martes, 21 de junio de 2011

Reflexiones del barón

Con un mojón se pretende marcar el límite de lo que no es de nadie. Y sobre las rocas de la costa plantan marcas de cemento que indican hasta donde pueden apropiarse los hombres de la naturaleza. Fútiles marcas tan endebles como las que dejan las pisadas sobre la arena, que sólo duran hasta que el agua del mar las borra alisando de nuevo la superficie húmeda de la playa. Cómo se puede adueñar uno del aire y la brisa, o de qué modo pretendemos apropiarnos del sol o las olas. Qué vanidad nos mueve a decir que somos los reyes del universo para usarlo a nuestro antojo si tan sólo ocupamos un átomo de su inconmensurable extensión. Quién nos ha engañado para pensar que somos capaces de ponerle barreras al océano o cercar las selvas y los desiertos o atrevernos a arrasar lo que nos da la gana arruinando el resto. La mar nos enseña cuales son nuestros límites verdaderos y nos restriega por las narices lo ínfimos y débiles que somos antes su enorme fuerza y poder. Y se la ve tan hermosa estando tranquila y tan majestuosa cuando se altera y agita sus aguas haciendo bramar al cielo. Las piedras que están a sus orillas saben bien cual es su empuje y sufren calladas los cambios de humor de la marea, que las castiga y hasta las quiebra desbastándolas incesantemente hasta molerlas en finas arenas que se unirán grano a grano arrastradas por su oleaje para formar la bella playa que tanto gozo nos da solamente con verla brillar bajo la ardiente luz de sol   

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