sábado, 17 de septiembre de 2011

La casa grande XIX

Después de lo del río, la vida en la casa grande no se vio afectada en nada, ni las relaciones entre los dos muchachos parecían haber cambiado, al menos durante los primeros días. Y una tarde en que me encontraba muy melancólico, le pedí a Alfredo que me acompañase hasta la casa de Amalia, que no andaba buena por aquel tiempo y se la veía con mala cara. Aunque ella sólo lo achacaba al cambio de tiempo y a los años, el caso es que mi buena amiga estaba pachucha y lo menos que podía hacer era verla y darle compañía un rato, aunque no me ofreciese de merienda algo rico o me trajese alguna sabrosa fruta de su huerta.  
Amalia estaba sentada en el corredor y me recibió con la misma alegría de siempre y nada más sentarme a su lado, me dijo: “Menos mal que has venido esta tarde...... Quizás mañana ya no me encontrarías aquí”. No sabía, o no quería interpretar sus palabras, y le pregunté: ”Es que te vas a alguna parte?”. “Sí”, me respondió lacónicamente. Y sin dejar que le pidiese más explicaciones, añadió: “Tú también tendrás que irte algún día..... Todos vamos desfilando y ninguno se queda aquí”. Miré a mi amiga preocupado y le pregunté: “Qué quieres decir?....... Con quien te marchas?”. Y mirándome fijamente a los ojos, dijo: “Con él......... Ayer me dijo que vendría a buscarme, pero no me indicó el día...... Sólo me anunció que sería muy pronto........ Al fin volvió a mí ese muchacho de ojos grises y he de irme con él”. “Te refieres a Alfredo?”, pregunté innecesariamente. “A quién si no!”, exclamó ella. Y me quedaron ganas de indagar a cual de los Alfredos se refería, pero no hizo falta porque Amalia me aclaró con la mirada que estaba hablando de su Alfredo y no del mío.
Sentí una enorme pena por mí, ya que no por ella, pues al fin se reunía con el hombre que amó durante toda su vida. Quizás tarde, podría pensarse, pero para ella no lo era. Para Amalia era la mejor época de su vida en la que podría disfrutar con ese muchacho que tanto quiso y tanto deseó a lo largo de los años. El vendría a buscarla y eso era lo principal. Y les quedaba el resto de una eternidad para gozar juntos una existencia feliz y sin trabas de ninguna clase. Miré a mi alrededor buscando al otro Alfredo, al mío, y allí estaba serio y sin decir palabra. Me pareció que le molestaba que el auténtico Alfredo apareciese en escena, quizá por temer que le restase protagonismo, o le pidiese cuentas por la usurpación del nombre y el físico. Y aunque Amalia estaba presente, le pregunté a mi amigo en voz alta: “Y que le vas a decir al verdadero Alfredo si te ve en su casa y aparentando ser quien no fuiste nunca?”. El no contestó, pero si lo hizo Amalia: “Ese no se parece a Alfredo........ Puede que su madre lo llamase así y quisiese que los dos se pareciesen y se identificasen, porque ella adoraba a su hermano. Pero este sólo tiene un ligero parecido con su tío. Al menos en cuanto al físico. Del resto no puedo opinar porque no lo conozco lo suficiente, ya que hasta hoy nunca quiso venir a mi casa y hablar conmigo..... Pero ahora podemos hacerlo y veremos cuanto hay de su tío en él”. 
Yo me quedé perplejo y exclamé: “Acaso lo ves?......... Entonces sabes que está aquí conmigo!....... Ves como no eran invenciones mías!......... Durante tantos años no me creías y ahora puedes verlo y hasta quieres charlar con él......... Pues si ella quiere hablar contigo, tú no te calles, porque te está viendo........ Qué excusa pones ahora para no decir nada?”. Y Alfredo habló con Amalia y ella le contó muchas cosas de su tío y su madre. Y yo le pedí a mi amiga que también le hablase de sus abuelos y le aclarase quien era la dama del cuadro de quien heredaran su tío y él los ojos grises. Amalia contó despacio  toda la historia de esa familia, mientras yo iba al huerto a buscar unas manzanas de color verde claro que al morderlas crujían como si estuvieses hechas de cristal.
Amalia nos dejó al día siguiente y partió con Alfredo, su Alfredo, con rumbo desconocido. Y mi Alfredo quedó muy triste al no llegar a ver de cerca a ese otro Alfredo que al parecer era su tío, del que heredara nombre, aficiones y aspecto físico. Y yo lo consolé y besé sus labios hasta hacerle olvidar su pena. Pero desde ese día Alfredo nunca más fue el mismo. A veces no tenía ganas de bromas y parecía como si de repente le entrara la cordura en la cabeza. Dejó de tener pinta de adolescente y adoptó la imagen de un hombre maduro igual que yo. Y ahora a los dos nos pintaran canas en las sienes y no nos hacíamos bromas como cuando éramos chavales. Sin embargo no faltábamos ni una tarde al río, ya fuese a caballo o andando y recordando lo vivido hasta ese día y mencionando todo aquello que nos gustaría vivir todavía, pero que manteníamos en cartera como asignatura pendiente.
