miércoles, 10 de agosto de 2011

La casa grande VIII

No daba crédito a lo que mi propia mente estaba a punto de dar por cierto y no me quise rendir a esa aparente evidencia de no ser más que una ensoñación lo pasado con Alfredo la tarde anterior. Me fui derecho al punto por donde había entrado en la finca la otra vez y miré para todos lados antes de dirigir mis pasos a la casa para comprobar si algo podía indicarme que no era pura fantasía aquel muchacho de ojos grises. Iba sin poder resistir el afán de llegar a la sala donde estaba el retrato de la anciana dama, pero nada más dar los primeros pasos sobre la infinidad de ramas secas esparcidas por la tierra, sonó risueña la voz de Alfredo a mi espalda: “Dónde vas tan rápido?”. “A buscarte”, respondí con una expresión en mi cara que ahora pienso que fue mejor no vérmela. Y el otro rapaz añadió sin inmutarse lo más mínimo ante mi expresión desesperada: “No sé si tú me lo has dicho o lo soñé esta noche, pero creo que te gustan las moras y fui a cogerlas. Además pensé que no vendrías tan temprano. Todavía hace demasiado calor para bajar al río...... Tienen una pinta que están para comerlas!....... A que sí?”. “Sí”, me limité a contestar sin dejar de mirar los ojos de Alfredo.
Y todavía lo vi más atractivo que el día anterior en el agua, pues no llevaba puesta ninguna camisa y sólo se tapaba sus partes con un escaso paño blanco que dejaba salir y ver por debajo la punta del pene. Ese entrever de su sexo por el borde inferior de la tela me obligó a clavar la mirada en ese punto concreto, sin reparar que el mío, mi miembro, cabeceaba inquieto y temí que volviese a apoderarse de mí la excitación padecida antes de dormirme. Alfredo no parecía darse cuenta de nada, o no le daba importancia a que yo estuviese a un tris de empalmarme al verlo de esa guisa, y me dijo: “Hay que lavarlas antes de comerlas, porque mi madre siempre dice que no se debe meter en la boca nada que esté sucio....... Y las moras siempre tienen polvo encima...... Además están demasiado calientes y es mejor refrescarlas........ Todo está mucho más rico si está fresco. Verdad?”. Y yo dije: “Sí”. Y entramos en la casa por la cocina para lavar las moras y poder refrescarlas un poco. Y lo que yo necesitaba era calmarme, pues aún estaba nervioso al creerlo un espíritu y no un chaval tan vivo como yo, y me hacía falta refrescarme como las moras; cosa que no sería tan fácil de conseguir mientras viese el pito de Alfredo asomado por uno de sus muslos.
En el mismo canastillo donde recogiera las moras, Alfredo las lavó bajo el grifo y dejó que escurriese bien el agua para ofrecérmelas diciéndome: “Coge, y verás que buenas son estas moras. La zarza está en la parte de atrás de las cuadras. Luego podemos verlas, porque tenemos tiempo para ir a bañarnos....... Antes había varios caballos en ellas, pero ahora no queda ninguno. Pero voy a volver a tener al menos un caballo. Aunque sé que a mi madre no le gusta esa idea....... A ti no te gusta montar?”. “Sí”, respondí, Y de inmediato añadí: “Pero no sé si sabré, porque nunca me subí a un caballo”. “Es fácil, ya lo verás”, dijo Alfredo como si el animal ya estuviese ensillado y esperándonos en la cuadra. Y volvió a acercarme el canasto para que cogiese más moras. 
“Nos van a hacer daño”, dije después de ponernos los dos morados, nunca mejor dicha esa frase tras zampar tantas bayas silvestres. Y él ser rió y me gritó: “Echamos una carrera hasta las cuadras y el que llegue antes puede hacerle al otro lo que le dé la gana!”. Y sin más salió corriendo de la casa y yo detrás suya sin saber hacia donde debía correr, pues no conocía en que lugar se hallaban esas dichosas cuadras de las que me hablaba mi amigo. Pero corrí como un loco con Alfredo sin verdadera intención de ganar la carrera, sino de ir a su altura nada más. La diferencia en la competición estaba en que él conocía el lugar de la meta y yo tenía que limitarme a ir a su vera sin dejar que me sacase ventaja, pero sin poder rebasarlo, pues no sabría hacia donde tirar sin llevarlo de guía.
