viernes, 2 de septiembre de 2011

La casa grande XVI


Desperté tras esa primera noche en la casa grande como si hubiera renacido a otra vida  y que sería diferente en todo a la que llevaba en la ciudad. Me levanté nada más oír ruido en la habitación contigua, donde durmiera Miguel, y me acerqué a la puerta que las unía para comprobar si estaba cerrada del todo o si quedara una rendija entreabierta para que nuestros oídos espiasen los sueños. Estuve a punto de abrirla del todo y ver al chico desnudo o al menos como se vestía, pero no lo hice y me quedé sentado en la cama esperando  que él bajase primero las escaleras. Sentí que Alfredo me veía por el espejo del armario y le dije que no se celase del chaval, que tan sólo era un chico que me caía bien, pero sin pretender nada con él. Se le veía tan joven a ese rapaz, que entendías lo bella que resulta la vida cuando la sangre bulle en las venas y todo parece nimio y sencillo para echárselo a la espalda sin mayores complicaciones para ser sincero con uno mismo y con el mundo que te rodea. Alfredo se reía, pero no dijo nada y me puse encima unos pantalones cortos y una camiseta cualquiera para bajar a desayunar con mis nuevos amigos. Pero antes de salir del cuarto, me preguntó Alfredo: “Cuando comprarás los caballos?”. “Crees que podré montarlos todavía?”, le pregunté yo a él. fijo en los míos sus ojos grises y añadió: “Lo hacías bien cuando montabas en el picadero”. “Y tú como lo sabes?. Acaso estabas allí para verlo?, dije yo. Y Alfredo, sin dejar de sonreír, dijo: “Siempre estuve a tu lado viendo lo que hacías”. Eso me fastidió y le pregunté algo enfadado: “Y también estabas conmigo cuando hacía el amor con mi mujer?”. “No.... en ese tiempo no me necesitabas y menos para follar con ella. Y te dejé a tu aire..... Y así te fueron las cosas con esa mujer..... Y ya ves como has vuelto a mí y a desear que no vuelva a dejarte solo...... Convéncete que sin mí no eres nada, porque yo soy esa parte de ti que has intentado ocultar sin saber que de ese modo estuviste a punto de amputar parte de tu alma. Pedro, no se puede luchar contra uno mismo y hay que aceptar lo que cada uno es y siente”. 
Y estando con los chicos en la mesa de la cocina, nada más darle el segundo mordisco a una rebanada de pan con mantequilla y mermelada de fresa, le dije a Miguel: “Vamos a comprar un par de caballos...... O mejor tres. Porque será conveniente disponer de uno bien domado y no excesivamente brioso para que aprendas a montar antes de subirte a otro más fogoso....... Supongo que yo recordaré todavía mis tiempos en los que iba a un picadero. Era tan joven como lo eres tú ahora y no se me daba mal montar a caballo..... Espero que los años no me hayan privado de demasiada agilidad para poder sostenerme con cierta seguridad sobre la silla..... Ya veremos como se te da a ti la equitación...... Aunque estoy seguro que aprenderás pronto y enseguida podremos darnos largos paseos por los alrededores los dos juntos...... Y si Castor quiere acompañarnos, pues tendrá que aprender también a manejar las riendas y sostenerse sobre la grupa........ No crees, Miguel?”. “Claro!....... Lo primero es comprarlos y luego ya veremos quien monta mejor. Porque pienso aprender muy rápido!”. Y se oyó la voz cálida de la chica decir: " Acaso yo no cuento en eso de montar?". "Tú cuentas para todo", añadí sin mucha convicción.
No tuvo que pasar mucho tiempo para ver tres preciosos caballos en los establos, que los cuidábamos entre Miguel y yo, ni tampoco para que, como laboriosas hormigas, con los dos chicos emprendiera la labor de remozar la casa grande, por dentro y por fuera, animados por la grácil silueta de Sole; que, como la reina de la colonia, trajinaba de un lado a otro opinando y aportando sus ideas para dejar el escenario de nuestras vidas más acogedor y agradable de lo que nosotros hubiésemos logrado estando solos y no contar con las sugerencias de la muchacha. En cuanto la conocí, comprendí que tuviese a Castor embobado y encelado a sus preciosos pechos y a esas cimbreantes caderas que movía con tanto salero como gracia al caminar o hacer cualquier movimiento, aunque solamente estuviese parada mirándonos y dándole vueltas en la cabeza a algo que no acababa de ver claro o aún no le parecía acorde con el resto de la decoración o funcionalidad de la estancia, conforme a la dedicación y función que se pensaba dar a las cosas. La chica no sólo era guapa y con unos ojos tan expresivos como claros y espabilados, sino que apetecía tenerla al lado y no dejar de verla como una fruta fresca que alivia la sed en esas tardes tórridas del verano; aunque sabes que si abusas en su contemplación, es posible que aumente la temperatura de tu cuerpo y te haga sudar y tener pensamientos ardientes si la ves o imaginas ligera de ropa.
