Cuantas veces se nos presenta la vida como un callejón estrecho sin que podamos ver un final que nos devuelva la luz de un espacio abierto. Las angostas paredes, entre las que andamos, nos asfixian y nos falta la sensación de libertad para respirar a fondo y tenemos ganas de gritar pidiendo aire. Y al llegar a esa ansiada plaza, al final de la estrecha calle, llenamos los pulmones de aire, pero si está viciado puede ahogarnos. Es mejor respirar siempre con cautela y vivir despacio para no arañarnos contra los muros de una calleja
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