jueves, 21 de julio de 2011

La casa grande II

Hace calor. Me resulta sofocante este calor que se te pega al cuerpo antes de la media tarde en estos día del verano en que al sol se le da por hacerse notar y lograr que nos enteremos de lo bien que se está después de comer, durante la hora de la siesta, sintiendo un aire fresco que invita a taparnos con una ligera sábana. Hoy noto el mismo calor que aquella otra tarde y siento también la misma comezón por no quedarme en casa y salir corriendo al río. Pero aquí no tengo ningún río cerca para refrescarme en sus aguas de fondo fangoso.
Y acaso aquel día realmente tenía tantas ganas de remojarme en el agua fría del remanso al que solía ir en esos veranos pasados en el pueblo?. Nunca me lo planteé seriamente entonces y no quiero hacerlo ahora. Pero aquel día, tras la comida en familia, con toda la pesadez del calor exterior y el familiar también, sólo tenía en mi cabeza la idea de irme con mi bañador y una toalla, a pesar que bien sabía que la prudencia aconsejaba no exponerse gratuitamente a esa solanera asfixiante que nos caía encima y esperar un par de horas al menos para salir con la fresca.
Pero yo no estaba para frescas esa tarde y algo en mi me decía que pusiese alguna excusa aceptable para convencer a mi madre y me dejase ir sin más tardanza al río. Y no me fue fácil convencerla, pero ser el único hijo varón tiene algunas ventajas, sobre todo con mamá. Y ni miré para atrás por si ya se había arrepentido mi madre y me llamaba otra vez para que descansase un rato y no fuese a pasar tanto calor por esos caminos, como solía decir ella.
Mi cabeza no paraba de darle vueltas a mis obsesiones y con ellas lidiando llegué frente a la casa de Amalia. Las contras estaban cerradas y el silencio  indicaba que estaría sesteando, pues era improbable que a esas horas una persona cuerda como ella se aventurase a andar fuera de su casa con un sol de justicia sobre su cabeza. Dudé si llamarla y pensando mejor las cosas empecé a alejarme en una dirección posiblemente equivocada. Equivocada, porque no sería el que eligiese el camino más directo para ir al río, sino que tomaría por ese otro sendero que daba un rodeo más largo. Pero lo significativo de esa otra ruta era que pasaba muy cerca de la casa grande. 
Y ya había dado varios pasos y oí la voz de Amalia a mi espalda llamándome. Volví la cabeza y allí estaba plantada en la puerta de su casa, mirándome con una sonrisa y los brazos en jarras. La salude y ella exclamó con esa voz tan dulce que todavía tengo en mis oídos como si la oyese ahora: “Dónde irás con lo que está cayendo, alma de cántaro!. Anda, ven y siéntate un rato conmigo que vas a coger una insolación”. Y como el niño que cogen en falta, di media vuelta y fui hasta ella sin saber que decirle ni como explicar una salida sin esperar la fresca, como era costumbre en el pueblo y aconsejaban los viejos que todo lo saben y normalmente suelen acertar en sus pronósticos y aseveraciones.
Aquella mujer no sólo sabía cosas que yo deseaba conocer respecto de la dichosa casona, sino que también podía leer mi pensamiento y saber cuales eran mis intenciones, aún sin estar muy seguro de ellas yo mismo. Pero no dijo nada ni me reveló sus sospechas sino que se limitó a hacerme pasar y decirme que me sentara en una de los dos mecedoras que tenía en la sala. Y me preguntó: “Te apetece una fruta bien fresca?”. Cómo sabía ella cuales eran mis gustos y de que modo conocía los mejores métodos para sujetar a un hombre, aunque tan solo fuese un chaval, y hacer que retrases sus planes inmediatos; si es que yo en verdad tenía un plan concreto esa tarde. Cosa de lo que entonces no estaba muy seguro y mucho menos decidido a dar el gran paso que giraba por las noches en mi mente antes de quedarme dormido.
Yo le respondí con la cabeza aceptando su oferta y ella fue a la cocina sin dejar de hablarme del calor y otras cosas que yo apenas le puse atención. Y al volver me alargó una de sus manzanas secretas. Y eso era un placer en si mismo. Eran de color verde claro. Ese que se suele calificar y definir como verde manzana. Lisas, brillantes y perfectas y redondas como esferas. Unas manzanas de anuncio!. Lo que más me llamaba la atención de esos frutos de Amalia era que naciendo en un árbol enano, escondido bajo una cepa, las manzanas eran grandes. Aunque también es cierto que cada manzano debía dar una sola por falta de más espacio. Eso no lo sé seguro, pero ahora que lo pienso intuyo que sería así. Ella decía que eran japoneses tales manzanos. Yo ignoro ese extremo todavía hoy, porque nunca más les he vuelto a ver y comer; y entonces me importaba un bledo la nacionalidad de las manzanas, todo hay que decirlo.
