viernes, 24 de diciembre de 2010

Un cuento para adultos

Como la nube que vaga por el aire viendo donde descarga la lluvia que fertilizará los campos, así quería recorrer el mundo para descargar su bagaje de afecto, dando su corazón y sembrando felicidad. Esta es la historia de un alma errante y solitaria que sólo quería ser tan amada como ella deseaba amar a los demás. Y es mi regalo en estas fiestas para todos los lectores de esta página.



Errante



Hubo otro tiempo en que la tierra estaba poblada por gentes sencillas en su mayoría, pero, al igual que ahora, unos pocos dominaban los territorios y a sus moradores, como si una cosa y otra fuesen de su absoluta propiedad. En esta época y en un rincón de la tierra, vivía un joven de aspecto corriente, sin llegar a ser vulgar, pero generosamente dotado por la naturaleza en gracia y una estructura muscular bien proporcionada, que, sin saber exactamente en que consistía, buscaba la felicidad.

Esa idea ocupaba su mente, pero, como ya he dicho, el muchacho no sabía que era eso de ser feliz. Ni siquiera tenía un concepto medianamente claro sobre que podría necesitar para alcanzar tal estado. Y, sin embargo, en su interior una voz le decía a gritos que tenía que existir algo por lo que mereciese la pena haber nacido, ya que hasta el momento no contaba con nada que compensase el trabajo de permanecer sobre la tierra.

Ni tenía familia que lo quisiera, ni ningún amigo lo echaría de menos si desaparecía del pueblo que lo había visto nacer. Y, sin nada que llevarse, ni mucho menos que tuviese algún valor, el chico partió una mañana de niebla sin rumbo fijo, pero caminando hacia cualquier otro lugar donde encontrase eso que tanto deseaba. La felicidad.

Anduvo algunas millas y no encontró ni nada ni a nadie que le indicase que camino sería el mejor para llegar a un destino idílico. Y al caer la noche, cansado y hambriento, se tumbó al pie de un castaño para descabezar un sueño. Y soñó. Soñó con praderas verdes cubiertas de flores amarillas y blancas, mecidas por una ligera brisa que refrescaba su cara y le movía suavemente sus cabellos ensortijados de color castaño. Vio, de una manera imprecisa, una figura vestida de blanco, pero que no lograba discernir su sexo. Le parecía hermosa, pero no distinguía ni su rostro ni nada que le asegurase que era un alma con cuerpo o solamente un espíritu.

De lo que no se trataba es de un hada buena, porque la realidad de la vida ya le había enseñado que esos seres no existen. Y ni siquiera en la imaginación pueden darse esas criaturas excelsas tan perfectas y bellas. Y sabía bien como eran los hombres y cuanto escaseaba la bondad entre ellos. E incluía en eso, metiéndolos en el mismo saco, tanto a seglares como a religiosos. Porque malas experiencias las había sufrido con unos y con otros y ni una sola vez encontrara un ser que destruyese el mal concepto que tenía de todos ellos.

Y le daba igual que fueses hombres o mujeres, porque estas también intentaran sacar provecho del chaval y llevarlo al huerto en más de una ocasión. Y ellas ni siquiera respetaron sus pocos años cuando aún no le había salido el vello en los sobacos ni sobre el pene. Ahora hasta le apuntaba la barba en las mejillas y cada vez era mayor el acoso femenino que soportaba con demasiado frecuencia. Solían llamarle guapo y buen mozo. Y al menor descuido ya le estaban agarrando el paquete. Y hasta un par de ellas lograron que las montase y las dejase relajadas y contentas con su esfuerzo por colmarlas de dicha. Pero hasta con eso tuvo problemas en uno de los casos, puesto que apareció un hombre vociferando que lo quiso matar y lo amenazaba con cortarle los atributos masculinos entre insultos hacia él y la mujer, que lo más dulce que le llamó fue puta zorra del demonio.

Ahora dormía en mitad de la nada y de todo, puesto que en su cabeza se abría un sin fin de posibilidades y todas ellas podían ser magníficas o resultar una mierda, en función del resultado que obtuviese de las nuevas experiencias que se abrirían a cada paso que diese por ese mundo que estaba dispuesto a explorar. Antes del amanecer sintió frío y se despertó agitado por un presentimiento que sin parecerle malo de entrada, tampoco lo tenía por bueno, ni conseguía precisar el alcance de esa sensación que le desasosegara todavía dormido. Se dio media vuelta sobre si mismo e intentó conciliar el sueño otra vez, pero el trino tempranero de un gorrión no le dejó pegar ojo de nuevo.