En la casa grande ya no había misterios que desvelar y nosotros no éramos más que una parte de ella y de su historia. Detrás vendrían otros que la ocuparían, creyéndose sus dueños, sin saber o no darse cuenta que la única dueña de todo era ella. La dama de ojos frises, que no era otra cosa que el alma de la casa grande y su esencia. El resto únicamente éramos accesorios o marionetas necesarias, pero no imprescindibles, para que la casa se mantuviese en pie y no la derribase el paso del tiempo. Pudiera ser que después de mí les tocase esa misión a Castor y a Sol, con ayuda de Miguel o sin ella. sin embargo eso aún estaba por ver y en cualquier caso yo no tenía la intención de retirarme tan pronto y dejarles el campo libre a la pareja de tórtolos que se pasaban el tiempo muerto arrullándose.     
Porque a partir de aquella tarde en el río, Castor se mostraba más obsequioso y empalagoso con su novia, como si tuviese que hacerse perdonar algo indebido. O tenía complejo de culpa por algo, o le había entrado una solitis crónica que lo hacía más vulnerable a las gracias naturales y no tan naturales de la chica; y no pensaba más que en estrujarla y besuquearla en todas partes. No sabía si entre él y Miguel hubiera alguna conversación sobre esa tarde y lo ocurrido a la orilla del río, mas aunque pareciese que nada cambiara, ni mermara su amistad, las miradas que se cruzaban no eran las mismas ni de igual intensidad por parte de Miguel hacía el otro muchacho. Y eso me daba que pensar y me tenía bastante mosca.
Pero una tarde me atreví a interrogar a Miguel y fui al establo, sabiendo que estaba solo, y lo abordé sin preámbulos. Y le pregunté: “Qué pasa entre Castor y tú?”. “Nada que no tenga remedio”, contestó el chaval. Pero yo insistí: “Es por lo que pasó en el río?....... Es algo de lo que nunca hemos hablado, pero sucedió y lo vi como te estoy viendo ahora”. “En parte sí”, respondió Miguel. “Explícate”, le exigí. Y se explicó: “Al día siguiente vino aquí cuando yo estaba cepillando los caballos y sin mediar más palabras ni explicaciones me preguntó si me había dolido mucho”. Eso significaba que supo lo que hacía y era consciente de que violaba a su amigo. 
Y Miguel continuó: “Le conteste que sí. Que me había dolido en el culo, pero no en el alma. Puesto que eso era lo que deseaba desde hacía tiempo, pero no de esa forma y con tan malas maneras”. Osea, que también se dio cuenta de todo y sufrió o gozó sin restar ni una sola de las sensaciones que el otro le hizo sentir y padecer. 
Guardé silencio y esperé a que Miguel hablase de nuevo y lo hizo: “Estaba avergonzado por lo que me había hecho y se justificó diciendo que de repente se vio encima de mi cuerpo y, sin saber si por rabia o por otro motivo, algo le incitó a clavármela y no reparó en hacerlo por la fuerza sin importarle si yo lo deseaba o buscaba eso al besarle en la boca”. “Joder!”, exclamé, pero me callé el resto de mi pensamiento que volvía a creer que Alfredo tuviera más intervención en todo el asunto de lo que el me aseguró ese día.
Pero recapacitando enseguida me di cuanta que tanto Castor como Miguel sabían lo que hacían; y posteriormente Castor intentó justificarse con el otro intentando arreglar las cosas.  Y esa idea se reafirmaba al contarme Miguel que Castor llegó a ponerse violento otra vez queriendo convencerlo que a él sólo le gustaba Sole y no sentía inclinación alguna por él ni por cualquier otro hombre. Castor juró golpeándose el pecho que con quien le gustaba follar era con su novia y el único agujero que le tiraba para meter la polla dentro era un coño y no un culo. Es decir, un culo de macho, porque Miguel bien sabía que más de una vez ese muchacho le había dado por el culo a la chica para evitar dejarla embarazada. Así que la cosa no era de anos sino de nalgas más o menos redondas, tersas, o prietas y recias.
