viernes, 14 de enero de 2011

Reflexiones del barón

 Puede ser tan vistoso como una mariposa que luce sus colores brillantes al sol y parece que su vida durará siempre. Y, sin embargo, su existencia es más corta de lo que pudiera pensar quien la ve tan hermosa y vivaz. También nos recuerda a veces a una cigarra cantarina y alegre, que también sucumbirá antes de lo impensable, o una luciérnaga que tintinea su luz alternando con el canto nocturno que no dejamos de oír en las cálidas noches de verano. Como todas esas criaturas y algunas más, puede parecerse el amor. Un sentimiento mezclado con la atracción sexual hacia otro individuo o individua de la misma especie, en el mejor de los casos, puesto que si es de otra no lo llamaría amor en esta acepción de la palabra, sino más bien cariño por ese animal y si el asunto llega a una relación carnal, tampoco me atrevería a denominarlo amor en sentido estricto como puede darse entre humanos. Siguiendo con el primer concepto amoroso, digo que se parece un tanto a esos bellos y efímeros animales, pues nos ilusiona, alegra, encandila y asombra y fascina hasta perder el sentido y la razón lógica de las cosas y los sentimientos. Nos absorbe e integra en un mundo mágico y casi irreal que dura lo que se mantiene ese estado de excitación y calentamiento hormonal generalizado de nuestro organismo, pero que se va diluyendo a medida que todo eso se enfría con el paso del tiempo y, lo que es peor y provoca un deterior más rápido, la puta costumbre y el tedio de la rutina, al entender la practica del sexo como una obligación sin variación ni apetencia por experimentar y descubrir nuevas sensaciones y placeres gozosos. Y antes de darnos cuenta se acaba y se extingue como la mariposa o la luciérnaga o la cigarra, para morir dejando un rastro de pena y dolor

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