miércoles, 6 de abril de 2011

Reflexiones del barón

Calor. Sensación interna que noto en mi cuerpo sin necesidad que el tiempo fuera de mí alcance mayor temperatura que la de mi sangre. Calor en el alma, quizás, pero siento que me ahoga el aire y el sudor corre por mi espalda como si el sol me diese de plano y no tuviese una maldita sombra donde resguardarme de su efecto abrasador. Calor en la frente que se perla de gotas que caen por las mejillas en busca de un precipicio asegurado al terminar su camino hacia la barbilla. Calor en el centro de mi ser y en las estribaciones del sexo por las que fluye la vida con toda la fuerza de mi sangre. Calor que me lleva al deseo y al ansia de tener a otro cuerpo entre mis manos y abrazarlo con tanta intensidad como me permitan mis brazos, que siempre será inferior a la de mi afán por gozarlo y dar placer también. 

Ese calor me enerva y me inquieta durante la noche, pero tampoco me abandona el resto del día y busco aire fresco para mi calentura sin conseguir apagar del todo la tremenda sed de amar que aún me consume. Y le pido al sol que descanse y no caliente más mi cuerpo con sus rayos, pero ignora mi ruego y sigue apretándome contra el suelo como queriendo freír mis huevos en esta sartén en la que me encuentro. Y me doy cuenta que no es sartén ni parrilla sino mi cama con sabanas limpias, pero mojadas de delirante necesidad de placer. Ese mismo deleite que en otras noches alivió la desazón que me urgía sentir el latido de otro corazón a mi lado y notar su transpiración y oír su respiración y esos gemidos sincronizados con mis jadeos, que aumentan la pasión y caldean el aire. El calor me abrasa esta noche y la ventana sigue abierta de par en par y noto en mi cara la brisa fresca del mar que no consigue que enfríe mis ganas de amar     

4 comentarios:

  1. Maestro, ese fuego nos quemará hasta convertirnos en cenizas, es signo que estamos vivos.
    Como siempre me deleito leyendolo.
    Besos

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  2. Estamos vivos. Más vivos cuanto más necesitamos estarlo para gozar y hacer disfrutar a quienes amamos. Y por eso deseamos consumirnos hasta fundirnos con el ser amado, ya sea dominando o siendo dominado. Yo me deleito leyendo tus confidencias. Besos

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  3. ¡Qué par de poetas! ¡Que tipos apasionados! Si todos los hombres fueran como ustedes!
    A mí también me deleita leerlos a ambos.
    Besos

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  4. Gracias Dama. También haría falta que más mujeres fuesen como tú. Besos

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