lunes, 1 de marzo de 2010

Capítulo IX

La cena no pudo ser más atroz, preocupados por el necio de Gonzalo que seguía sin llamar por teléfono o aparecer por la puerta. Y Paco pretendía a toda costa que saliésemos zumbando para Pamplona con el fin de averiguar si le había pasado algo al muy cretino. Cierto es que le gusta apretar el acelerador, sobre todo cuando va solo en el coche, pero también es verdad que conduce muy bien y no suele hacer tonterías al volante de un automóvil. De cualquier forma nadie está libre de un desafortunado percance. Pero no hay que olvidar que las malas noticias vuelan; y si le hubiese sucedido algo grave ya lo hubiéramos sabido hace tiempo.

Así razonaba yo con Paco, intentando tranquilizarle a él y a mí mismo, dado que botábamos en la silla como si los muelles hubiesen roto la tapicería. Me extrañaba muchísimo que el muy hijo de puta no telefonease, pero en ningún momento tuve verdadera sensación de que pudiese haberle ocurrido un accidente. Y por más vueltas que le daba en mi cabeza no encontraba una explicación lógica para todo aquello. Y Paco seguía insistiendo en su idea de coger el coche y marchar a Pamplona. Y, por si fuéramos pocos, mi madre no paraba de llamar preguntando si teníamos novedades sobre el paradero de Gonza. ¿Lo habrán secuestrado para la trata de blancos?. Me preguntaba yo. Pero no. Gonzalo ya es lo bastante mayorcito como para saber cuidarse solo. Y, además, es demasiado fortachón y puede partirle la crisma a cualquiera que se le ponga tonto. Este cabrón ligó con alguien, mascullaba yo por lo bajo para no soliviantar más los ánimos de Paco. Pero tampoco tiene sentido; porque de ser así, hubiese dicho que no podía venir hasta más tarde o al día siguiente. ¡No nos lo íbamos a comer por eso a estas alturas, digo yo!. Por eso, un simple polvo había que descartarlo. ¿Y a qué podría deberse el móvil desconectado?. La intriga me estaba matando y ya no podía prever el tiempo que aguantaría sin reventar.

"Adrián. ¿No conoces a nadie en Pamplona a quién podamos llamar?". Me preguntó Paco.
"¿Y donde lo buscan?. Al hotel ya llamamos y no está. Abandonó el hotel esta tarde. ¡Cómo no llame a la policía para que lo traigan por una oreja!". Contesté. Pero pensé para mí: "El caso es que den con su paradero"
"Bueno. Pues entonces vamos a buscarlo nosotros". Me respondió Paco.
"Pero vamos a ver. Piensa un poco. Si nosotros salimos ahora y él viene de camino, nos cruzamos sin enterarnos de que él y nosotros vamos en dirección contraria. Y si no salió de Pamplona, tampoco sabemos donde encontrarlo. Por lo tanto es mejor esperar sin perder la calma". Dije con seguridad, pero sin convencerme ni yo mismo de lo dicho.
"¡Joder, Adrián!. ¡Parece cómo si no te importase nada Gonzalo!"
"Paco. ¡No me toques los cojones!. ¡Si no me importa Gonzalo y tú, quién me va a importar!. Mi familia, por supuesto; pero vosotros dos ante todo. Que nunca se te olvide, mi amor"
"Perdona; pero no sé ni lo que digo. ¡Cuándo coja a ese mamón lo hago trizas!. ¡Se le habrá atascado la polla en el culo de alguna puerca y no la puede sacar!. Por eso no llama ni viene el muy jodido"
"Habrá otro motivo, porque para telefonear no hace falta usar la polla"
"Ese utiliza la minga para todo. ¡Y más que nada para pensar!". Dijo Paco al límite de un sórdido cabreo.

Para mitigar la tensión puse el concierto para mandolinas de Vivaldi e intenté distraer mi atención volviendo a la tarea de redactar algunas de mis más gratificantes aventuras, mientras Paco seguía a mi lado visiblemente inquieto, sin poder ocupar su mente en nada que no fuese la jodida espera que nos estaba haciendo pasar Gonzalo.

