo le importaba el dinero de la familia de la chica y sin más oficio ni beneficio que sus buenas maneras y una cara de don Juan de pacotilla, y tras varias trifulcas con don Amadeo, que en esto no le faltaba razón, Clara amenazó con irse con ese sujeto y olvidarse para siempre de que su familia quedaba en el pueblo, sino daba su consentimiento don Amadeo. El padre no dio su brazo a torcer y amenazó a la hija con desheredarla si se casaba con ese individuo, pero ella, terca como una mula y encastillada en sus trece, se largó con el tío dejando a su madre y abuela heridas en lo más profundo del corazón. Y ni le dio tiempo a casarse con ese sujeto, puesto que al saber el sinvergüenza que el suegro nunca lo admitiría en su casa, ni le daría un real, y que encima Clara estaba embarazada, la dejó sin avisar ni mediar más palabras que la clásica excusa de ir a comprar cigarrillos al bar más cercano”.
Amalia se enjugó una lágrima y sintió la necesidad de beber agua para mojar la angustia que tales recuerdos le traían a su pecho. Fue a la cocina y regresó con un gesto de cansancio que jamás había visto en ella y se dejó caer en el sillón para continuar con la historia de su amiga Clara. Y dijo: “El orgullo la mato y no quiso volver a su casa para tener a la criatura que llevaba en el vientre. Yo me ofrecí a ayudarla y albergarla en mi casa como si fuese mi hermana, lo cual de algún modo era cierto, ya que mi amor por Alfredo nos convertía a las dos en mucho más que amigas y más que hermanas....... Pero ella no quería volver al pueblo y me mintió diciéndome que no estaba sola y no le faltaría quien la atendiera si necesitaba ayuda. Una tarde fui a la casa grande para visitar a las dos señoras y las vi muy acongojadas, pero a doña Adela especialmente alicaída y sin ganas de vivir ni de hacer otra cosa que no fuese llorar por su hija y el fruto de esa desventurada relación que sin culpa iba a pagar las consecuencias de orgullos mal entendidos y mentes ancladas en sus rígidas convicciones, sin ser capaces de entender o intentar comprender a los seres más cercanos.......... Ellas me dijeron que no tenían noticias de Clara desde que se enteraran por otras personas de su embarazo y del abandono en que la dejara el muy cabrón hijo de puta que la engatusó con el único interés de su codiciada fortuna....... Yo tampoco sabía mucho más que ellas, porque Clara ni me escribía ni conocía a nadie que pudiera darme noticias de mi amiga.......... Padecí lo indecible aquellos días!...... No puedes ni imaginar lo que duele saber que alguien que amas te necesita y no quiere acudir a ti pidiendo ayuda ni tampoco permite que otros te avisen de que está en peligro para ir a solucionar sus problemas, si todavía está en tu mano hacerlo”.
Amalia bebió otro sorbo de agua y se secó los labios con su pañuelo. Y sin mirarme continuó: “Un día llegó una carta de Clara....... Me decía que estaba mal y que el embarazo se le complicara con no sé que cuestiones derivadas de su matriz o algo parecido....... El caso es que fui en cuanto pude a la capital a verla y me encontré con una mujer envejecida y agotada, en cuyo cuerpo no quedaba nada de la niña que fuera mi amiga........ Estaba débil y vivía en condiciones bastante duras y se me partió el alma viéndola en ese estado tan calamitoso. Sin que ella lo supiera y sin pensarlo dos veces, telefonee a don Amadeo y le conté como había encontrado a su hija.... Y el muy jodido y puñetero me contestó que ya no tenía hija alguna, porque para él estaba muerta desde el día en que se fuera con un golfo en contra de su voluntad y sin atender a más razones que sus caprichosas ganas de hacer su santa voluntad. Y por tanto, ni la admitía en su casa ni quería saber nada de ese hijo bastardo que llevaba en el vientre...... El muy burro de don Amadeo terminó de destrozarme el ánimo y sentí unas ganas enormes de volver al pueblo y partirle la crisma al muy desgraciado!..... No sólo me había dejado sin mi amor, sino que ahora no iba a poner nada de su parte para salvar la salud y la vida de mi amiga, que era la única hija que le quedaba al muy cabrón!...... Perdona estas expresiones, pero estos recuerdos me calientan demasiado para andarme con blanduras y zarandajas”.


Cuando amalia calló, no sabía ni que decir ni que hacer. Y ella me acompaño hasta la puerta y me recomendó que no cogiese demasiado sol porque todavía estaba muy fuerte a esas horas. Y que le hiciese confesar a ese extraño amigo que me había echado quién coño era y que no me tomase el pelo con historias falsas y semejantes boberías. Ella me remarcó que la casa grande no tenía dueños que fuesen descendientes directos de don Amadeo; y por tanto mi Alfredo sólo podía ser un impostor que quería tomarme el pelo. Pero yo la oía hablar al despedirme y, sin embargo, no la escuchaba porque en mi cabeza volvieron a cruzarse imágenes e ideas que me trastornaron los sentidos y eché a correr en dirección al puente, sin ganas de ir al río ni de volver la cabeza por si veía detrás mía a Alfredo. Del otro lado del puente estaría a salvo y ya no me quedaban redaños para intentar retornar a esta otra orilla del río donde Alfredo se movía como pez en el agua. Yo no me movería de esa otra a la que él no pasaba y en ella no me encontraría más con ese muchacho al que tomé por amigo y solamente quiso burlarse de mí con mentiras. O lo que es peor, haciéndome creer lo que la naturaleza y la ciencia niegan. Los muertos no se mezclan con los vivos ni les hablan. Y menos los besan y abrazan como lo hiciera Alfredo conmigo. Y eso me descorazonaba.
Con cada capítulo una nueva intriga!!!!
ResponderEliminarQué nos tiene preparado Maestro?
Besos
Ni yo mismo sé que nos tienen preparado estos muchachos. Besos
ResponderEliminarRecuerdo como la emociones eran un sube y baja en la adolescencia y como todo se magnificaba... la decepcion, la angustia, el dolor, la traicion y lo sobrenatural!!!
ResponderEliminarVeremos como pueden resolver estos conflictos nuestros entrañables protagonistas...
Besotessssss
Eli
La adolescencia es la fase en que la persona vive todo con la máxima intensidad y no sólo el deseo o ese cúmulo de sentimientos dulces y amargos, a veces, que consideramos amor. Estos personajes, como a todos nos pasa, tienen que encontrar su lugar en su propia historia. Besos
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