lunes, 19 de septiembre de 2011

La casa grande, Epílogo

Nadie en el pueblo supo la verdad ni conocieron jamás los verdaderos secretos que guardaba la casa grande. La única mujer que los conocía era Amalia y se los llevó con ella al irse con su Alfredo sin dejar nada detrás que pudiese recordar la historia de aquella familia que fuera dueña de la mansión. Yo si conocía la historia de esa gente y sabía mucho más que la propia Amalia, pues ahora la casona era mía y no sólo la ocupaba sino que le devolviera el lustre y el mejor aspecto que tuviera antaño. Toda la finca me pertenecía o yo le pertenecía a la gran casa y sus fantasmas también eran parte de mí y yo no era más que un capítulo de una historia que no se acabaría conmigo ni con aquellos otros que viniesen a vivir en la finca cuando yo me fuera.
Los árboles estaban hermosos y las  flores alegraban el jardín de la casa y todo se veía limpio y en orden como cuando gobernaba todo aquello la dama del retrato. La señora de la casa. La verdadera dueña de aquel predio y de cuanto había dentro de sus muros. Esa mujer sin edad determinada, que desde el lienzo clavaba sus ojos grises en todo, pedía cuentas de lo que se hacía en su casona y, sin palabras pero con gestos, aprobaba cada cosa o cada iniciativa que se tomaba para embellecer las paredes y dependencias de la casa grande.
La señora, la matriarca doña Regina, podía descansar y no preocuparse por nada respecto a su casa, pues de alguna manera uno de sus descendientes, al que nunca conoció, se había tomado la molestia de convertirse en mi otra conciencia para atraerme a esta finca y apresarme en una misteriosa red invisible de deseos y apetencias que me amarró poco a poco manteniéndome cautivo de por vida. Y no me quejo por mi suerte, porque fue generoso el destino, o ese ser extraño que me guió por la senda que quiso marcarme, o que yo debía seguir por ser la que tenía marcada desde mi nacimiento. Sea como fuere, se cumplió mi sino de esa forma rara y encontré la parte de mi alma que me faltaba para ser feliz. 
Esa mitad que necesitaba tomó la forma de una muchacho guapo, tranquilo y cariñoso al que deseé sin saberlo desde el primer momento en que lo vi. Quizás en un principio me pareció demasiado joven y no supe entenderlo e interpretar las señales que me hacía con algún gesto o incluso actitud. Pero algo ajeno a nosotros dos le hizo ver con claridad al muchacho que clase de compañero buscaba y quería; y él, más decidido que yo, fue quien tuvo que dar el paso para romper la barrera que yo estúpidamente me empañaba en mantener entre ambos. Una barrera muy débil y en la que había una puerta que comunicaba nuestros mundos y acercaba nuestros deseos. Una simple pared entre dos cuartos contiguos, ante la que Miguel hizo sonar con ansia las trompetas de Jericó para derribarla.
Y con ese sonido metálico también se fue el espíritu que me atormentaba a veces y otras me hacía sacar del alma unos sentimientos secuestrados en lo más profundo de mi ser desde siempre, que a punto estuve de olvidar que existían y dejarlos morir por falta de ilusión y alimento. Pero han revivido gracias a ese Alfredo que nunca supe bien quien fue ni por que me eligió a mí para comunicarse y contar una historia que no era suya. Ese espíritu a veces amable y otras oscuro con atisbos de íncubo o mero fantasma según la óptica del cristal conque lo mirásemos, aunque en todo momento más acertado en sus comentarios que impertinente al hacerme ver mi verdadera condición y como tenía que hacer realidad las fantasías que yo llevaba dentro. Y realmente existía este soplo de otro mundo al que quise llamarle Alfredo, o no era otra cosa que mi doble conciencia a la que pretendía dejar a un lado para llevar una vida incompleta aunque socialmente correcta?. 
Ahora ya no importa, pues esa ficción o verdad cumpliera su misión y me sacó de la mediocridad en que las circunstancias y mi educación me tenían sumergido y donde me ahogaba por falta de aire fresco. Un soplo de frescor que salió por los labios de una boca joven y apasionada que yo me inventé primero y más tarde la encontré en la realidad diciéndome que me deseaba y quería hacerme feliz. Y lo consiguió y me hizo el hombre más dichoso de la tierra; y creo que correspondí a su dedicación y entrega dándome por entero sin regatearle nada que de mí dependiera. Me tiene entero y yo a él. Y nunca dejamos de ser uno solo fundiendo nuestro yo en el nosotros.
La casa grande se llenó de voces y llantos de niños que no eran nuestros sino de Sole y Castor. Pero también al resguardo de sus paredes y entre los árboles surgieron otros risas y gemidos placenteros que eran los de Miguel y los míos. Y he llegado a no entender la vida sin él, que con sólo mirarme, me dice sin pudor que soy el aire que anima sus días.
En la casa grande no quedan más espíritus que los nuestros, todavía prisioneros en cuerpos mortales. Y vidas nuevas la nutren de fuerza para continuar enseñoreando la comarca en la que se asienta. Mi amado es tan joven que renueva mi sangre con cada beso y él dice que mi experiencia y conocimientos nutren su mente para formarlo sin prisa. Porque yo deseo que mantenga por muchos años esa indolencia casi adolescente que tanto me gusta. No es que Miguel sea un crío irresponsable y atolondrado. No. No sólo no es eso, sino que en algunos momentos asume la sensatez de un hombre más maduro que yo. Pero hay dos ocasiones en las que su sangre nueva le hierve. Una es al montar a caballo, que entonces he de frenar su ímpetu y atrevimiento, pues carece aún de la suficiente prudencia que los años se encargan de grabarte en la mente para que no te descalabres a la primera de cambio y sin grandes motivos para ello. Y eso que hemos de admitir que la audacia es una de las mayores prerrogativas de ser joven. Y la otra es en la cama, porque allí es puro fuego y me arrastra hacia un torbellino de sensaciones que llegan a causarme vértigo. Pero no dejaría de seguirlo en esos momentos en que lo siento más mío aunque ello me costase la vida.
Castor disfruta con Sole, aunque según Miguel también reparte sus dones con alguna otra moza del pueblo cuando va solo para hacer recados. Pero Sole no sabe eso y por nuestra parte nunca sabrá nada. Buena es ella para tomarse con calma esas cosas!. Como dice mi chico, Sole es capaz de caparlo si se entera que Castor la mete en otro coño. Aunque inmediatamente añade: “Bueno, si no le gustase tanto esa polla, desde luego que se la cortaba por andar mariposeando en otras flores. Pero el caso es que Sole se pirra por el rabo de su macho. Y a un buen polvo es muy difícil hacerle ascos...... Verdad mi amor?”. “Desde luego”, respondo yo. Y en menos de cinco minutos ya lo estamos demostrando, aunque nos coja en la cuadra y nos vean los caballos. Por cierto, ahora tienen una yegua y muy pronto es posible que tengamos un potro. O una potra, que nos da lo mismo para montar cuando crezca y ya esté en condiciones de soportar nuestro peso sobre su grupa.
Así es mi vida ahora y  también el ambiente que se respira en la casa grande. Puede que para los vecinos del pueblo que viven en al orilla de enfrente, al otro lado del puente sobre el río, que ni Miguel ni yo queremos ni precisamos cruzar, en la casa sigan ocurriendo cosas y fenómenos extraños y hasta sobrenaturales. Y por ello casi nadie se acerca para ver si es verdad que hay fantasmas o gentes raras. Y eso nos libra de sus miradas indiscretas y sus comentarios, pues no es infrecuente que andemos en pelotas por el jardín. Y desde luego yo no me privo de acariciar y besar a Miguel sin preocuparme de quien pueda vernos. Y aunque pudiera parecer raro, Sole nos mira con mejores ojos que Castor. Yo pienso que a ese chaval le escuece un poco que Miguel haya preferido estar conmigo en lugar de seguir embobado y prendado de sus gracias y virtudes de macho. Es muy viril y lo que le van son las hembras, pero a todo hombre le molesta no ser el punto de atracción y el gallo absoluto de un corral donde a su entender, además de gallinas, sólo hay pollos sin arrestos para fecundarlas y hacer que pongan huevos. De todos modos Miguel le dejó claro más de una vez que la única gallina que podía montar era Sole, porque a él ya lo montaba otra especie de gallo distinto a él.
Y no queda nada más que contar de esta historia, ni secretos que airear, tanto de la casa grande como de sus habitantes. Y ahora solo resta desear a todos los posibles lectores de este relato que no vivan ocultándose a sí mismos su personalidad completa, dejando traslucir únicamente esa parte menos comprometida de acuerdo con la moral y las costumbres de una sociedad que nunca te agradecerá el sacrificio de vivir tu vida a medias y no ser plenamente feliz por guardar las apariencias.

