domingo, 10 de julio de 2011

Reflexiones del barón

Algunos piensan que no es frecuente que un hombre se enamore perdidamente de una mujer mayor que él; y en algunos casos la sociedad los mira con recelo y piensan que otros motivos menos puros que el amor mueven al joven a yacer con esa mujer que le supera en edad y posiblemente también en experiencia. Parece como que el macho tenga que dejar clara su posición dominante y prepotente sobre la hembra, siendo ella no sólo más frágil sino más joven e inocente también. Por supuesto es habitual dar por hecho que ella ha de ser hermosa, al menos a los ojos de ese hombre que la desea; pero esa es una cuestión que está dentro de los gustos personales y las fantasías eróticas de cada cual. 

Y una lectura que ahora me entretiene me hizo reflexionar en esto y quiero comentar uno de estos casos, sobre el que versa este libro, en que un hombre pone su lasciva mirada y brota su lujuria ante el cuerpo de una mujer que le lleva unos años más. Se trata de un adolescente que conviviendo casi a diario con una bella joven, siete años mayor que él, ésta despierta en su tierna carne el fuego de la pasión y le atrae por encima de cualquier otro ser. 

La historia podría ser una mera anécdota sin importancia si no fuese porque el joven era un príncipe adolescente y la joven, una gentil muchacha que fuera dama de su madre la reina y emperatriz, cuando surge ese abrasador deseo hacia la chica en el corazón del muchacho era dama de la infanta María, hermana del tierno galán. 

El ardor del príncipe, con tan sólo dieciséis años, lo consumía al verla y soñarla. Y esas prietas carnes y el recio cuerpo bien proporcionado y esbelto del muchacho, cautivaron a la dama que a sus veintitrés años aún no conociera varón. Los dos eran atractivos, con la piel muy blanca y los cabellos rubios; y las brillantes y punzantes miradas de sus ojos claros les atravesaban el alma dejándolos indefensos la una frente al otro. 

Se amaron y se agotaron en besos y caricias durante noches enteras hasta que el alba les obligaba a separarse para atender las respectivas obligaciones, que con el paso del tiempo los separaba irremediablemente. Ella se debía a su señora la infanta, que descubrió los amoríos de su hermano y su dama y no los vio con agrado, pues aquel joven se debía a los reinos que un día heredaría de su augusto y poderoso padre el rey emperador. Y él, tenía que cumplir su alto cometido como sucesor de un trono que lo colocaba ante responsabilidades posiblemente impropias para un mozalbete medio imberbe aún. 

Y pronto el chico tuvo que contraer un matrimonio de interés antes de cumplir los dieciocho años con una prima carnal de su misma edad, gorda y poco agraciada, a la que nunca quiso y no soportaba su contacto. Y siguió amando a su enamorada en contra de la cordura y los consejos de quienes lo rodeaban. 

Ella lo adoraba y se moría por el muchacho y penaba ante las separaciones forzadas a las que se veían obligados a causa de la posición del joven príncipe y su reciente matrimonio con la princesa María Manuela de Avis. 

Y la tragedia liberó al príncipe de su no deseada esposa al morir ésta de parto de su primer y único hijo. Un varón mal formado y débil que bautizaron con el nombre de Carlos como su abuelo paterno el gran emperador del Sacro Imperio y rey asociado a las coronas de su madre doña Juana, la llamada reina loca. 

Y volvieron a consumirse en vigilias de amor pegados por el sudor que brotaba del delirio de una inagotable calentura que los trasportaba fuera de ese mundo en el que no les permitían ser felices juntos. Y ella cambió de señora y pasó a servir como dama a la hermana menor del príncipe, la infanta Juana. Y ésta tampoco vio con buenos ojos los amoríos de su dama con su apreciado y atractivo hermano el príncipe Felipe. 

Y pasados unos años, la razón de estado jugó otra mala pasada a la pareja; y él, que ya tenía veintisiete años, tuvo que contraer nuevo matrimonio con otra mujer, también mayor que él y quizás prematuramente envejecida por la difícil vida que llevó hasta suceder a su padre en su corona, que no le gustaba nada al muchacho. Pero esa nueva esposa, prima hermana de su padre, doce años mayor que el príncipe, era la reina de Inglaterra y eso bastaba para justificar el sacrificio a que se veía abocado el apuesto heredero de un imperio. 

Y qué importaba que tal boda volviese a mortificar una vez más a su adorada amante la hermosa dama, cuyo nombre era el de la difunta madre del príncipe, Isabel. 

Y no era la mayor edad de su futura esposa lo que desagradaba al príncipe en principio, como tampoco fuera motivo para gustar de su primera mujer que tuviese los mismos años que él. 

Sencillamente no las amaba ni soportaba su compañía. Y sus cuerpos no le atraían para nada ni ellas despertaban la menor lujuria en el vigoroso mozo que con la otra, su amada Isabel, era un fogoso amante incansable e insaciable para libar con ella el elixir del placer carnal, porque su tersa piel de nácar y sus redondos senos lo dejaban sin respiración y se creía morir solamente con rozarla. 

Simplemente entre ellos dos había amor sin reparar en la condición y la distancia abismal que los separaba dado el papel que les tocara desempeñar en este mundo, que con frecuencia parece estar medio loco para no ver los verdaderos sentimientos que unen a dos personas que se necesitan y se buscan con un deseo infinito de gozar en plenitud lo mejor de ellos mismos. 

4 comentarios:

  1. Gracias por compartir esta historia de idas y venidas q reflejan como usted dice este loco mundo...
    Besos
    Eli

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  2. Gracias a ti por visitar y acompañarme en esta casa virtual done me encuentro con mis amigos. Besos

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  3. Creo que prefiero la locura a la cordura...
    Tal vez este confundiendo la locura con la pasión, y la cordura con la lógica...
    Será porque cada día me siento más animal que hombre? :)
    Besos Maestro, como siempre me da un gran placer visitarlo en su casa virtual.

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  4. Y yo admiro ese tipo de locura que vuelve a una criatura en un ser tan especial que no parece de este mundo. Y a veces debe ser cordua, pero no simple a lo lógico se le llama cuerdo. Y la pasión si es la locura de amar con todo tu ser y sin medir en nada la entrega toso a lser amado. Y eso es el mejor sentid deñ la lógica que pueda regir nuestros actos. Y si tú crees sentirte más animal que hombre, me afirmas en amar mucho más a los animales. A mi también me da un gran placer visitar tu casa y que vengas a la mía para recibirte con todo mi afecto. Besos

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