Y tras unos robustos castaños vi unos muros de piedra que me hicieron sospechar que ese era el final de la contienda. Y así era y la cuadra se dejó ver en toda su extensión, que no era pequeña, y entramos en ella y me quedé pasmado al ver los pesebres vacíos y sucios que debieron albergar antaño bellos ejemplares para arrastrar algún lustroso coche o lucirse al trote montados por un avezado jinete. Ahora sólo quedaba en ellas el recuerdo de lo que fueran y hasta las moscas se habían ido a otra parte por falta de animales a los que molestar, obligándoles a menear la cola y dar coces al suelo. Pero para mis adentros reconocí que eran, o mejor fueran unas cuadras de lujo dignas de consideración y elogio. Alfredo estaba satisfecho al enseñarme sus cuadras y volvió a decirme que cuando tuviese un caballo lo montaríamos los dos e iríamos al río galopando sin bridas ni albarda. 
Y lo único que se me ocurrió decirle fue que así nos caeríamos sin tener estribos para apoyar los pies. Y aunque nos sostuviésemos apretando las rodillas contra la panza del caballo, nos dolería el culo al votar sobre el lomo sin nada que amortiguase el contacto. De tanto subir y bajar, nuestras nalgas iban a quedar tan coloradas como el culo de un mandril. A Alfredo le hizo mucha gracia mi salida y me agarró por detrás para achucharme y soplarme detrás de las orejas. Nunca me habían hecho eso, pero hizo que una corriente recorriese mi espina dorsal. Y le grité que me soltase y que parecía medio tonto por hacer esas cosas. Pero el chico no me soltó y añadió: “Yo gané la carrera y puedo hacerte lo que quiera”. Protesté y le dije que no era cierto y que nadie había ganado porque entramos en la cuadra al mismo tiempo. Pero él añadió: “No es verdad. Y lo sabes. Tú ibas a mi paso, pero un milímetro más atrás. Y yo gané........ Ahora me perteneces y puedo hacer lo que me de la gana. Ese era el premio para el ganador y yo soy quien lo merezco”. Y esta vez me callé y no dije nada. Pero temblé al notar que el se acercaba más a mí y ya sentía su pecho muy pegado a mi espalda y su aliento en mi nuca humedeciéndome por dentro sin saber que me estaba pasando apresado entre los brazos de Alfredo.
Yo estaba muy quieto y sólo aguardaba algo que no podía o no quería ni imaginar. Y Alfredo me giró hacia él y sin pestañear acercó su boca a la mía y me besó. Estuvimos con los labios pegados un instante, pero en ese momento me pareció interminable aquel beso. Y ahora, que el tiempo aleja esos días y puedo verlo todo con más perspectiva, creo que solamente deseé que ese beso no terminara nunca, pero que en realidad fue un simple beso sin más intención que cobrarse una apuesta con algo que pudiera extrañar al perdedor por inesperado y poco corriente entre dos amigos. Pero eso pienso ahora, pero entonces supuse o quise creer algo muy distinto.
Después Alfredo me dijo que ya era hora de bañarse en el río y salió corriendo otra vez. Yo le grite: “Para, hostia!....... Es que piensas ir medio en pelotas?”. Y él me contestó: “Y qué más da!....... Allí vamos a estar desnudos.... Para qué queremos llevar pantalones o bañador?”. “Me parto el culo de risa contigo!”, exclamé. “Y si nos ve alguien?”, pregunté, dando por hecho tal posibilidad. “Y quién nos va a ver?...... Tú ya conoces mi culo y mi pito y yo los tuyos. Así que no hay por qué tener vergüenza. Vamos y no seas memo....... Tu vete vestido si quieres, pero puedes dejar la ropa en mi casa y luego ya te vestirás cuando volvamos del río..... Te daré otro trapo para ponerte e iremos más frescos los dos”. Y ni corto ni perezoso Alfredo me agarró por una mano y me arrastró a la casa.