5 comentarios:

  1. Estimados amigos y lectores de este blog, esta puede ser mi última historia y espero que no os haya desilusionado en exceso ni aburrido demasiado. ahora los espíritus y las musas descansarán por un tiempo y ya veremos si más adelante el gusanillo vuelve a corroerme y sentarme frente al ordenador o ante otro medio de escritura para redactar lo que otros personajes me vayan contando. Os agradezco la compañía y los ánimos que me habéis dado hasta ahora y siempre os tendré por mis amigos. besos y abrazos para todos.

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  2. Maestro, todas sus historias son entretenidísimas y sorprendentes.
    Usted tiene muy merecido su descanso, al igual que sus musas.
    Pero nosotros sus fans estaremos siempre esperando que algún día el "gusanillo" se despierte.
    Yo particularmente le debo muchas lecciones.
    Muchísimas gracias y muchísimos besos!

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  3. Ya sabes stephan que la mayoría de mis relatos en principio fueron escritos para entretenerte a ti; y si además te sirvieron para algo más que para pasar el tiempo, me alegro de haberlos escrito. Y yo agradezco la acogida que tuvieron por parte del Sr. Germán y ayax y el hecho de compartirlos con otra gente en vuestro blog. No sé si volverá el gusanillo, pero si lo hace espero que te entretenga todavía más. Besos

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  4. Maestro! no deje de contarnos lo q le susurran las musas, por aqui lo extrañaremos hasta tener nuevas noticias suyas.
    Gracias por hacernos participe de su mundo!
    Besoosss y abrazos
    Eli

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  5. Gracias por tu compañía y tus palabras siempre cariñosas, querida amiga. Besos

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