domingo, 26 de diciembre de 2010

Errante

Ariel se decidió a morir matando y echó mano al cuchillo, pero en eso se abrió la puerta de la chabola y una voz imperiosa le ordenó al perro que se callase y estuviera quieto. El animal obedeció al instante y se echó al suelo, como temiendo o la reprimenda o el premio, y el mozo vio ante él la imagen de su salvadora. Quizás por la tensión o el pánico, en los primeros segundos de tiempo ni se había dado cuenta que la voz era de una mujer. Pero ahora se dio cuenta que era joven e irradiaba lozanía y determinación en cada gesto o movimiento de su mano. Y aunque su aspecto no era autoritario, sino afable, al mastín lo había dominado con muy poco esfuerzo, dejándolo a la altura del más dulce de los corderos.

La mujer llevaba el cabello suelto y sus mejillas algo coloradas daban a su rostro el saludable aire del campo. Sin sonreír, le pregunto al chico que buscaba por aquellos pagos y Ariel sólo pudo decir, comida. Y acto seguido aclaró lo del aroma a pan tierno y que su estómago lo empujó hasta allí sin parar de moverse y rugir casi con tanta fiereza como lo hiciera el perro. Rosaura, que ese era el nombre de la moza, mientras Ariel hablaba, iba inspeccionándolo de pies a cabeza y algo le dijo en su interior que el zagal no era malo y podía arriesgarse a darle de comer y hasta dejar que descansase bajo techado. Ariel entró en la casa sin mucho convencimiento de que no hubiese dentro algo peor y más feroz que el mastín, pero el calor de la leña ardiendo en el hogar y ver una bolla de pan esponjoso y un pote humeante al fuego que olía a leche de cabra, disiparon sus dudas y sus miedos y se dejó llevar hasta una mesa y que ella lo sentase en el banco de madera como si sólo fuese un niño al que su madre le va a dar el desayuno.

Rosaura fue muy generosa poniendo leche en un tazón bastante hondo y cortó unas rebanadas de pan que hacían saltar de alegría los grandes ojos pardos del chico. Ella no hablaba demasiado sobre si misma y él le contó lo poco que tenía un cierto interés en su vida. Y, sobre lo que hizo mayor hincapié, fue en el motivo del viaje y su intento por encontrar la felicidad. La mujer lo miró con una sonrisa muda y le preguntó que era para él la felicidad. Pero Ariel no supo contestar lo que entendía por esa palabra y se encogió de hombros con la mayor expresión de interrogación en su mirada, como preguntándole a ella a su vez que le dijese como podía ser feliz. Rosaura insistió y Ariel dijo que quería ser dichoso y no volver a sufrir.

Y ella se río mostrando una ternura maternal y de paso que le ponía delante más rodajas de pan con miel y un pedazo de queso fresco de cabra también, le alborotó con una mano el pelo. Y esa caricia le pareció al chaval lo más tierno que le habían hecho en toda su existencia y ni siquiera la sombra oscura de su barba sin afeitar logró trastocar el aspecto infantil de sus mejillas y la expresión de sus labios al sonreír. Pero también se dio cuenta el mocito que ella no era tan mayor como para poder ser su madre y que el pecho de Rosaura no sólo era generoso por dentro sino por fuera también. Era mayor que él, pero no tanto como para no ponerlo nervioso al ver como se agitaba ese pecho femenino delante de sus narices al servirle. Y no le importaría que en lugar de tratarlo como a un hijo, lo considerase un hombre, aunque no rechazaría que lo amamantase como a un niño de teta. Rosaura olía a limpio y emanaba de ella algo ingrávido que flotaba en el aire para recordarle al muchacho que al despertarse cada mañana tenía muchas ganas de orinar, pero debía esperar a que remitiese su erección para aliviar su vejiga. Y ahora era su pene quien le hacía evocar ese primer momento del día, que incluso durmiendo al raso y con frío se producía invariablemente y abría los ojos notándola dura. Porque amanecía con la minga tiesa y rígida como el mástil de una barcaza con una sola vela.

La mujer aspiró tres veces por la nariz al estar a su lado y percibió un tufo que no le agradó nada y al momento se fue a otro cuarto y regresó arrastrando una tina grande que colocó cerca del fuego. Y sin más le ordenó al chaval que en cuanto acabase el desayuno fuese al pozo situado tras la choza para sacar varios cubos de agua y acarrearlos hasta allí. Ariel no preguntó para que necesitaba tanta agua, pero tampoco se dio prisa en terminar el cacho de pan con queso que se estaba zampando. Y en eso, entró por la puerta un hombre de mediana edad, fuerte como un roble y con poblada barba, que al destocarse el gorro de lana de oveja que le cubría la cabeza, dejó ver unos pelos ralos que ya apuntaban a grises. Miró al chico y no dijo nada. Y Rosaura se limitó a decirle a Ariel que era su padre.

