jueves, 22 de septiembre de 2011

Reflexiones del barón


Atrapado, qué pensará ese insecto al verse cogido en esa fina tela que no verla a tiempo le ha costado algo más que su libertad. Enredado en una sutil red, tejida a su alrededor sin poder hacer nada para impedirlo, aguarda espantado lo que todavía ni siquiera adivina. Cómo va a saber lo que le espera, ni que será devorado despacio, sin prisa, poco a poco, casi a pequeños mordiscos para deleitarse el paladar su verdugo con su gusto y un sabor que tan sólo al recordarlo segrega más hilos de tela, finísimos, que le servirán de despensa mientras no acabe de comerse a su víctima. Y el rocío le da la necesaria humedad para conservar más jugoso el alimento. Y se lo tragará entero sin dejar ni las raspas. Así, tan cruel y voraz, puede ser el amor. Y, sin embargo, su calor nos hace falta y cuanto más abrasador nos resulte más nos atrapa y nos encadena al ser que de tal manera atroz nos seduce

lunes, 19 de septiembre de 2011

La casa grande, Epílogo

Nadie en el pueblo supo la verdad ni conocieron jamás los verdaderos secretos que guardaba la casa grande. La única mujer que los conocía era Amalia y se los llevó con ella al irse con su Alfredo sin dejar nada detrás que pudiese recordar la historia de aquella familia que fuera dueña de la mansión. Yo si conocía la historia de esa gente y sabía mucho más que la propia Amalia, pues ahora la casona era mía y no sólo la ocupaba sino que le devolviera el lustre y el mejor aspecto que tuviera antaño. Toda la finca me pertenecía o yo le pertenecía a la gran casa y sus fantasmas también eran parte de mí y yo no era más que un capítulo de una historia que no se acabaría conmigo ni con aquellos otros que viniesen a vivir en la finca cuando yo me fuera.
Los árboles estaban hermosos y las  flores alegraban el jardín de la casa y todo se veía limpio y en orden como cuando gobernaba todo aquello la dama del retrato. La señora de la casa. La verdadera dueña de aquel predio y de cuanto había dentro de sus muros. Esa mujer sin edad determinada, que desde el lienzo clavaba sus ojos grises en todo, pedía cuentas de lo que se hacía en su casona y, sin palabras pero con gestos, aprobaba cada cosa o cada iniciativa que se tomaba para embellecer las paredes y dependencias de la casa grande.
La señora, la matriarca doña Regina, podía descansar y no preocuparse por nada respecto a su casa, pues de alguna manera uno de sus descendientes, al que nunca conoció, se había tomado la molestia de convertirse en mi otra conciencia para atraerme a esta finca y apresarme en una misteriosa red invisible de deseos y apetencias que me amarró poco a poco manteniéndome cautivo de por vida. Y no me quejo por mi suerte, porque fue generoso el destino, o ese ser extraño que me guió por la senda que quiso marcarme, o que yo debía seguir por ser la que tenía marcada desde mi nacimiento. Sea como fuere, se cumplió mi sino de esa forma rara y encontré la parte de mi alma que me faltaba para ser feliz. 
Esa mitad que necesitaba tomó la forma de una muchacho guapo, tranquilo y cariñoso al que deseé sin saberlo desde el primer momento en que lo vi. Quizás en un principio me pareció demasiado joven y no supe entenderlo e interpretar las señales que me hacía con algún gesto o incluso actitud. Pero algo ajeno a nosotros dos le hizo ver con claridad al muchacho que clase de compañero buscaba y quería; y él, más decidido que yo, fue quien tuvo que dar el paso para romper la barrera que yo estúpidamente me empañaba en mantener entre ambos. Una barrera muy débil y en la que había una puerta que comunicaba nuestros mundos y acercaba nuestros deseos. Una simple pared entre dos cuartos contiguos, ante la que Miguel hizo sonar con ansia las trompetas de Jericó para derribarla.
Y con ese sonido metálico también se fue el espíritu que me atormentaba a veces y otras me hacía sacar del alma unos sentimientos secuestrados en lo más profundo de mi ser desde siempre, que a punto estuve de olvidar que existían y dejarlos morir por falta de ilusión y alimento. Pero han revivido gracias a ese Alfredo que nunca supe bien quien fue ni por que me eligió a mí para comunicarse y contar una historia que no era suya. Ese espíritu a veces amable y otras oscuro con atisbos de íncubo o mero fantasma según la óptica del cristal conque lo mirásemos, aunque en todo momento más acertado en sus comentarios que impertinente al hacerme ver mi verdadera condición y como tenía que hacer realidad las fantasías que yo llevaba dentro. Y realmente existía este soplo de otro mundo al que quise llamarle Alfredo, o no era otra cosa que mi doble conciencia a la que pretendía dejar a un lado para llevar una vida incompleta aunque socialmente correcta?. 
Ahora ya no importa, pues esa ficción o verdad cumpliera su misión y me sacó de la mediocridad en que las circunstancias y mi educación me tenían sumergido y donde me ahogaba por falta de aire fresco. Un soplo de frescor que salió por los labios de una boca joven y apasionada que yo me inventé primero y más tarde la encontré en la realidad diciéndome que me deseaba y quería hacerme feliz. Y lo consiguió y me hizo el hombre más dichoso de la tierra; y creo que correspondí a su dedicación y entrega dándome por entero sin regatearle nada que de mí dependiera. Me tiene entero y yo a él. Y nunca dejamos de ser uno solo fundiendo nuestro yo en el nosotros.
La casa grande se llenó de voces y llantos de niños que no eran nuestros sino de Sole y Castor. Pero también al resguardo de sus paredes y entre los árboles surgieron otros risas y gemidos placenteros que eran los de Miguel y los míos. Y he llegado a no entender la vida sin él, que con sólo mirarme, me dice sin pudor que soy el aire que anima sus días.
En la casa grande no quedan más espíritus que los nuestros, todavía prisioneros en cuerpos mortales. Y vidas nuevas la nutren de fuerza para continuar enseñoreando la comarca en la que se asienta. Mi amado es tan joven que renueva mi sangre con cada beso y él dice que mi experiencia y conocimientos nutren su mente para formarlo sin prisa. Porque yo deseo que mantenga por muchos años esa indolencia casi adolescente que tanto me gusta. No es que Miguel sea un crío irresponsable y atolondrado. No. No sólo no es eso, sino que en algunos momentos asume la sensatez de un hombre más maduro que yo. Pero hay dos ocasiones en las que su sangre nueva le hierve. Una es al montar a caballo, que entonces he de frenar su ímpetu y atrevimiento, pues carece aún de la suficiente prudencia que los años se encargan de grabarte en la mente para que no te descalabres a la primera de cambio y sin grandes motivos para ello. Y eso que hemos de admitir que la audacia es una de las mayores prerrogativas de ser joven. Y la otra es en la cama, porque allí es puro fuego y me arrastra hacia un torbellino de sensaciones que llegan a causarme vértigo. Pero no dejaría de seguirlo en esos momentos en que lo siento más mío aunque ello me costase la vida.
Castor disfruta con Sole, aunque según Miguel también reparte sus dones con alguna otra moza del pueblo cuando va solo para hacer recados. Pero Sole no sabe eso y por nuestra parte nunca sabrá nada. Buena es ella para tomarse con calma esas cosas!. Como dice mi chico, Sole es capaz de caparlo si se entera que Castor la mete en otro coño. Aunque inmediatamente añade: “Bueno, si no le gustase tanto esa polla, desde luego que se la cortaba por andar mariposeando en otras flores. Pero el caso es que Sole se pirra por el rabo de su macho. Y a un buen polvo es muy difícil hacerle ascos...... Verdad mi amor?”. “Desde luego”, respondo yo. Y en menos de cinco minutos ya lo estamos demostrando, aunque nos coja en la cuadra y nos vean los caballos. Por cierto, ahora tienen una yegua y muy pronto es posible que tengamos un potro. O una potra, que nos da lo mismo para montar cuando crezca y ya esté en condiciones de soportar nuestro peso sobre su grupa.
Así es mi vida ahora y  también el ambiente que se respira en la casa grande. Puede que para los vecinos del pueblo que viven en al orilla de enfrente, al otro lado del puente sobre el río, que ni Miguel ni yo queremos ni precisamos cruzar, en la casa sigan ocurriendo cosas y fenómenos extraños y hasta sobrenaturales. Y por ello casi nadie se acerca para ver si es verdad que hay fantasmas o gentes raras. Y eso nos libra de sus miradas indiscretas y sus comentarios, pues no es infrecuente que andemos en pelotas por el jardín. Y desde luego yo no me privo de acariciar y besar a Miguel sin preocuparme de quien pueda vernos. Y aunque pudiera parecer raro, Sole nos mira con mejores ojos que Castor. Yo pienso que a ese chaval le escuece un poco que Miguel haya preferido estar conmigo en lugar de seguir embobado y prendado de sus gracias y virtudes de macho. Es muy viril y lo que le van son las hembras, pero a todo hombre le molesta no ser el punto de atracción y el gallo absoluto de un corral donde a su entender, además de gallinas, sólo hay pollos sin arrestos para fecundarlas y hacer que pongan huevos. De todos modos Miguel le dejó claro más de una vez que la única gallina que podía montar era Sole, porque a él ya lo montaba otra especie de gallo distinto a él.
Y no queda nada más que contar de esta historia, ni secretos que airear, tanto de la casa grande como de sus habitantes. Y ahora solo resta desear a todos los posibles lectores de este relato que no vivan ocultándose a sí mismos su personalidad completa, dejando traslucir únicamente esa parte menos comprometida de acuerdo con la moral y las costumbres de una sociedad que nunca te agradecerá el sacrificio de vivir tu vida a medias y no ser plenamente feliz por guardar las apariencias.

