Siguiendo con mi ciudad, también diré que antes no había tantas rejas ni alambradas que impidiesen acercarte al borde del mar. Ahora sí. Sobre todo donde están los barcos deportivos. Y el resto, los grandes, también. Y vigilantes y toda clase de precauciones para salvaguardar la propiedad, supongo. Aunque a veces más parece que en lugar de guardar y proteger, lo que se pretende es vigilarnos en todas partes. Da la impresión que ahora todos estamos bajo sospecha de algo. Y no digamos si viajamos en avión. Yo recuerdo un tiempo en que volar era glamuroso y en los aeropuertos te trataban bien y con respeto y hasta deferencia. Ahora, a no ser que seas rico y VIP, es incómodo y el acceso al avión sólo cabe calificarlo como vejatorio. En aras de la seguridad, eso sí. Pero te sientes peor que ganado. Y no precisamente para ser llevado a un concurso y ganar una escarapela de colores por merecer el primer premio. Dentro de poco nos marcan con un código de barras y nos leen al pasar cualquier control. Y eso da igual. Hay tantos que uno más no importa
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