Y Miguel me siguió contando que a las palabras de Castor. justificando su hombría, le respondió: “No tienes por que preocuparte, ni molestarte en demostrar lo que eres, pues sé bien que contigo nunca llegaría a nada y ni siquiera permitiré que se vuelva  a repetir algo parecido a lo que pasó en el río. Y con eso no me refiero a que dejemos de ser amigos como hasta ahora. Simplemente lo que ocurre es que cada uno seguirá con sus inclinaciones sin molestar e incomodarnos uno al otro. Ya sé de sobra que estás colado por Sole y que te van las mujeres solamente. Y no es necesario que me lo repitas, ni te daré ocasión para hacerlo. Y ten claro que no te guardo ningún rencor, porque en realidad me lo busqué yo mismo. Nunca debí provocarte de ese modo y te pido perdón por ello. Lo que si te digo es que con ella nunca hagas lo mismo que me hiciste a mí, porque hace mucho daño, te lo aseguro. Quizás lo que yo necesito es alguien diferente a ti, que sepa apreciar lo que le entrego y me haga sentir que para él soy el ser más importante del mundo. Y tú no puedes hacerlo, Castor”. 
Al escuchar a Miguel no se me ocurrió otra cosa que preguntarle: “Y dónde crees que hallarás a ese hombre..... Esperas encontrarlo en este pueblo?”. El chaval me miró con tal fijeza que me taladró los sesos y respondió: “Sí........ Ese hombre existe y no está lejos....... Ire en su busca esta noche y lo encontraré esperándome para amarme y compartir conmigo el mismo deseo de felicidad”. “Espero que realmente lo encuentres y que ese hombre sea quien te espera”, le deseé con todo mi corazón.
Volví a la casa y no había dado dos pasos cuando a mi lado ya estaba Alfredo más triste que antes y sin ganas de hablar. Me daba lástima verlo en ese estado de melancolía y me paré junto a la gran magnolia y sujetándolo por los hombros le pregunté: “Qué coño te pasa?...... Desde que fuimos a casa de Amalia eres distinto y no te reconozco...... Dime que ha cambiado?”. Alfredo me abrazó muy fuerte y con los ojos húmedos me contestó: “Me temo que no pinto nada aquí y mi sitio ya no está en esta casa..... Esta finca precisa de otros que la disfruten y renueven su energía; y yo debo irme, lo mismo que Amalia y ese otro Alfredo al que mi madre quiso que me pareciera...... Barrunto que muy pronto no me necesitarás y solamente seré un estorbo para ti....... Has asimilado lo suficiente como para ser consciente de tu propia personalidad y cuales son tus necesidades afectivas y sexuales.  Y no precisas quien te guíe e indique lo que debes hacer. Te bastas tú solo y solamente has de aceptar la compañía adecuada para compartir tu vida y mantener en pie esta casa..... La casa grande no puede quedar abandonada ni sentir que sus muros no albergan a nadie. Ella es más importante que quienes la habitan, porque nos hace reales y existimos en función de su supervivencia. Nunca lo olvides”.
Esa noche oía desde mi habitación los gozosos gemidos de Sole y los resoplidos salvajes de Castor, que, por la frecuencia e intensidad de los chirridos de su cama, se podía apreciar la pasión casi bestial del placer de la pareja. Era imposible conciliar el sueño con ese concierto de jadeos y estridencias. Y sin darme cuenta la puerta lateral de mi cuarto se abrió y en el umbral se dibujó la silueta de un joven. Y le pregunté: “Supongo que te molestan y no te dejan dormir”. Y él respondió: “No puedo dormir porque busco al hombre que necesito para realizar mi vida..... Y ellos no me molestan, ni tampoco envidio su gozo...... Yo busco el mío donde sé que puedo tenerlo y dárselo también al que me desea y me espera desde hace tiempo”. “Ya lo has encontrado?” pregunte. Y Miguel respondió: “Sí..... No tuve que ir lejos. Tan sólo tenía que abrir esta puerta y acercarme a su cama”. 
Y totalmente desnudo se acostó a mi lado y sin más palabras amé de verdad por primera vez. Y desde ese mismo instante Alfredo desapareció para siempre de mi existencia. Y mi vida y mis anhelos fueron otra cosa desde entonces y no me importaba nada que no fuese la dicha de mi amante. Ni tampoco me molestaba que alguna que otra vez los ojos de Castor se posasen lascivos en el trasero de Miguel, puesto que ya era mío y nadie más tenía derecho ni oportunidad de entrar en mi santuario.
La casa grande nos atrapaba entre sus muros a dos parejas y Miguel y yo no deseábamos más que seguir juntos en ella hasta que otros ocupasen nuestro sitio, si es que la gran casa los aceptaba como inquilinos, porque ella era la que mandaba y regía los destinos de sus ocupantes.    