Y se levantó de un salto y se desperezó y estiró las piernas y los brazos bostezando. Miró a ambos lados, como buscando o esperando ver algo nuevo en su entorno, pero todo estaba más o menos como lo encontrara antes de acostarse la noche anterior. Su estómago le dijo que tenía que meter algo para que dejasen de hacer ruido las tripas, pero no se veía ni fruta a mano ni algo que sirviese para calmar el hambre y llenar el buche. Aunque un olorcillo muy agradable y cálido, a pan recién horneado, llegó hasta su nariz y la boca comenzó a segregar saliva como si ya tuviese un trozo entre los dientes.

Husmeó el aire y su olfato le indicó la dirección que debía seguir para llegar al punto donde se cocía esa tierna bolla que removía sus jugos gástricos. Y efectivamente divisó una casucha cuya chimenea de piedra humeaba llamando al convite. Pero quién habitaría allí y cómo lo recibiría al verlo en el umbral de su puerta. Compartiría con él ese pan acabado de hacer?. Eran épocas de escasez y nadie andaba sobrado como para mostrarse generoso con el primero que apareciese con cara de no haber comido caliente en días. Pero Ariel, que así le llamaron al mozo al nacer, y nunca escuchara otro nombre referido a su persona, según recordaba desde que tenía uso de razón, confiaba en que alguna vez encontraría otro ser que no fuese tan mezquino ni jodidamente egoísta y torticero como los que hasta esa fecha había topado en su corta vida.

Se acercó sin mucho convencimiento a la puerta de la covacha y antes de poder acercarse a menos de diez pasos, escuchó el rugido sordo y poco amistoso de un perro a su espalda. No se atrevía a girarse para no ver que animal lo amenazaba, pero por el rabillo del ojo percibió las fauces abiertas y llenas de colmillos de un perro enorme que destilaba furor mezclado con una espesa baba. Estaba perdido, puesto que solamente disponía de un rudimentario cuchillo sujeto al cinto. Y, o mucho se equivocaba, lo que no era probable, o aquel animal era un mastín leones y eso significaba que podría tronzarle un brazo antes de que pudiese defenderse de su ataque. Fea se le ponía la situación al buen mozo y debía pensar con rapidez si quería salvar el pellejo intacto.

Midió la distancia hasta la choza y sabía que podía correr más rápido que el perro, pero dónde se metería luego para que no lo alcanzase. Si la puerta se mantenía cerrada, aunque sólo fuese un minuto, estaba perdido y el animal lo trabaría sin remedio. Y correr hacia otra parte no era muy recomendable en tales circunstancias, ya que el mastín cogería velocidad y haría presa en él. Y tampoco había un puto árbol suficientemente cerca para poder trepar y ver desde lo alto al perro. El rugido del animal aumentaba el tono y Ariel perdía la esperanza de salir indemne de esta. Maldito olor y puñetera hambre que le llevó a meterse en tal fregado arriesgando la piel quizás por nada. Pues si que el viaje en busca de la felicidad iba a ser corto para aquel cativo muchacho. Al poco de empezar su camino ya le salía al paso la primera adversidad y no era poca su importancia.

continuará


4 comentarios:

  1. siempre me dejas con la intriga Andreas...
    besosssssssssss y gracias por el mejor regalo del mundo, tus palabras!!

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  2. Las palabras siempre pueden ser el mejor regalo cuando no dañan y hacen imaginar o soñar cosas hermosas o simplemente agradables. Besos

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  3. Con este cuento Maestro Andreas me da una posibilidad más para felicitarlo.
    Lo hago en nombre de mi Amo, de ayax y el mío.
    Besos

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  4. Gracias a los tres. Este cueto, que no será largo, trata de una temática distinta a la de los otros relatos que publicáis en vuestro blog. Cuando pensaba sobre que reflexionaría, se me ocurrió hacer un cuento para adultos, sin llegar a tratar el tema del sexo de la misma manera que en los relatos anteriores. Veremos a ver lo que sale y en que queda. Besos

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