sábado, 17 de septiembre de 2011

La casa grande XIX

Después de lo del río, la vida en la casa grande no se vio afectada en nada, ni las relaciones entre los dos muchachos parecían haber cambiado, al menos durante los primeros días. Y una tarde en que me encontraba muy melancólico, le pedí a Alfredo que me acompañase hasta la casa de Amalia, que no andaba buena por aquel tiempo y se la veía con mala cara. Aunque ella sólo lo achacaba al cambio de tiempo y a los años, el caso es que mi buena amiga estaba pachucha y lo menos que podía hacer era verla y darle compañía un rato, aunque no me ofreciese de merienda algo rico o me trajese alguna sabrosa fruta de su huerta.  
Amalia estaba sentada en el corredor y me recibió con la misma alegría de siempre y nada más sentarme a su lado, me dijo: “Menos mal que has venido esta tarde...... Quizás mañana ya no me encontrarías aquí”. No sabía, o no quería interpretar sus palabras, y le pregunté: ”Es que te vas a alguna parte?”. “Sí”, me respondió lacónicamente. Y sin dejar que le pidiese más explicaciones, añadió: “Tú también tendrás que irte algún día..... Todos vamos desfilando y ninguno se queda aquí”. Miré a mi amiga preocupado y le pregunté: “Qué quieres decir?....... Con quien te marchas?”. Y mirándome fijamente a los ojos, dijo: “Con él......... Ayer me dijo que vendría a buscarme, pero no me indicó el día...... Sólo me anunció que sería muy pronto........ Al fin volvió a mí ese muchacho de ojos grises y he de irme con él”. “Te refieres a Alfredo?”, pregunté innecesariamente. “A quién si no!”, exclamó ella. Y me quedaron ganas de indagar a cual de los Alfredos se refería, pero no hizo falta porque Amalia me aclaró con la mirada que estaba hablando de su Alfredo y no del mío.
Sentí una enorme pena por mí, ya que no por ella, pues al fin se reunía con el hombre que amó durante toda su vida. Quizás tarde, podría pensarse, pero para ella no lo era. Para Amalia era la mejor época de su vida en la que podría disfrutar con ese muchacho que tanto quiso y tanto deseó a lo largo de los años. El vendría a buscarla y eso era lo principal. Y les quedaba el resto de una eternidad para gozar juntos una existencia feliz y sin trabas de ninguna clase. Miré a mi alrededor buscando al otro Alfredo, al mío, y allí estaba serio y sin decir palabra. Me pareció que le molestaba que el auténtico Alfredo apareciese en escena, quizá por temer que le restase protagonismo, o le pidiese cuentas por la usurpación del nombre y el físico. Y aunque Amalia estaba presente, le pregunté a mi amigo en voz alta: “Y que le vas a decir al verdadero Alfredo si te ve en su casa y aparentando ser quien no fuiste nunca?”. El no contestó, pero si lo hizo Amalia: “Ese no se parece a Alfredo........ Puede que su madre lo llamase así y quisiese que los dos se pareciesen y se identificasen, porque ella adoraba a su hermano. Pero este sólo tiene un ligero parecido con su tío. Al menos en cuanto al físico. Del resto no puedo opinar porque no lo conozco lo suficiente, ya que hasta hoy nunca quiso venir a mi casa y hablar conmigo..... Pero ahora podemos hacerlo y veremos cuanto hay de su tío en él”. 
Yo me quedé perplejo y exclamé: “Acaso lo ves?......... Entonces sabes que está aquí conmigo!....... Ves como no eran invenciones mías!......... Durante tantos años no me creías y ahora puedes verlo y hasta quieres charlar con él......... Pues si ella quiere hablar contigo, tú no te calles, porque te está viendo........ Qué excusa pones ahora para no decir nada?”. Y Alfredo habló con Amalia y ella le contó muchas cosas de su tío y su madre. Y yo le pedí a mi amiga que también le hablase de sus abuelos y le aclarase quien era la dama del cuadro de quien heredaran su tío y él los ojos grises. Amalia contó despacio  toda la historia de esa familia, mientras yo iba al huerto a buscar unas manzanas de color verde claro que al morderlas crujían como si estuvieses hechas de cristal.
Amalia nos dejó al día siguiente y partió con Alfredo, su Alfredo, con rumbo desconocido. Y mi Alfredo quedó muy triste al no llegar a ver de cerca a ese otro Alfredo que al parecer era su tío, del que heredara nombre, aficiones y aspecto físico. Y yo lo consolé y besé sus labios hasta hacerle olvidar su pena. Pero desde ese día Alfredo nunca más fue el mismo. A veces no tenía ganas de bromas y parecía como si de repente le entrara la cordura en la cabeza. Dejó de tener pinta de adolescente y adoptó la imagen de un hombre maduro igual que yo. Y ahora a los dos nos pintaran canas en las sienes y no nos hacíamos bromas como cuando éramos chavales. Sin embargo no faltábamos ni una tarde al río, ya fuese a caballo o andando y recordando lo vivido hasta ese día y mencionando todo aquello que nos gustaría vivir todavía, pero que manteníamos en cartera como asignatura pendiente.
En la casa grande ya no había misterios que desvelar y nosotros no éramos más que una parte de ella y de su historia. Detrás vendrían otros que la ocuparían, creyéndose sus dueños, sin saber o no darse cuenta que la única dueña de todo era ella. La dama de ojos frises, que no era otra cosa que el alma de la casa grande y su esencia. El resto únicamente éramos accesorios o marionetas necesarias, pero no imprescindibles, para que la casa se mantuviese en pie y no la derribase el paso del tiempo. Pudiera ser que después de mí les tocase esa misión a Castor y a Sol, con ayuda de Miguel o sin ella. sin embargo eso aún estaba por ver y en cualquier caso yo no tenía la intención de retirarme tan pronto y dejarles el campo libre a la pareja de tórtolos que se pasaban el tiempo muerto arrullándose.     
Porque a partir de aquella tarde en el río, Castor se mostraba más obsequioso y empalagoso con su novia, como si tuviese que hacerse perdonar algo indebido. O tenía complejo de culpa por algo, o le había entrado una solitis crónica que lo hacía más vulnerable a las gracias naturales y no tan naturales de la chica; y no pensaba más que en estrujarla y besuquearla en todas partes. No sabía si entre él y Miguel hubiera alguna conversación sobre esa tarde y lo ocurrido a la orilla del río, mas aunque pareciese que nada cambiara, ni mermara su amistad, las miradas que se cruzaban no eran las mismas ni de igual intensidad por parte de Miguel hacía el otro muchacho. Y eso me daba que pensar y me tenía bastante mosca.
