Salir de tu casa siempre conlleva un punto de aventura aunque vayas a otro lugar ya conocido donde te esperan gentes amigas con quienes tienes gran afinidad en muchos aspectos, tanto culturales como en gustos y aficiones, ya que es frecuente que surja algo nuevo e imprevisto o conozcas a otros seres interesantes. Y en mi último viaje a tierras cántabras conocí a un precioso ejemplar, de tan sólo un año de edad, con quien me entendí perfectamente y creo que entre los dos nació una sincera y duradera amistad. Por las mañanas, nada más verme, se alegraba y me hacía cuantas carantoñas y demostraciones de afecto sabía, aunque he de decir que algunas eran algo bruscas, pues dada su raza y su energía propia de sus pocos años, unido todo ello a que aún no controla bien su fuerza y su potencial físico, inevitablemente sus alegres envestidas y abrazos para lamer mi cara o cualquier otra parte de mi cuerpo que encontrase desprotegida, podía sufrir algún rasguño o moratón leve si no estaba oculta por la ropa. Luego se apaciguaba y se tumbaba a mi lado y me miraba con sus ojos grandes y oscuros, llenos de inocente cariño y lealtad. la luz del día jugaba con mil reflejos en su pelo tornándolo dorado a veces o haciendo que el sol se reflejase sobre su su piel brillante. Si yo me levantaba de mi asiento él también lo hacía y venía conmigo a cualquier parte donde quisiese ir, ya fuese para estar más tranquilo y poder leer en silencio o simplemente para estar sin pensar casi en nada. Trueno, que así llaman a este buen amigo, es sin lugar a dudas un buen perro, fiel y cariñoso; y acariciar su oscura capa bicolor me relajaba y me hacía sentir bien conmigo, con este bello animal y hasta con el resto del mundo
jueves, 30 de agosto de 2012
sábado, 25 de agosto de 2012
Reflexiones del barón


Los humanos nos creemos dueños de algo que nos supera y ese algo que nos engloba al tiempo que nos hace sentir minúsculos es la naturaleza.
No somos casi nada dentro de ella y cuando pensamos que somos capaces de crear maravillas con nuestra imaginación y los recursos que vamos encontrando y perfeccionando, ella nos vuelve a colocar en nuestro lugar de meros apéndices de su grandeza y nos hace reflexionar sobre la verdadera belleza de que sólo ella es capaz de realizar.
El aire y el agua pueden crear verdaderos monumentos que nos dejan atónitos y logran que reconozcamos humildemente nuestra pequeñez y las muchas limitaciones que alberga nuestro ser. Al regresar a mi tierra hace unos días y mientras circulaba por la autovía del cantábrico allá por tierras de Ribadeo, de repente sentí la necesidad de acercarme al mar y desviarme hacia la playa de las catedrales.
El día en esa zona estaba húmedo, no lucía el sol y hasta lloviznaba, pero la playa estaba muy concurrida de visitantes que desfilaban admirando la obra del viento y el mar con la misma atención y asombro que cuando se ve por primera vez la magnífica fabrica de un gran catedral levantada por los hombres. Y sin haber altares ni santos, la gente mostraba un respeto por cuanto veía tan profundo y sentido como en cualquier templo destinado al rezo de cualquier religión. Pero yo creo que en esa catedral labrada durante millones de años por fuerzas superiores a nosotros el recogimiento resulta más sincero y allí, entre el olor salitroso del aire y el rumor de un mar siempre inquieto al que no se le debe de perder el respeto aunque se nos muestre algo apacible, sentimos la fuerza de la naturaleza y nos invade toda la energía del universo. Y un dios de innegable verdad y amor se adueña de nosotros y le rogamos que llegue pronto el día en los hombres aprendamos a respetar este mundo y sepamos convivir en la paz del entendimiento y la comprensión con todos lo seres de la naturaleza
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