El mozo se levantó al ver a ese hombre de manos enormes y éste le ordenó sentarse y que terminase de comer tranquilo. Y añadió que luego le ayudase a descargar el borrico que traía cargado con leña. En unos minutos ya lo habían integrado en el trabajo diario de la humilde cabaña y aquella buena gente ni siquiera sabía de que lugar venía el zagal, ni si sus intenciones reales eran buenas. Pero Rosaura fue más precisa hablando con su padre y le anticipó que el chaval, antes de nada, necesitaba un buen baño y una ropa decente conque vestirse, ya que traía puestos unos andrajos sucios y mal olientes. Bruno, que así se llamaba el hombre, le dio una fuerte palmada en la espalda al joven y con una risotada sonora le anunció que su hija iba a dejarlo lindo como un pincel si se dejaba llevar por su mano. Mas también estuvo de acuerdo en lo de lavar al chico y tirar los harapos que tapaban su cuerpo, sin aprovechar ni las alpargatas sucias y medio rotas que usaba como calzado.

Y entre Bruno y Ariel trajinaron suficientes calderos de agua como para llenar la tina donde tenía que lavarse el zagal. Rosaura puso a calentar el agua y la fue vertiendo en el gran barreño para el baño de Ariel, pero al chico de pronto le entró vergüenza de enseñar sus partes pudendas y Bruno le conminó a desnudarse y quedarse totalmente en pelotas, puesto que el agua no le iba a hacer ningún daño. El mozo alegó que no era eso lo que le impedía mostrarse como lo trajeran al mundo, sino el hecho de que lo viese en cueros su hija. Y ella soltó una carcajada diciéndole que no era el primer hombre que veía sin nada encima. No tenía que temer que ella se ruborizase por eso y sin más explicaciones, ella mismo comenzó a quitarle los raídos calzones al muchacho.

En un santiamén, Ariel ya estaba de pie junto a la tina con el culo y su sexo al aire, pero el pene no apuntaba al suelo sino al techo. La chica no se puso colorada, precisamente, pero le salió del lama una exclamación respecto al tamaño y grosor del órgano viril de aquel mozo. Y el padre no ocultó una risa jocosa tanto por la cara de su hija como por el rubor encendido en la del chaval. Y aunque el baño humeaba y se apreciaba muy caliente, Ariel se metió rápidamente en la tina y se sentó para que el agua cubriese en parte su pene, que sobresalía exhibiendo descaradamente la potencia de su juventud. Y Bruno se marchó con la excusa de partir más leña para el fogón, dejando solos dentro de la choza a la hija y al zagal. Ella quiso no mirar la espalda mojada del chico, sobre la que las llamas del hogar se reflejaban y bailaban haciendo que le brillase la piel, pero como la mujer de Lot volvió la cabeza para ver lo que ya sabía que le resultaría atractivo.

Y miró a Ariel, que estaba a gusto en el calor del agua y le invadía todo su ser esa placentera sensación que uno siente al notar como los músculos se relajan y cierras casi involuntariamente los ojos para no pensar. Y, sin embargo, lo que consigues es imaginar cosas tan hermosas que el confort que notas es mucho mayor y piensas. O sueñas, quizás. Pero todo cuanto te rodea te da igual, pues lo único de deseas es seguir sin moverte ni hacer nada más que dejarte llevar por esa sensación que afloja tus nervios y las tensiones. El mastín dormitaba panza arriba y no daba la impresión que persiguiese algún lobo. 

Rosaura se acercó y empezó a frotarle el pecho, que apenas tenía un ligero vello en el medio y fue bajando por el estómago hasta el ombligo del chaval. Allí se encontró con el borde del agua jabonosa y le dijo al mozo que se reclinase hacia atrás. Y al hacerlo, emergió de la tina el vientre con un reguero que formaba un hilo oscuro de pelo que se abría en una mata más espesa y rizada en el pubis. Y vio otra vez el pene que latía mostrando un glande hinchado de sangre. Ella no se arredró al verlo y enjabonó esa parte con mayor dedicación que el resto. El muchacho se dejó hacer y no quiso abrir los ojos para no romper el hechizo del momento. Prefirió que Rosaura hiciese lo que le diese la gana con él. Y estaba seguro que fuese lo que fuese, se lo agradecería en el alma.

Y por un instante pensó si esa sensación de calma y paz pudiera ser eso que cantan los trovadores. Mas ellos hablan más de amor que de sexo y aunque no le importase yacer con aquella mujer, que era bastante sensual como para ponerlo cachondo, no sentía por ella nada especial dentro de su corazón. Y eso le hacía dudar que fuese feliz tan sólo por sentirse bien en su compañía. Pero tampoco se sentía con fuerzas para rechazar los favores de aquella hembra si ella se empeñaba en abrirle su cuerpo. Mas también estaba por medio su padre. Y que pensaría ese hombre tan fornido si aprovechaba su hospitalidad para beneficiarse a su hija y luego largarse con viento fresco?. Y encima, lavado, comido y con ropa más decente y arreglada que la que antes traía. Seguramente no es que se llevase la honra de esa mujer, pero también podía ser que le dejase algún regalo en el vientre, que a lo más tardar en nueve meses estaría berreando para que su madre le diese de mamar. Y al pensar en eso, volvió a imaginar los pezones de Rosaura dentro de su boca y se excitó aún más.

continuará


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