jueves, 30 de agosto de 2012

Reflexiones del barón


Salir de tu casa siempre conlleva un punto de aventura aunque vayas a otro lugar ya conocido donde te esperan gentes amigas con quienes tienes gran afinidad en muchos aspectos, tanto culturales como en gustos y aficiones, ya que es frecuente que surja algo nuevo e imprevisto o conozcas a otros seres interesantes. Y en mi último viaje a tierras cántabras conocí a un precioso ejemplar, de tan sólo un año de edad, con quien me entendí perfectamente y creo que entre los dos nació una sincera y duradera amistad. Por las mañanas, nada más verme, se alegraba y me hacía cuantas carantoñas y demostraciones de afecto sabía, aunque he de decir que algunas eran algo bruscas, pues dada su raza y su energía propia de sus pocos años, unido todo ello a que aún no controla bien su fuerza y su potencial físico, inevitablemente sus alegres envestidas y abrazos para lamer mi cara o cualquier otra parte de mi cuerpo que encontrase desprotegida, podía sufrir algún rasguño o moratón leve si no estaba oculta por la ropa. Luego se apaciguaba y se tumbaba a mi lado y me miraba con sus ojos grandes y oscuros, llenos de inocente cariño y lealtad. la luz del día jugaba con mil reflejos en su pelo tornándolo dorado a veces o haciendo que el sol se reflejase sobre su su piel brillante. Si yo me levantaba de mi asiento él también lo hacía y venía conmigo a cualquier parte donde quisiese ir, ya fuese para estar más tranquilo y poder leer en silencio o simplemente para estar sin pensar casi en nada. Trueno, que así llaman a este buen amigo, es sin lugar a dudas un buen perro, fiel y cariñoso; y acariciar su oscura capa bicolor me relajaba y me hacía sentir bien conmigo, con este bello animal y hasta con el resto del mundo

sábado, 25 de agosto de 2012

Reflexiones del barón



Los humanos nos creemos dueños de algo que nos supera y ese algo que nos engloba al tiempo que nos hace sentir minúsculos es la naturaleza. 

No somos casi nada dentro de ella y cuando pensamos que somos capaces de crear maravillas con nuestra imaginación y los recursos que vamos encontrando y perfeccionando, ella nos vuelve a colocar en nuestro lugar de meros apéndices de su grandeza y nos hace reflexionar sobre la verdadera belleza de que sólo ella es capaz de realizar. 


El aire y el agua pueden crear verdaderos monumentos que nos dejan atónitos y logran que reconozcamos humildemente nuestra pequeñez y las muchas limitaciones que alberga nuestro ser. Al regresar a mi tierra hace unos días y mientras circulaba por la autovía del cantábrico allá por tierras de Ribadeo, de repente sentí la necesidad de acercarme al mar y desviarme hacia la playa de las catedrales. 







El día en esa zona estaba húmedo, no lucía el sol y hasta lloviznaba, pero la playa estaba muy concurrida de visitantes que desfilaban admirando la obra del viento y el mar con la misma atención y asombro que cuando se ve por primera vez la magnífica fabrica de un gran catedral levantada por los hombres. Y sin haber altares ni santos, la gente mostraba un respeto por cuanto veía tan profundo y sentido como en cualquier templo destinado al rezo de cualquier religión. Pero yo creo que en esa catedral labrada durante millones de años por fuerzas superiores a nosotros el recogimiento resulta más sincero y allí, entre el olor salitroso del aire y el rumor de un mar siempre inquieto al que no se le debe de perder el respeto aunque se nos muestre algo apacible, sentimos la fuerza de la naturaleza y nos invade toda la energía del universo. Y un dios de innegable verdad y amor se adueña de nosotros y le rogamos que llegue pronto el día en los hombres aprendamos a respetar este mundo y sepamos convivir en la paz del entendimiento y la comprensión con todos lo seres de la naturaleza