Quien pretenda ser perpetuo no será más que un pobre trozo de piedra que con el paso del tiempo la devora la naturaleza. El musgo trepa y se instala en su piel, mientras que otras raíces hieren el granito y penetran despacio hasta separar la estructura y demoler lentamente la orgullosa fábrica que mostraba antaño. Esa construcción que apenas se sostiene, aún conserva un aire de dignidad como si envolviese voces que conjuran penas murmurando rezos o escuchase de nuevo cánticos y alabanzas rogando una eterna salvación. Y tan sólo es el aire quien habita su desolación y la nada asiste a su paulatina ruina sin estridencia ni más consuelo que la absoluta soledad de su misma existencia que se apaga como la luz sol al llegar su ocaso. Y me atrevo a decir que quizás esa columna en ruinas sea ahora más bellas que lo fue en su anterior esplendor
domingo, 23 de febrero de 2014
sábado, 8 de febrero de 2014
Reflexiones del barón
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