Confieso que me tenía en un bolsillo la moza y con cuatro carantoñas conseguía mi aprobación a cuanto se le ocurría. Y si a mí me traía como un manso cordero con un par de zalamerías, cómo no iba a tener cautivo de sus encantos a su novio!. A él le hacía bailar en un centímetro cuadrado sin mover los pies del suelo, con sólo mirarle los ojos o lanzarle un esbozo de beso por el aire al girarse y encontrase de frente los dos. Era al mismo tiempo tan alegre como una mañana de romería y seria si se terciaba el momento. Y siendo casi por costumbre dulce, sin llegar a resultar empalagosa, podía tener un repunte arisco si Miguel se empeñaba en buscarle las cosquillas. Sin duda añadiría que la chica tenía carácter y ya era toda una mujer.
La reforma de la casa avanzaba, dándole un toque moderno y actual, tirando a minimalista, no sólo de acuerdo con mi gusto, sino también al de los muchachos, sin que nuca faltase que Sole pusiese un adorno floral, sencillo y nuevo cada día, sobre una mesa del salón para alegrarnos la vista al poco de levantarnos de la cama. Y hubo que cambiar bastantes muebles aprovechando únicamente algún que otro complemento decorativo con el fin de conservar el alma intrínseca de la casona y perpetuar el recuerdo de los que vivieran en ella anteriormente. Y, por tanto, el retrato de la matriarca, la perspicaz doña Regina que todo lo vigilaba con su penetrante mirada de ojos grises, se mantenía firme colgado en el lugar de honor de la sala. Se quitaron los viejos papeles que tapizaban las paredes y se desnudaron las ventanas de cortinajes y visillos, eliminando tanto trapo para dejar pasar la luz y alegrar el espacio permitiendo ver los árboles del jardín sin estorbos desde cualquier habitación de la casa.
Por las noches, a través de la puerta que comunicaba mi cuarto con el de Miguel, que algunas noches me daba por pensar que estaba entreabierta, escuchaba su respiración acompasada cuando él dormía y la agitación creciente que sufría su respirar al masturbarse en plena noche, sin que yo estuviese seguro que escenas imaginaba ese muchacho o que sensaciones acompañaban a su mano para llegar a ese solitario orgasmo  que yo oía y hasta podía oler desde mi cama. A veces daba por seguro que lo provocaban los crujidos que se filtraban desde el techo y los dos percibíamos mientras Castor y Sole gozaban su amor en la cama. Sin embargo, otras muchas noches no necesitaba el aliciente de esos morbosos ruidos para que Miguel se solazase él mismo apagando sus gemidos y jadeos al llegarle la eyaculación. Y yo me excitaba también con el chico y soñaba que estábamos juntos en la misma cama. Pero simplemente era un sueño que no correspondía a algo real. Aunque Alfredo venía a mi lado y me calmaba con sus caricias y esos besos tan tiernos que sólo él sabía como dármelos para poner mi lujuria en el disparadero.
El, mi Alfredo, estaba conmigo en cuanto me quedaba solo y los chicos atendían sus quehaceres. Ellos no lo veían nunca, porque él no deseaba que supiesen que estaba en la casa con nosotros y se escondía en cualquier lugar de la finca donde nadie, excepto yo, podría encontrarlo. Y no sólo me acompañaba al río como entonces, cuando éramos adolescentes los dos, sino que también me acompañaba a casa de Amalia si alguna tarde iba a visitarla. Y para no dejarlo solo esperándome en el puente, pocas veces volví a cruzarlo para ir a la otra orilla. Quien iba casi a diario era Sole y con cierta frecuencia lo hacía Castor. Pero Miguel, al igual que Alfredo, no quería pasar al otro lado ni alejarse más de lo necesario de la finca. 
Y recuerdo que una tarde en casa de Amalia, ella me trajo unas suculentas ciruelas, amarillas como el oro y rebosantes de agua tan dulce como el almíbar, y al ir a morder una, me fijé en los glotones ojos de Alfredo y alargué la mano para dársela antes de  llegar a probarla. Sin duda era la más grande y madura del plato y por un instante quedó suspendida en el aire, cayendo para estamparse en el suelo derramando sus jugos. Alfredo no fue capaz de cogerla con la misma realidad que lo hacía conmigo y la ciruela se perdió y quedó inservible hasta para las hormigas, pues Amalia se dio prisa en recogerla y limpiar bien para que su olor no las atrayese formando una interminable fila india hasta comérsela entera. Me gustaba estar con Alfredo a solas y sentir sus dedos sobre mi piel al tomar el sol en el río. Y a él le encantaba que jugase con su pelo y recorriese su espina dorsal con mi lengua para terminar mordisqueándole la nuca, haciéndole unas cosquillas que no soportaba.
Un día, estando tumbados al borde del agua entreteniéndonos en esos juegos, oí moverse unas ramas y al hacerse más cercano ese ruido apareció Miguel cubierto tan sólo por un vaquero sin perneras y con un par de rotos en el culo que dejaban ver dos retazos de sus nalgas. Me alegré al verlo y le dije que se acercara a nosotros, pero creo que Alfredo se molestó con él por interrumpirnos y nos dejó solos. El chico se acostó a mi lado y se estiró en el suelo cruzando los brazos detrás de la cabeza, pero solamente se desabrochó la cintura del pantalón sin bajar la cremallera ni quitárselo para ponerse desnudo como estaba yo. Miraba al cielo y yo le miraba a él. Concretamente posé mis ojos en su vientre y no los moví de ahí mientras esperaba que me hablase de algo, ya que a mí no se me ocurría ningún tema de conversación en ese momento. Miguel torció la cabeza hacia mí y me preguntó: “Estuvo casado, verdad?”. 