Subimos a su dormitorio y del armario sacó otro paño parecido al que él llevaba puesto y me ordenó (porque esa es al palabra adecuada) desnudarme. Y le obedecí y me quedé en cueros delante de sus narices. Y él extendió el trapo con las dos manso y me rodeó el culo y el bajo vientre para enrollarlo y dejarme el sexo medio tapado. Y así, sin otra ropa, nos fuimos al río a bañarnos y volver a jugar en el agua como dos críos. Y esa tarde no pudimos ser más felices los dos hasta terminar agotados y tumbados sobre la hierba. 
Allí, acostados boca arriba, muy cansados de nadar y darnos un sin fin de chapuzones, Alfredo me preguntó: “Por qué eres tan amigo de Amalia?”. “Me cae bien”, contesté. Y agregué sin darle tiempo a hablar de nuevo: “Es una buena mujer y me trata con mucha amabilidad y cariño..... Y no sé por qué tú no quisiste conocerla o saludarla al menos....... Me pareció mal eso y no entiendo el motivo por el que no quieres que ella te vea..... Hoy vendrás conmigo a su casa y verás como te gusta estar con ella y puede que también te cuente cosas de su juventud que a mí me interesan mucho”. “Qué va a saber ella que pueda interesarme a mí?”, exclamó Alfredo muy seguro de si mismo. Y yo enseguida le respondí: “Pues muchas cosas, porque sabe bastante más de lo que imaginas sobre la casa grande y quienes fueron sus dueños...... Ya me contó algo, pero todavía tiene mucho guardado en su memoria para decirme”. “Yo ya sé todo lo que debo saber sobre mi familia y esa casa que ahora es sólo mía........ Y no necesito que nadie me cuente historias ni me diga nada sobre ellos....... Hace tiempo que lo sé todo y eso no arreglará nada ahora..... Ya no puede repararse lo que hicieron mal entonces....... Por eso no quiero verla ni que ella ni nadie me vea a mí”. “Y por qué estás conmigo entonces?.... Sólo yo puedo verte?”, dije muy alterado. “Sí...... Sólo me interesa tu compañía y que seas mi amigo....... Con el resto no quiero nada y por eso no deben verme ni deseo ver a nadie más....... Sólo tú puedes comprenderme y conocerme tal y como soy de verdad...... Porque además yo te quiero, Pedro. Y sé que tú también me quieres a mí y necesitas estar conmigo como yo contigo...... Nos necesitamos los dos más de lo que tú crees”. Y con estas palabras Alfredo me dejó anonado y todavía más perplejo que cuando la tarde anterior se fue corriendo al llegar al puente, sin darme una explicación lógica del motivo por el que no quería atravesarlo.
Volvimos a su casa y me vestí con mi ropa para irme a casa de Amalia y luego a la mía. Y le pregunté: “Vas a venir conmigo hasta el puente?”. “Sí...... Pero no entraré en casa de Amalia..... Te esperaré fuera y al llegar al puente nos despedimos hasta mañana. Porque vendrás a buscarme otra vez para ir al río, verdad?”, me dijo al tiempo que se vestía unos pantalones cortos. Y respondí: “Sí...... Claro que iré a tu casa y luego estaremos el resto de la tarde en el río jugando en el agua, desnudos y libres de cualquier atadura que no sean nuestros propios brazos..... Volveré a buscarte mañana y todos los días mientras esté en el pueblo....... Y tú me esperarás?”. “Sí....... Creo que ya sabes que te esperaré todos los días. Pedro, yo te esperaré siempre y mientras quieras venir a buscarme. Allí estaré. En mi casa. E iré a coger moras para ti y para mí. Porque ya no me hago a la idea de pasar el tiempo sin pensar en volver a verte y esperar a que llegues....... Ahora somos amigos. Más que amigos!. Camaradas!. Verdaderos colegas!, que es mucho mejor”.