Pero una tarde me atreví a interrogar a Miguel y fui al establo, sabiendo que estaba solo, y lo abordé sin preámbulos. Y le pregunté: “Qué pasa entre Castor y tú?”. “Nada que no tenga remedio”, contestó el chaval. Pero yo insistí: “Es por lo que pasó en el río?....... Es algo de lo que nunca hemos hablado, pero sucedió y lo vi como te estoy viendo ahora”. “En parte sí”, respondió Miguel. “Explícate”, le exigí. Y se explicó: “Al día siguiente vino aquí cuando yo estaba cepillando los caballos y sin mediar más palabras ni explicaciones me preguntó si me había dolido mucho”. Eso significaba que supo lo que hacía y era consciente de que violaba a su amigo. 
Y Miguel continuó: “Le conteste que sí. Que me había dolido en el culo, pero no en el alma. Puesto que eso era lo que deseaba desde hacía tiempo, pero no de esa forma y con tan malas maneras”. Osea, que también se dio cuenta de todo y sufrió o gozó sin restar ni una sola de las sensaciones que el otro le hizo sentir y padecer. 
Guardé silencio y esperé a que Miguel hablase de nuevo y lo hizo: “Estaba avergonzado por lo que me había hecho y se justificó diciendo que de repente se vio encima de mi cuerpo y, sin saber si por rabia o por otro motivo, algo le incitó a clavármela y no reparó en hacerlo por la fuerza sin importarle si yo lo deseaba o buscaba eso al besarle en la boca”. “Joder!”, exclamé, pero me callé el resto de mi pensamiento que volvía a creer que Alfredo tuviera más intervención en todo el asunto de lo que el me aseguró ese día.
Pero recapacitando enseguida me di cuanta que tanto Castor como Miguel sabían lo que hacían; y posteriormente Castor intentó justificarse con el otro intentando arreglar las cosas.  Y esa idea se reafirmaba al contarme Miguel que Castor llegó a ponerse violento otra vez queriendo convencerlo que a él sólo le gustaba Sole y no sentía inclinación alguna por él ni por cualquier otro hombre. Castor juró golpeándose el pecho que con quien le gustaba follar era con su novia y el único agujero que le tiraba para meter la polla dentro era un coño y no un culo. Es decir, un culo de macho, porque Miguel bien sabía que más de una vez ese muchacho le había dado por el culo a la chica para evitar dejarla embarazada. Así que la cosa no era de anos sino de nalgas más o menos redondas, tersas, o prietas y recias.
Y Miguel me siguió contando que a las palabras de Castor. justificando su hombría, le respondió: “No tienes por que preocuparte, ni molestarte en demostrar lo que eres, pues sé bien que contigo nunca llegaría a nada y ni siquiera permitiré que se vuelva  a repetir algo parecido a lo que pasó en el río. Y con eso no me refiero a que dejemos de ser amigos como hasta ahora. Simplemente lo que ocurre es que cada uno seguirá con sus inclinaciones sin molestar e incomodarnos uno al otro. Ya sé de sobra que estás colado por Sole y que te van las mujeres solamente. Y no es necesario que me lo repitas, ni te daré ocasión para hacerlo. Y ten claro que no te guardo ningún rencor, porque en realidad me lo busqué yo mismo. Nunca debí provocarte de ese modo y te pido perdón por ello. Lo que si te digo es que con ella nunca hagas lo mismo que me hiciste a mí, porque hace mucho daño, te lo aseguro. Quizás lo que yo necesito es alguien diferente a ti, que sepa apreciar lo que le entrego y me haga sentir que para él soy el ser más importante del mundo. Y tú no puedes hacerlo, Castor”. 
Al escuchar a Miguel no se me ocurrió otra cosa que preguntarle: “Y dónde crees que hallarás a ese hombre..... Esperas encontrarlo en este pueblo?”. El chaval me miró con tal fijeza que me taladró los sesos y respondió: “Sí........ Ese hombre existe y no está lejos....... Ire en su busca esta noche y lo encontraré esperándome para amarme y compartir conmigo el mismo deseo de felicidad”. “Espero que realmente lo encuentres y que ese hombre sea quien te espera”, le deseé con todo mi corazón.
Volví a la casa y no había dado dos pasos cuando a mi lado ya estaba Alfredo más triste que antes y sin ganas de hablar. Me daba lástima verlo en ese estado de melancolía y me paré junto a la gran magnolia y sujetándolo por los hombros le pregunté: “Qué coño te pasa?...... Desde que fuimos a casa de Amalia eres distinto y no te reconozco...... Dime que ha cambiado?”. Alfredo me abrazó muy fuerte y con los ojos húmedos me contestó: “Me temo que no pinto nada aquí y mi sitio ya no está en esta casa..... Esta finca precisa de otros que la disfruten y renueven su energía; y yo debo irme, lo mismo que Amalia y ese otro Alfredo al que mi madre quiso que me pareciera...... Barrunto que muy pronto no me necesitarás y solamente seré un estorbo para ti....... Has asimilado lo suficiente como para ser consciente de tu propia personalidad y cuales son tus necesidades afectivas y sexuales.  Y no precisas quien te guíe e indique lo que debes hacer. Te bastas tú solo y solamente has de aceptar la compañía adecuada para compartir tu vida y mantener en pie esta casa..... La casa grande no puede quedar abandonada ni sentir que sus muros no albergan a nadie. Ella es más importante que quienes la habitan, porque nos hace reales y existimos en función de su supervivencia. Nunca lo olvides”.
Esa noche oía desde mi habitación los gozosos gemidos de Sole y los resoplidos salvajes de Castor, que, por la frecuencia e intensidad de los chirridos de su cama, se podía apreciar la pasión casi bestial del placer de la pareja. Era imposible conciliar el sueño con ese concierto de jadeos y estridencias. Y sin darme cuenta la puerta lateral de mi cuarto se abrió y en el umbral se dibujó la silueta de un joven. Y le pregunté: “Supongo que te molestan y no te dejan dormir”. Y él respondió: “No puedo dormir porque busco al hombre que necesito para realizar mi vida..... Y ellos no me molestan, ni tampoco envidio su gozo...... Yo busco el mío donde sé que puedo tenerlo y dárselo también al que me desea y me espera desde hace tiempo”. “Ya lo has encontrado?” pregunte. Y Miguel respondió: “Sí..... No tuve que ir lejos. Tan sólo tenía que abrir esta puerta y acercarme a su cama”. 
Y totalmente desnudo se acostó a mi lado y sin más palabras amé de verdad por primera vez. Y desde ese mismo instante Alfredo desapareció para siempre de mi existencia. Y mi vida y mis anhelos fueron otra cosa desde entonces y no me importaba nada que no fuese la dicha de mi amante. Ni tampoco me molestaba que alguna que otra vez los ojos de Castor se posasen lascivos en el trasero de Miguel, puesto que ya era mío y nadie más tenía derecho ni oportunidad de entrar en mi santuario.
La casa grande nos atrapaba entre sus muros a dos parejas y Miguel y yo no deseábamos más que seguir juntos en ella hasta que otros ocupasen nuestro sitio, si es que la gran casa los aceptaba como inquilinos, porque ella era la que mandaba y regía los destinos de sus ocupantes.    

