sábado, 9 de julio de 2011

Reflexiones del barón

Una fresca brisa se une al cálido soplo que se junta con el húmedo aliento de dos bocas unidas sin querer despertar. La tiniebla se rasga con un tenue haz de luz mortecina, en el que bailan millares de motas de polvo jugando con el último sueño que todavía permanece en el aire sin terminar de marcharse. Se escucha el viento silbar, pero no resopla tan fuerte como para librar a sus mentes del sopor de la siesta. Lo que oyen es la resaca del mar sobre la arena y los golpes que pega al batir en las rocas que rematan la playa. Siguen dormitando, pero ya sienten el calor del deseo que se despereza. Y la sensibilidad se trasmite desde las yemas de los dedos para recorrer todo el cuerpo, que reclama sofocar el ardor de una atracción sin fronteras que impidan traspasar los límites de lo apetecido y ansiado por el amor. Todo es posible y nada es incorrecto cuando es el corazón quien manda y aviva la pasión entre dos seres; y nadie puede erigirse en juez ni creerse en posesión de la verdad para evitarlo, pues nada debe coartar la libre voluntad de un deseo consciente que reclama su derecho a la felicidad y a la dicha de gozar según dicta su verdadera naturaleza. Por eso ni el viento molesta ni pretende romper la magia que se vierte entre unas sábanas revueltas. 

Por eso el mar sólo pretende arrullar con su cadencia ese despertar que volverá a encender la llama de un fuego abrasador que jamás terminará de consumir a los que aman. Hasta que un día solamente quede el rojo rescoldo que va anunciando la proximidad del final. La terminación de lo que fue una bella historia de amor que únicamente dejará un poso en el alma para recordar y revivirla al llegar el frío de la soledad  

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