Se deslizan por un estanque de plata y son hermosos y están orgullosos de su atractiva imagen. Su plumaje negro les da un aire poéticamente sugestivo e incita a imaginar escenas e historias mágicas de una cierta perversión. En su elemento, el agua, son magníficos y sus movimientos tan gráciles y elegantes cautivan a quien los mira. Fuera de ese mudo, húmedo y de aspecto frágil e intemporal, su poca desenvoltura al andar solos sobre la tierra desmerece su gracia, pero incluso en ese trance que tan poco les favorece, mantienen una dignidad que los ensalza y recuperan su fantástica puesta en escena en cuanto inclinan su cabeza y arquean como nadie es capaz ese largo cuello por el que son famosas estas criaturas. Me recuerdan por su belleza y apostura otros seres, que sin dejar de ser hermosos por sí mismos, aumentan su belleza y mérito al verlos en ese espacio, que siendo ya parte de su naturaleza, otro, más fuerte que los posee y domina, ha creado para ellos para realizarse y alcanzar la plenitud de su mano viviendo junto a él.

Ellos también exhiben su prestancia a quienes los miran. Y tan sólo con sus gestos y el aire de gozo que emana de su piel y trasmiten con sus ojos, logran que los deseen sin hacer nada por provocar en otros lo que solamente deben dedicar al ser por y para quien viven. Como los cisnes, nadan en una superficie cristalina de reflejos luminosos al amanecer el día o caer la tarde yendo hacía el ocaso del sol. Y si bien uno quizás prefiera aguas más gruesas y turbulentas, sobre las que deslizarse mostrando su vigor y la energía de su fornido cuerpo, y al otro le vaya más reposar en otras más tranquilas y sin peligros, ambos, con la luna, recobran un ansia desmesurada de vida y su plumaje se vuelve todavía más precioso con los destellos que la pasión de un amor sin barreras ni límites le da a su piel cuajada de gotas de placer para el deleite del amado y deseado señor de su existencia, cuyo presente y futuro está entre sus manos

Ellos también exhiben su prestancia a quienes los miran. Y tan sólo con sus gestos y el aire de gozo que emana de su piel y trasmiten con sus ojos, logran que los deseen sin hacer nada por provocar en otros lo que solamente deben dedicar al ser por y para quien viven. Como los cisnes, nadan en una superficie cristalina de reflejos luminosos al amanecer el día o caer la tarde yendo hacía el ocaso del sol. Y si bien uno quizás prefiera aguas más gruesas y turbulentas, sobre las que deslizarse mostrando su vigor y la energía de su fornido cuerpo, y al otro le vaya más reposar en otras más tranquilas y sin peligros, ambos, con la luna, recobran un ansia desmesurada de vida y su plumaje se vuelve todavía más precioso con los destellos que la pasión de un amor sin barreras ni límites le da a su piel cuajada de gotas de placer para el deleite del amado y deseado señor de su existencia, cuyo presente y futuro está entre sus manos