domingo, 11 de septiembre de 2011

La casa grande XVIII

Llegué al río acalorado, siguiendo el paso acelerado de Alfredo, y al ver a los dos chavales tendidos sobre la hierba, retozando como cachorros, me oculté tras un matojo y quise ver donde pararía aquel juego que los tenía enzarzados a los dos. Se reían, pero daba la impresión que era una pelea típica de críos lo que estaba ocurriendo allí. Vi que se detenían y se miraban fijamente a los ojos por unos segundos. Y entonces vino lo que yo esperaba sin desearlo. Miguel pegó su boca a la de Castor y lo besó. Y como si un rayo le cayese sobre la cabeza al otro muchacho, se apartó de Miguel; y sin reponerse de la sorpresa que le causara con ese beso, le arreó un puñetazo que lo tumbó de nuevo, pero ahora dolorido y sangrando por un labio.
Debí intervenir de inmediato para evitar que las cosas subiesen de tono, pero no lo hice y esperé que se desarrollasen por si mismos los acontecimientos. Y no se hizo esperar mucho la respuesta de Miguel y le devolvió el golpe a su compañero con más fuerza de la que lo había recibido él. Castor acusó el puñetazo y cayó de bruces y no le dio tiempo a responder con otro, porque su atacante se levantó y echó a correr hacia donde Alfredo y yo nos ocultábamos. Y Alfredo me gritó: “No dejes que se marche y deje así a Castor!. Oblígalo a volver junto a él y que le pida perdón y consiga hacer las paces con su amigo..... Venga!. No seas timorato y páralo!”. Y lo detuve saliéndole al paso y lo agarré por un brazo y con voz autoritaria, tal como me hablaba a mí Alfredo, le ordené que pidiese perdón a Castor, aunque yo no tenía claro cual de los dos debía hacerse perdonar por el otro. 
Miguel solamente había expresado el deseo que Castor le provocaba con sus bonitos ojos pardos y su cara de macho, tan joven y atractivo, que en realidad a todos los de la casa nos dejaba sin aliento al mirarnos. Y supongo que al estar tan cerca de él y oler la virilidad de su cuerpo, el chico no pudo resistirse a besar esos labios carnosos y tan frescos que le sonreían. Castor se dejó llevar por un sentimiento de macho mal entendido, quizás, y rechazó violentamente lo que tan sólo era una muestra de afecto y de aprecio tan sincero y ardiente como el amor que Sole le profesaba. Y al sentirse herido y rechazado de ese modo, Miguel sacó su vena de hombría y le pagó el desprecio a su amigo con la misma moneda. Pero él atizó empujado por la rabia de no ser comprendido por el hombre que tanto ansiaba tener en sus brazos para amarlo con todo su ser.
Y no sé bien si fueron mis palabras o el propio deseo del chaval por ir de nuevo junto al amigo, el caso es que Miguel dio la vuelta y se fue al lado de Castor, que todavía estaba tendido en el suelo. Se arrodilló junto a él y casi llorando al verlo abatido y sangrando por la boca le pidió perdón y prometió que nunca jamás haría nada parecido. Realmente el asunto no era como para rasgarse las vestiduras, pues tan sólo había un beso entre los dos; y mal dado, por cierto. Sin embargo, la cara de Castor parecía distinta y no supe interpretar su gesto. Ya me había visto, porque salí de mi escondite, pero parecía que no yo no estuviese con ellos. Y, sin pronunciar palabra, Castor puso una mano detrás de la nuca de Miguel y atrajo su cabeza hacia la suya, besándolo con una pasión y una intensidad que seguramente ni a Sole la besara nunca de ese modo. 
Ahora si que estaba desconcertado viendo aquello. Y no quedó ahí la cosa, porque Castor se abalanzó sobre Miguel, aprisionando su cuerpo bajo el suyo, y, sin parar de morrearlo como un loco, le fue dando la vuelta para sobarle las nalgas y buscar con sus dedos el redondel que pretendía traspasar. Miguel no se resistía y yo alucinaba sin entender nada y le pregunté a Alfredo que coño estaba pasando. Pero Alfredo no me respondió ni lo vi a mi lado. Y no hizo falta saber nada más para maliciar lo que sucedía en realidad. No podía verle los ojos a Castor, pero tampoco me hacía falta verlos para saber que ya no eran pardos sino grises. Y Miguel estaba siendo usado otra vez, creyéndose que era su apetecido amigo quien lo gozaba. 
Estuve por interrumpir aquella escena, que me parecía indigna y fraudulenta, pero quedé paralizado y no pude apartar la vista de sus cuerpos enlazados buscándose y palpándose  con un ansia desaforada. Y llegó el punto álgido del juego y ocurrió lo que seguramente nunca había previsto Miguel. Castor, mejor dicho Alfredo a mi entender, logró ponerlo boca abajo y sujetarlo inapelablemente con el peso de su propio cuerpo. Con las piernas separó las del otro chico; y como si una fuerza imparable guiase su pene al punto donde otro quiso dirigirlo, lo penetró casi de golpe y lo violó sin que Miguel pudiese impedir la invasión de su cuerpo. Debió dolerle mucho y seguramente sintió que su carne se partía y sus entrañas se rasgaban, pero no pudo gritar y apenas se oyeron unos gemidos ahogados por la fuerte mano de Castor que le tapaba la boca. No duró mucho, pero Castor, más que jadear sobre el cuerpo de Miguel, emitía bramidos más propios de una fiera que de un hombre. Luego se detuvo y ya no movió su cuerpo sobre el del otro chaval. Y así, uno sobre el otro, se quedaron agotados sobre la hierba a la orilla del río y ante mis ojos asombrados y mi mente alborotada por lo que que acababa de presenciar.
Los dos muchachos no se movían y a mi lado Alfredo me decía: “Ya está. Al fin Miguel tuvo lo que tanto quería. Deseaba a Castor y logró tenerlo entre sus brazos. Buscaba un rato de placer con él y lo tuvo. Y ahora supongo que todos contentos”. “Cómo dices eso!...... Tú lo has violado usando a Castor!..... Y qué pasará ahora entre los dos?”, exclamé con angustia imaginando que pensamientos estarían royendo el alma de Miguel, puesto que daba por hecho que el otro no se había enterado de nada y únicamente actuara de instrumento para que Alfredo llevase a cabo lo que se había propuesto al apoderarse de su voluntad. Me dolía ver a esos dos chavales desnudos y tirados sobre la hierba húmeda, todavía ensartados y aplastado Miguel bajo el peso de Castor, pero no me atrevía a ir hacia ellos ni hacer ningún ruido para no despertar de nuevo otro ataque de rabia de uno hacia el otro a causa de lo sucedido.
Y fue Miguel quien se movió primero y se giró bruscamente derribando a su opresor. Lo miró un instante y se levantó sin advertir mi presencia y se lanzó al agua como si ella no sólo pudiese lavarlo sino también borrar los restos de huellas dejados por su amigo Castor sobre su piel. Castor aún tardó algo más en incorporarse. Y al hacerlo buscó con la vista a su amigo y se fue al agua y nadó hasta la orilla opuesta como si quisiese huir del escenario donde tuviera un mal sueño. Yo estaba desolado y no sabía que hacer para remediar de alguna forma el desaguisado creado por Alfredo. Y le eché en cara esos métodos espantosos que tenía de usar a la gente según su capricho y con el sólo fin de hacer su voluntad. Le llamé retorcido y casi llegué a decirle que me espantaba su proceder sólo propio de un monstruo. 
