miércoles, 22 de diciembre de 2010

Reflexiones del barón


A veces nos surge una idea como un relámpago que destella en la noche del pensamiento e ilumina por un instante la apatía y la desidia del cerebro por esforzarse en imaginar algo distinto y más emocionante que el normal acontecer de las horas, sin otra cosa que vernos el ombligo inclinando más o menos la cabeza, según nos impida la visión nuestra tripa. Parece que ese remate no demasiado estético, pero que puede ser sugestivo y hasta erótico, sea el centro del universo para contemplarlo tanto y olvidar que en nuestro entorno hay otros seres con problemas y preocupaciones mucho más grandes que las nuestras. Sin embargo, todo lo reducimos a nuestro mundo pequeño y concretado en nosotros mismos, como si todo lo demás no nos afectase lo más mínimo, evitando implicarnos demasiado en el universo exterior que se aleje dos pasos de nuestro redondo centro de atención. Es como un botón, en unos casos sale hacia fuera y en otros se mete para adentro en un hoyuelo que hasta resulta simpático y nos gusta meter el dedo y apretarlo, ya sea el nuestro o el de otros. Incluso para hacer una gracia o cosquillas le tocamos el ombligo a alguien. Pero sólo es eso. La cicatriz que nos queda después de separarnos del claustro materno. Y no tiene más significado, aunque nos recuerde ese estado previo a la vida exterior. Pero de ahí, a que lo asimilemos al orbe, hay una gran diferencia. El ombligo sólo es un ombligo y el orbe es mucho más que nuestra persona  

2 comentarios:

  1. Esta bueno escaparse un rato, el peligro es quien se cree el ombligo del mundo...
    Besosssss
    Eli

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  2. Eso es lo peor. Pero más que creerse el ombligo del mundo, el mundo es él y su ombligo.

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