Me quedé un tanto sorprendido por la pregunta, soltada tan de sopetón, y respondí que sí. Y el chaval añadió: “A un hombre que le gusta una mujer, puede sentir algo por otro tío?”.  No sabía si contestar lo que yo creía o si decirle lo que él desearía oír, pero le dije que sí. “Y si la ama?”, insistió. Y le respondí: “Si la ama de verdad y no es un espejismo formado por la bruma de sus propios anhelos y miedos a la soledad y a no ser querido, entonces la querrá y deseará tanto que no tendrá ojos para nadie más. Pero si no es tan fuerte el sentimiento hacia ella, la atracción por otro ser no tardará en vencer su resistencia y claudicará para entregarse y caer en sus brazos, ansioso por sus besos”.
Miguel calló y sin decir nada más se quitó los pantalones quedándose desnudo. No pude negar que era bello el cuerpo de ese joven y me entró un sudor frío que me hizo tiritar. Me puse boca abajo y él se quedó adormilado panza arriba. Y con algo erótico debía estar soñando porque su pene empezó a engordar y endurecerse, creciendo notablemente a lo largo de su vientre. Y a mi lado apareció Alfredo diciéndome: “Tócalo si eso es lo que quieres y te mueres por hacerlo”. Me revolví hacia él y exclamé: “Estás loco!..... Es un chaval y no desea que otro hombre lo acaricie ni le toque con otra intención que no sea tan inocente como sus pensamientos y deseos”. Alfredo rió y me dijo: “Qué tonto eres!..... El loco es él, pero lo está por su amigo y compañero. A este muchacho le gusta Castor y desea tocarlo y besar su boca. O no oyes como se masturba?. Lo hace pensando en ese otro joven que por ahora sólo tiene ojos para su novia. Y Miguel sufre y necesita que otro hombre lo desee y le quiera tal y como es, con defectos y virtudes. Y sin reprocharle que no sienta atracción física por una mujer. Vamos!. Atrévete y besa sus labios!. Está dormido y te aseguro que no sabrá nunca lo que has hecho durante su inconsciencia, porque a quien besarás y amarás no es a él sino a mí”. Y los ojos de Miguel se abrieron y su color no era pardo sino gris. Y Alfredo me besó a mí con la boca de Miguel y me acarició con sus manos y yo abracé a mi amigo estrechando ese otro cuerpo joven y prieto que tan sólo dormía, posiblemente imaginando que era otro el que estaba acostado con él en la hierba. Y por primera vez. Alfredo y yo nos amamos realmente. 
Luego quedé tendido sin fuerzas junto al chico. Y al notar que se despertaba, cerré los ojos para ocultar mi vergüenza por haber usado su cuerpo soñoliento y sin voluntad, mientras lo poseía Alfredo para que los dos retozásemos como nunca hubiéramos hecho entonces, en nuestras primeras tardes en ese río que tanto sabía de mis verdaderos sentimientos y mis deseos más íntimos y secretos. Imaginé que se palpaba al oírle mascullar entre dientes: "Joder!. Debí ponerme muy cachondo porque estoy pringado!..... Esto se arregla con agua". Y noté un rápido moviendo a mi lado y en décimas de segundo escuché un chapuzón que indicaba que el chaval se tirara al agua de golpe. Y pocos minutos después, sentía la salpicadura fría unas gotas sacudidas sobre mi cara. Y abrí los párpados fingiendo que me despertaba; y el chico me preguntó con intención de empujarme hasta el río: "Vamos al agua?". "Vamos", respondí. Y sus ojos eran pardos y bajo esa piel solamente estaba Miguel. Y me pregunté en silencio: "Será posible que no se haya enterado de nada?". Pero lamenté que eso fuese así.

6 comentarios:

  1. Andreas, estás perfumando a la historia con un refinado erotismo.
    Felicitaciones y besos

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  2. Un perfume que quizás me haya llegado de muy lejos, del Oriente que es donde se se crean los más finos y sutiles. Besos

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  3. Vamos Miguel q te diste cuenta, no te hagas el zonzo!... q intriga, como continuara???
    Besotess Maestro!!
    Eli

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  4. Eli, puede que sea verdad y el chico no se entere de lo que le hacen cuando duerme. de todos modos cuesta creerlo, verdad?. Besos.

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  5. Puede q no se diera cuenta al principio pero en algun momento te despertas por las sensaciones!... q lindos recuerdos!
    Besosss Maestro!

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  6. Uno termina siempre por enetrarse por donde van sus inclinaciones. Y más las sexuales. Besos

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