Sí, le llamé monstruo y estaba a punto de decirle que no quería volver a verlo ni a compartir nada con él, pero Alfredo me calló la boca con un beso y agarrándome fuertemente me gritó: “No digas lo que vas a lamentar antes de que llegues a pronunciar la última sílaba!. Bien sabes que Miguel está loco por ese otro chaval y cada noche desea estar con él en la cama y sentir su calor para entregarse a él con toda el ansia de que es capaz un joven lleno de pasión y ganas de vivir. Si algo deseaba ese chico era sentirse unido a su amigo en el mayor abrazo que dos hombres pueden darse. Verse compenetrados hasta confundir sus cuerpos y los latidos de sus corazones al amarse y fundirse en uno solo lo que antes eran dos. Igual que tú y yo lo hemos deseado entonces y ahora sólo podemos lograrlo usando a esos muchachos. Piensa si realmente Miguel ha sufrido o por el contrario gozó con toda la intensidad que siempre soñó sentir”. Pero no quise escuchar su palabrería y quise largarme de allí para no saber que ocurría al salir los dos rapaces del agua.
No me dio tiempo. Y cuando iba a darme la vuelta para marcharme, oí la voz de Miguel que me llamaba al tiempo que ya salía del agua. Solamente giré la cabeza y lo vi venir corriendo hacia mí y no pude por menos que esperar y escucharlo. Y el chico me pidió que no me fuese y me bañase con ellos en el río. Ni sentía vergüenza por haber sido violado delante mía, ni daba la impresión que el escozor doloroso en el culo le impidiese mirarme con una sonrisa invitándome a jugar con Castor y él dentro del agua. Busqué a Alfredo a mi alrededor y el muy cretino estaba muerto de risa apoyado en un arbusto y meneando la cabeza indicándome con ese gesto que yo era un pringado por tomarme esas cosas del sexo de un modo tan trágico y tremendo. Como él me decía a veces, hacer esto es lo más normal y es lo mejor para pasar el tiempo cuando no hay nada que te preocupe. Y si lo hay, aún se necesita más una compañía agradable con la que puedas pasar un buen rato olvidando todo los problemas y relajando la ansiedad que nos perturba. 
Es posible que Alfredo con su filosofía acomodada a sus apetencias tuviese algo de razón. Mas a mi me seguía pareciendo demasiado transcendente eso del sexo. Y mucho más si se llegaba a culminar el acto con otra persona como hicieran esos chavales. Para mí follar era más importante de lo que decía Alfredo. Y no niego que probablemente él fuese más feliz y tuviese la conciencia tranquila con sus planteamientos al respecto, si es que aún le quedaba conciencia a ese truhán, y no tuviese reparos en usar a otros para complacer sus instintos y sus necesidades de afecto y gozo. Sin embargo, a mi todavía me faltaba recorrer un buen trecho para alcanzar ese grado de frialdad y cinismo para ver las cosas desde esa perspectiva y a través del prisma mental de Alfredo.    
Le dije a Miguel que fuese al agua con el otro, que yo iría enseguida, y agarré a Alfredo por las muñecas y le interrogué: “A cual de los dos poseíste?...... Con cual de ellos gozaste ese polvo, cabrón?”. Estabas dentro de Castor y violaste a Miguel, o fue dentro de ese chaval donde te ocultaste para disfrutar como una puta con el otro macho?”. Y Alfredo me miró muy sereno y me preguntó a su vez: “Me estás preguntando o son reproches motivados por los celos?..... Y si son celos, de quién estás celoso?....  De mí, de Miguel, o de Castor?..... Qué papel te hubiera gustado desempeñar en esa comedia?..... Porque en parte no fue más que eso. Una comedia en la que cada cual eligió el rol que más le apetecía interpretar”. “No te entiendo”, alegué con cara de duda. “Pues deja que te lo aclaré, so tonto!..... Que eres más inocente que un higo. Y ni siquiera chumbo que tienen espinas y pican si los coges mal”, me fijo Alfredo riéndose otra vez. Y ya me estaba poniendo enfermo con tanta risa y estuve a un tris de darle un puñetazo igual que el recibido por Castor y tan bien dado como se lo atizó Miguel.
“Vamos, muchacho!”, exclamó Alfredo con tono de suficiencia que me repateó todavía más. Y continuó hablando: “No voy a negar que me metí en Castor para enfriar sus ánimos y romper el hielo entre los dos chavales....... Y el inició del beso que le dio a Miguel fue cosa mía. Pero ahí se acabó mi intervención........ Bueno, le soplé a Castor un par de cosillas, pues le falta experiencia en eso de perforar otros agujeros que no sean en la vagina de una mujer, pero nada más que simples sugerencias sin demasiada importancia, aunque esenciales para introducirla por donde debía hacerlo....... Y a partir de ese momento ni siquiera hice de apuntador....... Me limité a observar como hiciste tú...... Y nada más, puedes creerme..... La representación corrió a cargo de ellos solitos y sin mi ayuda para nada más........ Sí. Y no pongas esa cara de idiota que te están esperando para bañarse contigo. Vete con ellos y cuidado que Castor no te viole a ti también. Me temo que le va a coger afición a eso de entrarle por detrás a otro tío que tenga un culo prieto y recio. Y tú todavía lo tienes muy duro”. !Calla la boca, cabrón!”, dije con un exabrupto. 
Si eso era cierto, lo que estaba pasando me superaba. Castor fuera consciente de lo que le hacía a Miguel y ahora o disimulaba aparentando que no pasara nada entre ellos, o se lo estaba tomando con una naturalidad y un cuajo que no me imaginaba eso de acuerdo con la manera de ser de ese muchacho. Y por otro lado, Miguel sólo habría soportado y sufrido el agresivo ataque sexual del otro, o lo disfrutara verdaderamente, como insinuaba Alfredo, e incluso se regodeaba sintiendo el picor y las molestias que le dejara en el ano su compañero?. Me estaba haciendo un puto lío y cuantas más vueltas le daba menos entendía aquel asunto. A ver si iba a resultar que a partir de ese día Sole quedase relegada a un segundo plano en las apetencias sexuales de su novio?. Me costaba  creerlo viendo como babeaba el chico al mirarla y más cuando ella lo encelaba con sus pechos y moviendo las caderas al trajinar por la casa o antes de decirle que le apetecía dormir la siesta un rato; y los demás sabíamos a que se refería la chica con eso de disfrutar la siesta, aunque la dormida fuese nula o se limitase a un rato muy corto. En fin!. Era mejor esperar acontecimientos y dejar a un lado tales quebraderos de cabeza. Por el momento tocaba baño y juegos con los dos chicos y a ver como se portaban el uno con el otro tanto dentro del agua como una vez que saliésemos y nos tumbásemos sobre la hierva para secarnos al sol. Habría malas caras o gestos desabridos?. O por el contrario se mirarían con cierto recelo, o buscándose de nuevo para volver a gozarse mutuamente los dos?. Eso sólo el paso de los segundos y minutos, o quizás horas, lo resolvería. A no ser que Alfredo me mintiera y ninguno de los dos se enterase de nada, o al menos Castor, lo cual no sería extraño en él.