6 comentarios:

  1. Maestro, si yo fuera Alfredo volvería a esa casa alguna noche, o algún día a la hora de la siesta y usaría de mi magia para juntar a las dos parejas en un acto de amor donde participaran todos con todos...
    aunque más no fuera una sola vez! :)
    Era una broma.
    Usted ha cerrado esta historia con su magia y nos ha hecho sentir la intensidad de las pasiones de sus personajes.
    ¡Muchas gracias!
    Besos

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  2. Agradezco tu interés al seguirla y pudiera ser una buena opción esa que apuntas. Pero los personajes han preferido unirse en parejas y terminar el cuento sin más trámite. Las tendencias sexuales los separan. Muchos besos

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  3. Felicitaciones Maestro. Es una historia muy bella que nos invita a reflexionar y a cuestionarnos muchas de nuestras conductas. Como nos tiene acostumbrados nos ha envuelto con el misterio y la gracia de los personajes para que una vez desarmados, con la guardia baja, nos enfrentemos con nuestros dilemas.
    Besos

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  4. Gracias ayax. Mis historias intentan entretener, excitar, y también pretenden decir algo más, que no siempre lo logran, pero en algunos casos si llegan a calar y traspasar la superficie de los personajes. Es frecuente que todos necesitemos un acicate para enfrentarnos a nuestros dilemas y miedos. Besos

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  5. Oh me he queda triste... me habia acostumbrado a seguir con cariño la historia de nuestros amigos, ahora las musas lo dirigiran a otro lado Maestro? espero con ansias ver que le susurran...
    Besossss y gracias por contarnos esta bella historia.
    Eli

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  6. Eli, las musas parece que desean descansar una larga temporada y esta historia pone punto final por un tiempo a mis relatos. Todo acaba y creo que el final puede no ser el más esperado pero seguramente es el más lógico. Besos

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