Caminábamos despacio hacia la casa de Amalia y mis sentimientos estaban partidos ante la perspectiva de conocer más sobre la vida de aquella mujer y de la casa grande; y, al mismo tiempo, desazonado al saber que en cuanto llegase al puente Alfredo me dejaría y seguiría solo el camino hasta mi casa. Lo primero estaba por ver y era el deseo y la esperanza que diariamente me llevaba a ver a Amalia, aunque nunca supiese hasta donde llegaría el relato en esa ocasión. Pero lo segundo era algo cierto y que no estaba en mi mano evitarlo ni contaba con recursos bastantes para convencer a Alfredo que no se fuese y me dejase tirado a la entrada del puente. Casi estuve por suplicarle que no lo hiciese y que continuase conmigo hasta el pueblo. Pero no me atreví a decírselo y seguí andando sin mirar otra cosa que mi propia insatisfacción al no encontrar nada que retuviese conmigo a mi amigo Alfredo.
Amalia me vio llegar y me saludó con la mano. Y luego me indicó que me diese prisa. Y al estar más cerca de ella me gritó: “Verás que manzana cogí para ti esta mañana.... Estaba cubierta de humedad a pesar de que las hojas de la cepa la cobijaban del rocío....... Es de las que tanto te gustan!. Y además también te hice otra cosa que yo bien sé que te pirra.... Arroz con leche bien rociado de canela en polvo!. Qué te parece la merienda!”. Joder!. De pronto se me hizo el hambre en el estómago y no pude evitar ir corriendo hasta la puerta de la casa. Y de repente paré en seco y volví la cabeza por si Alfredo aún estaba detrás mía, pero el muy cabrito ya se había escondido. “Qué puta habilidad tiene este mamón para esconderse cuando quiere!”, casi digo a gritos, pero me contuve para no dar explicaciones innecesarias a la buena mujer que me mimaba tanto o más que si fuese mi madre o mi abuela. Aunque su comportamiento conmigo era más propio de una abuela consentidora que de una madre que no debe malcriar a su hijo.
“Primero a merendar”, me dijo Amalia. Y añadió: “Luego te cuento algo más sobre mis mocedades y las gentes que tanto te intrigan........ Vas a terminar soñando con esa dichosa casa y todos los espíritus que la habitan todavía!”. Qué mal sabía ella que ya soñaba con todo eso y aún más, puesto que estaba por medio Alfredo que, para mí, sin duda se estaba volviendo el mayor misterio que guardaba la casona entre sus muros. Mas mi curiosidad era insaciable, mucho más que mi apetito por muy bueno que estuviese el arroz con leche y jugosa la manzana crujiente como el cristal, y me acomodé en un sillón de mimbre para escuchar sin pestañear otra entrega más de la saga de la casa grande y los recuerdos de la propia Amalia.

4 comentarios:

  1. Querido Maestro! me hizo transportar a mi niñez /adolescencia sintiendo el sol tibio, los aromas, las texturas, el descubrimiento de los sentidos, como todo tomaba una dimension mayor, misteriosa y extraña.
    Gracias, gracias, gracias!
    Besos y un enorme abrazo
    Eli

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  2. Da gusto compartir algo con quien lo aprecia tanto como tú. Gracias a ti por tu fidelidad a esta página. Besos

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  3. Señor como dice Eli usted nos hace sentir a los lectores como sienten los personajes, ahora mismo me dieron muchas ganas de comer un arroz con leche y canela.
    Besos

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  4. Puede ser que mis personajes quieran sentir lo que puedan sentir mis lectores. O al menos algunos de ellos a los que conozco más. A mi también me gusta mucho el arroz con leche rociado de canela.

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