jueves, 8 de septiembre de 2011

La casa grande XVII

Miguel adoraba los caballos y su atracción por ellos crecía a tal ritmo que pronto consiguió dominarlos y mantenerse sobre la silla, o cabalgar incluso a pelo, y daba la impresión que se entendía con ellos y podría hablarles un su misma lengua. Al montar sobre el lomo del noble bruto era como si otro ser estuviese en su pellejo y fuese ése y no él quien le hablaba al animal. A mí me encantaba dar largos paseos con el chico, montados en los dos caballos más nerviosos y de mejor estampa, y nació entre nosotros una confianza y camaradería más propia de dos chavales de su misma edad que entre un chico tan joven y un hombre ya maduro que había dejado atrás los cuarenta. Y, sin embargo, nos entendíamos bien y a veces creía que Miguel estaba más cómodo conmigo que con Castor. 
Eso no quitaba que al ver medio desnudo a ese otro mozo, enseñando el inicio de la raja del culo, cosa que era habitual en él, Miguel se pusiese muy colorado y nervioso y a mi me entraban sudores pensando en el tacto recio de esas dos bolas de carne que el muy cabrón solamente dejaba que se insinuasen. Yo siempre me decía para mis adentros: “Cómo debe gozar Sole agarrando con fuerza esas putas nalgas y apretarlas contra ella cuando la está follando”. Y seguramente a Miguel lo que más le jodía era que si el enseñaba también el comienzo de su trasero, que lo tenía precioso, Castor se quedaba indiferente y no le causaba la menor inquietud verle el culo entero. Castor se quedaba entontecido al mirar las apretadas tetas de Sole que sobresalían por el escote de la blusa o el vestido dejando ver la mitad de sus bonitas manzanas algo doradas por el sol. 
El caso era que Miguel y yo nos divertíamos juntos y podíamos hablar de cualquier cosa que no fuesen temas sobre los que el chaval no poseía conocimientos suficientes o ninguno en absoluto, como eran los propios de mi profesión, o ese otro tabú, que yo no quería mencionar ni que saliese a relucir nunca hablando con el chaval, por si fuera el caso que él sospechase algo acerca de ese espíritu que más de una vez entrara en su cuerpo para usarlo de medio en la extraña relación amorosa que yo mantenía con Alfredo. Puede que Miguel no fuese consciente cuando el otro se apoderaba de su voluntad y transformaba sus ojos y mirada, volviéndola de un intenso color gris brillante como una estrella solitaria que resalta en el firmamento en una de esas noches sin luna, pero plagada de estrellas unidas en constelaciones. Como ese astro que llama nuestra atención al verlo en la oscuridad y llegamos a creer a veces que en vez de una estrella podría ser algo extraño a nosotros y al universo que nuestras mentes alcanzan a ver y entender. 
Esa experiencia utilizando a Miguel como caparazón del espíritu de Alfredo se había repetido en dos ocasiones más después de la del río. Y ni mi sentimiento de culpa ni la vergüenza inicial de entonces pudieron evitar que me plegase al deseo de Alfredo y besase los labios de Miguel absorto en los ojos grises del que lo dominaba desde el interior. Y en algunos instantes me parecía advertir que el verdadero Miguel reaccionaba también a mis caricias y debajo de los de Alfredo me miraban sus ojos pardos, no con odio ni sorpresa por usarlo sin su consentimiento, sino con un atisbo de asentimiento y placer al sentir en la piel mis manos y el calor de mi cuerpo sobre el suyo. Sin embargo, yo estaba seguro que el chico deseaba al otro muchacho y no se le pasaría por la mente apetecer sexualmente a un tío que le llevase tantos años, pues en ese tiempo le doblaba la edad al chaval. Además, no hacía falta más que ver el modo en que Miguel miraba a Castor para darse cuenta que en sus poluciones nocturnas estaba presente ese mozo y no otro hombre ni mucho menos una mujer. Con Sole el rapaz mantenía un entente cordial sin llegar a intimar más allá de lo justo ni permitirse un resbalón que la pusiese en guardia sobre las secretas intenciones del chico respecto a su novio.
Mi conciencia me remordía con tanta fuerza como me atraía el muchacho al verlo a mi merced sumergido en un letargo que yo imaginaba inconsciente. Pero aunque quisiera evitar aprovecharme de él de ese modo, me sentía incapaz de revelarme contra los deseos que me imponía la carne y mucho más para hacerle frente a la persuasiva invitación que Alfredo me hacia para gozar una relación que estaba vedada a un ser sin contorno definido ni dimensión alguna de tiempo y espacio. “Sólo a través de ese muchacho podemos sentir lo que siempre has deseado desde que nos conocimos”, me repetía Alfredo insistentemente al verme reacio para abrazar y besar la forma humana de Miguel. Muchas veces estuve tentado a preguntarle al chico si notara algo raro en ocasiones, pero no me atreví a profundizar en algo que para mí mismo era todavía inexplicable. E incluso a veces me parecía que tan sólo lo había soñado y no se produjera el menor contacto físico con Alfredo por medio del cuerpo del muchacho. 
Pero al margen de tales conjeturas, he de decir que mis días en la casa grande con los chicos y Sole eran tranquilos y sobre todo muy felices. Tanto que ni echaba de menos mi anterior vida en la ciudad, ni ganas tenía de volver a ese mundo de prisas y agobios de tráfico y asuntos de trabajo o compromisos que suelen presentarse con variado cariz. Sole realmente nos alegraba con su risa y un modo de ver las cosas por el lado positivo. Y Castor ponía un toque de sencillez en sus maneras y gustos, sin afectación alguna, y envuelto él mismo  en una sinceridad tan aplastante, que aparte de tremendamente viril resultaba un tanto rústico y encantador. Era una criatura afable y con buen humor que nunca fruncía el entrecejo ni decía a nadie una palabra malsonante. Me parecía tan entrañable como atractivo y entendía que le gustase tanto a su novia como al otro muchacho. Lo malo era si llegaba a estallar una rivalidad entre Sole y Miguel, queriendo llevarse al huerto a Castor cada uno por su lado. Y hasta llegué a pensar si el ambiente de la casa grande, o un espíritu que nos dominaba a todos dentro de ella, influía en nosotros despertándonos deseos y pensamientos que quizás en otro lugar mantendríamos dormidos.
Y lo más real era que los tres formábamos ya parte de esa mansión y cada día que pasábamos juntos en ella nos convertíamos en su misma esencia, atrapándonos entre sus paredes sin dejarnos escapar ni tampoco querer huir de allí. Flotábamos en su atmósfera y nos sujetaba a esa finca una fuerza superior que nunca podríamos vencer. Al menos ni Miguel ni yo y puede que Castor tampoco. Desde que fui consciente del influjo que la casa grande operaba en algunos espíritus, supe que si alguien podría escapar de ella era Sole. Nosotros tres, me refiero a los dos chavales y a mí, estábamos enredados en una red invisible, pero más fuerte que el acero, que nos retenía en la casa para alimentarse con nuestras vidas y completar su alma con las nuestras. Y no sé si todo eso lo orquestaba Alfredo o también él era parte del mismo juego a que nos sometía la casona para prevalecer en el tiempo sobre aquellos que la habitaban creyéndose sus dueños. Y la única dueña de ella misma era la casa grande; y también era dueña de todos los que entrábamos en ella para quedarnos. Porque fuese cual fuese las intenciones, la casa se encargaba de cumplir sus propios designios y apoderarse de sus habitantes para siempre.
Ahora estoy convencido que todos bailamos al son que quiso tocarnos esa casa y no fuimos capaces de salirnos del círculo mágico que trazó a nuestro alrededor para mantenernos controlados y unidos a su antojo. Y, como remate, no faltaba la colaboración de Alfredo para poner las cosas en su punto si era preciso darnos un empujón y llevarnos al terreno donde la casa grande quería vernos. Y fue una tarde, tras el almuerzo y al ir a dormir la siesta cada cual a su cuarto, cuando ocurrió lo que nunca esperaba ni creía posible. Castor y Sole no parecían tener ganas de irse a su habitación a descansar un rato y Miguel me dijo que subía a echar una siesta un par de horas. Yo no tenía sueño, pero me gustaba saber que en la habitación vecina estaba el chaval desnudo y probablemente cachondo pensando en el otro chico. Y subí detrás de Miguel diciéndole hasta luego a los otros dos jóvenes que ya retozaban en el sofá de la sala.
Sin embargo, Miguel no entró en su cuarto y se quedó en la escalera espiándolos. yo entré en mi dormitorio, pero no cerré la puerta del todo y por la generosa rendija que dejé abierta podía ver a Miguel agazapado en los balaustres del pasamanos. Sólo lo veía a él, pero por sus gestos y actitud pude imaginar que pasaba abajo. Y vi con claridad como Miguel se desabrochaba los pantalones y su brazo me indicaba que la mano se ocupaba de algo más contundente que acariciarse el pene. Sole y Castor tenían que estar morreándose de lo lindo o follando medio en pelotas, porque la excitación de Miguel demostraba que la escena que miraba lo estaba poniendo como un burro. Así estuvo un rato; y yo, tan caliente con él, aguardaba el desenlace de su calentura, pero me sorprendió que de repente se diese media vuelta y dirigiéndose a mi cuarto abriese la puerta y la cerrase tras él. No dijo nada y yo disimulé mi empalme ahuecando las sábanas para que no notase la rigidez del miembro que intentaba esconder. Pero no debió cuajar la treta porque el chico se acercó a mi cama, se sentó a mi lado y sin dejar de mirarme con sus ojos pardos me besó en la boca. Me quedé atónito de entrada, pero al segundo reaccioné y fui yo quien lo besó a él en los labios con mayor fuerza todavía. Miguel, sin incorporarse, se quitó los pantalones y la camiseta y me destapó para tumbarse a mi lado y pegarse totalmente para rozarse voluptuosamente contra mí. Y esa vez era él y no Alfredo y no rechacé su entrega ni sus besos y sobeos. 
Duró poco, pues, probablemente más por la excitación nerviosa que por la sexual, los dos nos vertimos casi al mismo tiempo tan sólo con sentir el calor de esa otra carne, ansiando satisfacer una lujuria desbordada por el placer de otros y contenida por nuestra propia inseguridad. Y al irse Miguel quedé destrozado en lugar de satisfecho, porque estaba seguro que solamente me había utilizado para descargar sus testículos, recalentados por la visión de ese otro hombre que tanto deseaba solazándose con la novia. Y por si mis recelos al respecto no fuesen suficientes, vino a remachar el asunto Alfredo, diciéndome que todos nos aprovechábamos de otros si las circunstancias nos eran propicias. A mi me escocía que Alfredo se metiese en la piel de Miguel para que yo pudiese sobarlo y besarlo como dos amantes, pero no desaprovechó la ocasión mi querido amigo sin cuerpo para restregarme en las narices que el rapaz me había usado para satisfacer la libido provocada por Castor. Y por tanto no era como para tener tantos remordimientos que nosotros lo hubiésemos utilizado a él un par de veces o alguna más. Eso ya daba igual, pues el chico también buscaba lo mismo y estaba claro que prefería a un hombre para satisfacer sus necesidades sexuales. Y Alfredo tuvo el cuajo de recordarme que aunque ya fuese un cuarentón, aún tenía un cuerpo como para hacerme un favor y que no era tanto sacrificio para el chaval acostarse conmigo. El muy cabrón lo decía porque él seguía igual de joven y de guapo que cuando nos vimos por primera vez y sabía que su cara, sus ojos y sin duda su sonrisa me desarmaban y me rendía sin remedio a cuanto quisiera pedirme. 
Debí dormirme después de charlar con Alfredo y me di prisa por ver si también estaba levantado Miguel, por el sólo hecho de verlo y comprobar si me sonreiría al verme o se avergonzaría por haberse acostado conmigo. Pero no lo encontré y bajé para saber por donde andaba el muchacho. Y Sole, muy contenta, seguramente por el polvo disfrutado con su novio, me informó que Miguel y Castor se habían ido a darse un baño en el río. Y eso me descolocó totalmente y quise helarle la sonrisita en la boca; y maliciosamente le insinué que posiblemente ellos habían preferido ir solos y no llevarla al río para que también se diese un baño, porque seguramente lo pasarían mejor juntos. Sole, con una media risita me dejó claro que si no iba era porque no le apetecía, pues Castor, antes de marcharse, le preguntara si no le parecía mal que la dejase para acompañar a Miguel. Sin duda quiso dejar constancia que tenía a su novio comiendo en su mano como un cordero y si le soltaba la cuerda era porque estaba segura que era suyo y de nadie más. Y ahora era yo quien sentía celos de Castor. O quizás lo que temía era que fuese Miguel el que consiguiese encelar a su joven  amigo y lo llevase tras un matorral para saciarse de ese olor a macho que desprendía el mozo. Y si solamente fuese de un aroma viril de lo que tenía ganas Miguel!. Mas yo sabía bien que ese chaval necesitaba mucho más que eso y únicamente Castor podía darle lo que tanto buscaba en otro hombre.      
Salí de la casa con intención de montar a caballo y galopar sin rumbo para calmar mis ansias, pero me salió la paso Alfredo y me convenció para ir también al río y darnos un baño en compañía de los otros dos muchachos. Y no tuvo que hacer mucho esfuerzo para convencerme y llevarme donde él quería para hacer conmigo lo que le diese la gana sin que tuviese que forzarme demasiado para conseguirlo. El mandaba y yo no sabía como resistirme.

