viernes, 21 de septiembre de 2012

Reflexiones del barón


Cuanto más sutiles son los hilos conque lazamos a ese ser que despierta en nosotros el amor, cuanto más fina sea la trama que hayamos tejido a su alrededor para atraparlo y tenerlo cautivo del deseo que mueve el placer de poseerlo, cuanto más prendido a nosotros lo mantengamos, más sentiremos que es parte en nuestra vida. Y, sin darnos cuenta, estaremos creando un íntimo universo entre los dos para unirnos y mantenernos prendidos tanto por la vehemente ansiedad de gozarnos como por la debilidad de necesitar sentir la respiración y el calor que sale de ambos cuerpos. Cuanto más sencilla sea la celda en que dos almas se encierran para juntar sus cuerpos y conocer la dicha de ser uno sin más adornos que su individualidad desnuda, sin más apremio que la urgencia de de no ser dos, más fuertes serán las cadenas que los atan, pues no son de hierro ni otro metal que pueda quebrarse o partir con un golpe seco y firme, sino que es una delicada tela que, cual la de la araña, nadie que caiga en ella se podrá liberar jamás ni podrá salir de esa trampa, pues en ella perderá la vida al dejar allí el corazón 

domingo, 2 de septiembre de 2012

Reflexiones del barón





Me gusta pasar cerca de esa baliza verde que señala la ruta segura para navegar por la ría del lugar donde vivo  y nací. 

Al ir hacia las islas que cierra esta bahía se recorta contra cielo y destaca sobre un horizonte que se adivina tan inmenso como el océano que nos lleva al continente americano. 




Es un punto de referencia para enfilar hacia la isla del sur, donde resulta más agradable fondear para disfrutar del mar y contemplar un paraje que a aún habiéndolo visto mil veces siempre parecerá nuevo y distinto. Allí el sol parece más pendiente de quien visita esas islas y vuelca su fuego sobre la costa y las playas, calcinando también las rocas de los acantilados que se asoman al mar abierto y donde anidan miles de gaviotas y cormoranes. 



La mar, fría y tranquila, se colorea de un rumor verde intenso al llegar a las islas, pero si miras atrás, hacía la ría, un azul profundo y grueso te recuerda que esas aguas, a veces serenas y otros furiosas y encrespadas, siguen siendo parte de un océano. 




Se trata, al fin y al cabo, del gran Atlántico; y por tanto ni puedes bajar la guardia ni confiarte jamás ante su aparente benignidad, pues puede aliarse con el viento y trocarse en la mar brava que cualquier navegante sensato ha de temer. 


Y la brisa marina nos trae el olor a brea y sal de viejos barcos que surcaron los mares en otros tiempos y ahora tan sólo son un atractivo más para paseantes que añoran singladuras de antaño. 

Y al volver, miramos la silueta verde de la vieja baliza que al pasar a su lado nos indica que regresamos a puerto una vez más