Eran tan ricas!. Al morderlas crujían como si fuesen de cristal y te salpicaba la boca su abundante jugo de un sabor exquisito. Al ver la manzana en al mano de Amalia casi se me fue el santo al cielo y con él las tentaciones que rondaban por mi alocada cabeza. Ella me miraba y yo mordía con unas ganas locas la manzana; y sin más preámbulos me dijo: “Adela..... Doña Adela para los del pueblo..... Así se llamaba la última señora de la casa grande”. 
Quedé paralizado y a medio masticar un bocado de manzana. Lo tragué como pude y casi sin paladearlo, pregunté: “Y quien era esa señora?”. “La mujer de don Amadeo. El amo de la casa grande”. Yo ni respiraba ni abrí la boca para comer otro cacho de manzana ni para decir nada. Y Amalia añadió: “Ella era una buena mujer, encantadora y muy agradable tanto en el trato como por su aspecto.... No es que fuese una mujer hermosa, pero compensaba eso con una elegancia y un saber estar que cautivaba a cuantos la trataban.... Y lo más importante era que se portaba bien con todo el mundo...... Doña Adela se hacia querer y al morir todos dijeron que su marido sentía por ella tal adoración que no soportó su muerte. Lo cierto es que tres meses más tarde también él se fue al otro mundo”.
“Y de que murió ella?”, pregunté. “De un mal en el alma fundamentalmente. Aunque los médicos dijeron que eran fiebres o una mala gripe que derivó en neumonía. Eso ya no importa y además da igual una cosa que otra. Pero yo sé que la mató la pena. Y él se fue apagando al faltarle ella o a causa de no tenerla cerca por culpa suya en gran parte. Los médicos también se sacaron de la manga un diagnóstico y afirmaron que fue el corazón quien se lo llevó. Y en eso acertaron más que con ella, porque es verdad que murió al faltarle su mujer y podría pensarse que era por no soportar la nostalgia de su pérdida...... Eso sería algo muy romántico. Sin embargo, no creas que fue por amor simplemente. Nostalgia puede que sí, pero para mis entendederas y conociendo la causa del sufrimiento de Adela, te aseguro que a él lo mató más el remordimiento que el amor. Y al verse solo y sabiéndose responsable en alguna medida del dolor de su mujer, todo eso derivó en una profunda tristeza que le paró el corazón tras secarle el alma”.
La escuchaba embobado y la carne de la manzana empezó a colorearse de oxido alrededor de mis mordiscos. Pero no quería ni mover un dedo para que Amalia siguiese contando esa historia que me fascinaba aún sin conocerla al detalle. Y ella me recordó mi manzana, bueno la suya, pero que ya era mía porque la tenía demasiado mordida para dejarla y no terminar de comerla. Y yo, que quería saber más y no me pregunten si esa curiosidad era sana o insana, porque me daba lo mismo entonces y me sigue importando un comino ahora lo que pueda pensarse en ese sentido, pregunté cual era esa pena que matara a doña Adela. Y en ese punto Amalia me cambió de conversación y me dejó con la miel en los oídos y muy fastidiado al no contarme más sobre esa pareja que fueran los señores de la casa grande.
Y con muy buenas palabras me despidió diciéndome que si me retrasaba más se me pasaría la hora de bañarme en el río. Y cogí otra vez mi toalla y con la mente más caliente que antes de hablar con ella, me fui caminando hasta llegar a la bifurcación del camino que llevaba al río dando un rodeo para pasar por la que fuera mansión de don Amadeo y doña Adela. Dependía de mí solamente seguir recto y llegar al río sin complicarme las cosas, o torcer a la izquierda y arriesgarme al influjo de la dichosa casona que parecía llamarme con sus ruidos y su misterioso aire de un pasado medio sepultado y un incierto futuro para su conservación. 

4 comentarios:

  1. Ahhhhh Maestro!!! no vale! nos dejo con toda la intriga! cuando se desvela el misterio???? que sea prontito por favor!
    Besotesss
    Eli

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  2. No tengas tanta prisa que aún faltan personajes por salir para desarrollar la trama y llegar a despejar las incógnitas. Besos

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  3. El relato es tan rico como esa manzana!
    Besos

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  4. Te puedo asegurar que ese tipo de manzanas son exquisitas. Y da gusto morderlas. Besos

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