viernes, 2 de septiembre de 2011

La casa grande XVI


Desperté tras esa primera noche en la casa grande como si hubiera renacido a otra vida  y que sería diferente en todo a la que llevaba en la ciudad. Me levanté nada más oír ruido en la habitación contigua, donde durmiera Miguel, y me acerqué a la puerta que las unía para comprobar si estaba cerrada del todo o si quedara una rendija entreabierta para que nuestros oídos espiasen los sueños. Estuve a punto de abrirla del todo y ver al chico desnudo o al menos como se vestía, pero no lo hice y me quedé sentado en la cama esperando  que él bajase primero las escaleras. Sentí que Alfredo me veía por el espejo del armario y le dije que no se celase del chaval, que tan sólo era un chico que me caía bien, pero sin pretender nada con él. Se le veía tan joven a ese rapaz, que entendías lo bella que resulta la vida cuando la sangre bulle en las venas y todo parece nimio y sencillo para echárselo a la espalda sin mayores complicaciones para ser sincero con uno mismo y con el mundo que te rodea. Alfredo se reía, pero no dijo nada y me puse encima unos pantalones cortos y una camiseta cualquiera para bajar a desayunar con mis nuevos amigos. Pero antes de salir del cuarto, me preguntó Alfredo: “Cuando comprarás los caballos?”. “Crees que podré montarlos todavía?”, le pregunté yo a él. fijo en los míos sus ojos grises y añadió: “Lo hacías bien cuando montabas en el picadero”. “Y tú como lo sabes?. Acaso estabas allí para verlo?, dije yo. Y Alfredo, sin dejar de sonreír, dijo: “Siempre estuve a tu lado viendo lo que hacías”. Eso me fastidió y le pregunté algo enfadado: “Y también estabas conmigo cuando hacía el amor con mi mujer?”. “No.... en ese tiempo no me necesitabas y menos para follar con ella. Y te dejé a tu aire..... Y así te fueron las cosas con esa mujer..... Y ya ves como has vuelto a mí y a desear que no vuelva a dejarte solo...... Convéncete que sin mí no eres nada, porque yo soy esa parte de ti que has intentado ocultar sin saber que de ese modo estuviste a punto de amputar parte de tu alma. Pedro, no se puede luchar contra uno mismo y hay que aceptar lo que cada uno es y siente”. 
Y estando con los chicos en la mesa de la cocina, nada más darle el segundo mordisco a una rebanada de pan con mantequilla y mermelada de fresa, le dije a Miguel: “Vamos a comprar un par de caballos...... O mejor tres. Porque será conveniente disponer de uno bien domado y no excesivamente brioso para que aprendas a montar antes de subirte a otro más fogoso....... Supongo que yo recordaré todavía mis tiempos en los que iba a un picadero. Era tan joven como lo eres tú ahora y no se me daba mal montar a caballo..... Espero que los años no me hayan privado de demasiada agilidad para poder sostenerme con cierta seguridad sobre la silla..... Ya veremos como se te da a ti la equitación...... Aunque estoy seguro que aprenderás pronto y enseguida podremos darnos largos paseos por los alrededores los dos juntos...... Y si Castor quiere acompañarnos, pues tendrá que aprender también a manejar las riendas y sostenerse sobre la grupa........ No crees, Miguel?”. “Claro!....... Lo primero es comprarlos y luego ya veremos quien monta mejor. Porque pienso aprender muy rápido!”. Y se oyó la voz cálida de la chica decir: " Acaso yo no cuento en eso de montar?". "Tú cuentas para todo", añadí sin mucha convicción.
No tuvo que pasar mucho tiempo para ver tres preciosos caballos en los establos, que los cuidábamos entre Miguel y yo, ni tampoco para que, como laboriosas hormigas, con los dos chicos emprendiera la labor de remozar la casa grande, por dentro y por fuera, animados por la grácil silueta de Sole; que, como la reina de la colonia, trajinaba de un lado a otro opinando y aportando sus ideas para dejar el escenario de nuestras vidas más acogedor y agradable de lo que nosotros hubiésemos logrado estando solos y no contar con las sugerencias de la muchacha. En cuanto la conocí, comprendí que tuviese a Castor embobado y encelado a sus preciosos pechos y a esas cimbreantes caderas que movía con tanto salero como gracia al caminar o hacer cualquier movimiento, aunque solamente estuviese parada mirándonos y dándole vueltas en la cabeza a algo que no acababa de ver claro o aún no le parecía acorde con el resto de la decoración o funcionalidad de la estancia, conforme a la dedicación y función que se pensaba dar a las cosas. La chica no sólo era guapa y con unos ojos tan expresivos como claros y espabilados, sino que apetecía tenerla al lado y no dejar de verla como una fruta fresca que alivia la sed en esas tardes tórridas del verano; aunque sabes que si abusas en su contemplación, es posible que aumente la temperatura de tu cuerpo y te haga sudar y tener pensamientos ardientes si la ves o imaginas ligera de ropa.
Confieso que me tenía en un bolsillo la moza y con cuatro carantoñas conseguía mi aprobación a cuanto se le ocurría. Y si a mí me traía como un manso cordero con un par de zalamerías, cómo no iba a tener cautivo de sus encantos a su novio!. A él le hacía bailar en un centímetro cuadrado sin mover los pies del suelo, con sólo mirarle los ojos o lanzarle un esbozo de beso por el aire al girarse y encontrase de frente los dos. Era al mismo tiempo tan alegre como una mañana de romería y seria si se terciaba el momento. Y siendo casi por costumbre dulce, sin llegar a resultar empalagosa, podía tener un repunte arisco si Miguel se empeñaba en buscarle las cosquillas. Sin duda añadiría que la chica tenía carácter y ya era toda una mujer.
La reforma de la casa avanzaba, dándole un toque moderno y actual, tirando a minimalista, no sólo de acuerdo con mi gusto, sino también al de los muchachos, sin que nuca faltase que Sole pusiese un adorno floral, sencillo y nuevo cada día, sobre una mesa del salón para alegrarnos la vista al poco de levantarnos de la cama. Y hubo que cambiar bastantes muebles aprovechando únicamente algún que otro complemento decorativo con el fin de conservar el alma intrínseca de la casona y perpetuar el recuerdo de los que vivieran en ella anteriormente. Y, por tanto, el retrato de la matriarca, la perspicaz doña Regina que todo lo vigilaba con su penetrante mirada de ojos grises, se mantenía firme colgado en el lugar de honor de la sala. Se quitaron los viejos papeles que tapizaban las paredes y se desnudaron las ventanas de cortinajes y visillos, eliminando tanto trapo para dejar pasar la luz y alegrar el espacio permitiendo ver los árboles del jardín sin estorbos desde cualquier habitación de la casa.
Por las noches, a través de la puerta que comunicaba mi cuarto con el de Miguel, que algunas noches me daba por pensar que estaba entreabierta, escuchaba su respiración acompasada cuando él dormía y la agitación creciente que sufría su respirar al masturbarse en plena noche, sin que yo estuviese seguro que escenas imaginaba ese muchacho o que sensaciones acompañaban a su mano para llegar a ese solitario orgasmo  que yo oía y hasta podía oler desde mi cama. A veces daba por seguro que lo provocaban los crujidos que se filtraban desde el techo y los dos percibíamos mientras Castor y Sole gozaban su amor en la cama. Sin embargo, otras muchas noches no necesitaba el aliciente de esos morbosos ruidos para que Miguel se solazase él mismo apagando sus gemidos y jadeos al llegarle la eyaculación. Y yo me excitaba también con el chico y soñaba que estábamos juntos en la misma cama. Pero simplemente era un sueño que no correspondía a algo real. Aunque Alfredo venía a mi lado y me calmaba con sus caricias y esos besos tan tiernos que sólo él sabía como dármelos para poner mi lujuria en el disparadero.
El, mi Alfredo, estaba conmigo en cuanto me quedaba solo y los chicos atendían sus quehaceres. Ellos no lo veían nunca, porque él no deseaba que supiesen que estaba en la casa con nosotros y se escondía en cualquier lugar de la finca donde nadie, excepto yo, podría encontrarlo. Y no sólo me acompañaba al río como entonces, cuando éramos adolescentes los dos, sino que también me acompañaba a casa de Amalia si alguna tarde iba a visitarla. Y para no dejarlo solo esperándome en el puente, pocas veces volví a cruzarlo para ir a la otra orilla. Quien iba casi a diario era Sole y con cierta frecuencia lo hacía Castor. Pero Miguel, al igual que Alfredo, no quería pasar al otro lado ni alejarse más de lo necesario de la finca. 
Y recuerdo que una tarde en casa de Amalia, ella me trajo unas suculentas ciruelas, amarillas como el oro y rebosantes de agua tan dulce como el almíbar, y al ir a morder una, me fijé en los glotones ojos de Alfredo y alargué la mano para dársela antes de  llegar a probarla. Sin duda era la más grande y madura del plato y por un instante quedó suspendida en el aire, cayendo para estamparse en el suelo derramando sus jugos. Alfredo no fue capaz de cogerla con la misma realidad que lo hacía conmigo y la ciruela se perdió y quedó inservible hasta para las hormigas, pues Amalia se dio prisa en recogerla y limpiar bien para que su olor no las atrayese formando una interminable fila india hasta comérsela entera. Me gustaba estar con Alfredo a solas y sentir sus dedos sobre mi piel al tomar el sol en el río. Y a él le encantaba que jugase con su pelo y recorriese su espina dorsal con mi lengua para terminar mordisqueándole la nuca, haciéndole unas cosquillas que no soportaba.
Un día, estando tumbados al borde del agua entreteniéndonos en esos juegos, oí moverse unas ramas y al hacerse más cercano ese ruido apareció Miguel cubierto tan sólo por un vaquero sin perneras y con un par de rotos en el culo que dejaban ver dos retazos de sus nalgas. Me alegré al verlo y le dije que se acercara a nosotros, pero creo que Alfredo se molestó con él por interrumpirnos y nos dejó solos. El chico se acostó a mi lado y se estiró en el suelo cruzando los brazos detrás de la cabeza, pero solamente se desabrochó la cintura del pantalón sin bajar la cremallera ni quitárselo para ponerse desnudo como estaba yo. Miraba al cielo y yo le miraba a él. Concretamente posé mis ojos en su vientre y no los moví de ahí mientras esperaba que me hablase de algo, ya que a mí no se me ocurría ningún tema de conversación en ese momento. Miguel torció la cabeza hacia mí y me preguntó: “Estuvo casado, verdad?”. 
Me quedé un tanto sorprendido por la pregunta, soltada tan de sopetón, y respondí que sí. Y el chaval añadió: “A un hombre que le gusta una mujer, puede sentir algo por otro tío?”.  No sabía si contestar lo que yo creía o si decirle lo que él desearía oír, pero le dije que sí. “Y si la ama?”, insistió. Y le respondí: “Si la ama de verdad y no es un espejismo formado por la bruma de sus propios anhelos y miedos a la soledad y a no ser querido, entonces la querrá y deseará tanto que no tendrá ojos para nadie más. Pero si no es tan fuerte el sentimiento hacia ella, la atracción por otro ser no tardará en vencer su resistencia y claudicará para entregarse y caer en sus brazos, ansioso por sus besos”.
Miguel calló y sin decir nada más se quitó los pantalones quedándose desnudo. No pude negar que era bello el cuerpo de ese joven y me entró un sudor frío que me hizo tiritar. Me puse boca abajo y él se quedó adormilado panza arriba. Y con algo erótico debía estar soñando porque su pene empezó a engordar y endurecerse, creciendo notablemente a lo largo de su vientre. Y a mi lado apareció Alfredo diciéndome: “Tócalo si eso es lo que quieres y te mueres por hacerlo”. Me revolví hacia él y exclamé: “Estás loco!..... Es un chaval y no desea que otro hombre lo acaricie ni le toque con otra intención que no sea tan inocente como sus pensamientos y deseos”. Alfredo rió y me dijo: “Qué tonto eres!..... El loco es él, pero lo está por su amigo y compañero. A este muchacho le gusta Castor y desea tocarlo y besar su boca. O no oyes como se masturba?. Lo hace pensando en ese otro joven que por ahora sólo tiene ojos para su novia. Y Miguel sufre y necesita que otro hombre lo desee y le quiera tal y como es, con defectos y virtudes. Y sin reprocharle que no sienta atracción física por una mujer. Vamos!. Atrévete y besa sus labios!. Está dormido y te aseguro que no sabrá nunca lo que has hecho durante su inconsciencia, porque a quien besarás y amarás no es a él sino a mí”. Y los ojos de Miguel se abrieron y su color no era pardo sino gris. Y Alfredo me besó a mí con la boca de Miguel y me acarició con sus manos y yo abracé a mi amigo estrechando ese otro cuerpo joven y prieto que tan sólo dormía, posiblemente imaginando que era otro el que estaba acostado con él en la hierba. Y por primera vez. Alfredo y yo nos amamos realmente. 
Luego quedé tendido sin fuerzas junto al chico. Y al notar que se despertaba, cerré los ojos para ocultar mi vergüenza por haber usado su cuerpo soñoliento y sin voluntad, mientras lo poseía Alfredo para que los dos retozásemos como nunca hubiéramos hecho entonces, en nuestras primeras tardes en ese río que tanto sabía de mis verdaderos sentimientos y mis deseos más íntimos y secretos. Imaginé que se palpaba al oírle mascullar entre dientes: "Joder!. Debí ponerme muy cachondo porque estoy pringado!..... Esto se arregla con agua". Y noté un rápido moviendo a mi lado y en décimas de segundo escuché un chapuzón que indicaba que el chaval se tirara al agua de golpe. Y pocos minutos después, sentía la salpicadura fría unas gotas sacudidas sobre mi cara. Y abrí los párpados fingiendo que me despertaba; y el chico me preguntó con intención de empujarme hasta el río: "Vamos al agua?". "Vamos", respondí. Y sus ojos eran pardos y bajo esa piel solamente estaba Miguel. Y me pregunté en silencio: "Será posible que no se haya enterado de nada?". Pero lamenté que eso fuese así.