Y me vino a la cabeza la escapada que él y yo hicimos a Amsterdam hace tan sólo dos años. Fue a finales de primavera, coincidiendo con un viaje a Londres que se organizaron Paco y mi madre, que les apetecía enormemente ir de compras a la capital inglesa, y mi madre puso como pretexto que debía visitar a lady Madeline, una antigua amiga suya casada con un caballero del imperio, muy rico, sir Thomas Friars, que había estado en Madrid el año anterior durante el otoño. Total, que allá se marcharon los dos y Gonzalo y este menda se fueron un par de días a putear de lo lindo. Naturalmente, también tuvimos nuestra excusa para ir los dos juntos, ya que Gonzalo tenía que hacer un viaje a Holanda por motivos de trabajo, y, aprovechando la coyuntura, decidió que aquel era el mejor momento para realizarlo. Entonces se me ocurrió la genial idea de reunirnos los cuatro en París, a la vuelta de sus respectivos viajes, y Gonzalo sugirió que le acompañase a Holanda puesto que no le molaba nada ir solo. Y a todos nos pareció un plan estupendo para quedarnos tres días en la capital de Francia haciendo más compras.
Doña Isabel y Paco salieron volando para Londres, y media hora más tarde Gonza y yo hacíamos lo propio rumbo a Amsterdam cargados de condones; porque, eso sí, siempre hay que estar preparado por lo que pueda pasar.
Nada más poner el pie en suelo holandés, fuimos al hotel para dejar los bultos y acicalarnos convenientemente, y nos lanzamos a la vorágine y al desenfreno en cuanto bar y garito nos habían recomendado previamente nuestras amistades, antes de abandonar Madrid. En los primeros tugurios que entramos no pasamos de los clásicos quiebros sin rematar la jugada. Pero después de la cena, la noche se presentaba larga y comenzamos a peinar el terreno con la minuciosidad de un comando especializado en el rastreo de minas explosivas. Y una mina fue con lo que dimos en un club adornado con látigos y cadenas, donde los camareros y gran parte de la clientela vestían cueros, botas y toda clase de fetiches sado-maso.

El local contaba con gran variedad de compartimentos decorados a tono con el ambiente que allí se pretendía crear, y también había una especie de laberinto, apenas sin luz, dentro del cual podías darte de narices con los numeritos más insospechados. Luego, como es normal en este tipo de locales, tenía su sección de videos porno, cuarto oscuro y cabinas para coito en pareja, o folleteo en grupo en otras un poco mayores. Todo un abanico de sugerencias para que el personal pusiese de su parte un poco de imaginación a la hora de joder. Y tanto a Gonzalo como a mí lo que nos sobra es imaginación para darle a cada culo lo que necesita para sentirse a gusto.

Nada más entrar en el antro, echamos una visual por los alrededores de la barra y nos situamos cerca de unos tíos, como de veinticinco años, altos, rubios, medianamente fuertes sin llegar a ser ases de la pesa, y con esa piel sonrosadamente blanca propia de los nórdicos antes de salir de su país para tomar el sol. Pedimos nuestras consumiciones y Gonzalo pronto avistó la primera pieza aparentemente interesante para ser cazada. El tal, estaba al final de la barra, con gesto indolente, y miraba a un punto fijo sin que diese la impresión de ver nada en concreto.

"¿Parece mono, no?". Me dijo Gonzalo pidiendo mi opinión.
"Sí. Pero habría que verlo más de cerca". Respondí.
"¿Vamos a ver que culo tiene?". Propuso Gonzalo.
"Vale".

Nos aproximamos al absorto muchacho, previsiblemente holandés dado su aspecto en general y concretamente por su pelo, color de ojos, tono de piel, y todas esas cosas que caracterizan a los de por ahí arriba. Nos sentamos en unos taburetes justo a su lado, pero el chico no hizo ni un mal gesto que pudiese darnos a entender que nuestra presencia le hubiese causado el más mínimo interés.

"Gonza, éste pasa de nosotros olímpicamente"
"Déjame a mí y veremos si le enrollamos o no"
"Es todo tuyo"

Y Gonzalo lanzó su ataque planteando una estrategia directa, tal como preguntarle a boca jarro:

"¿Hablas inglés?". En inglés, claro, porque de holandés ni torta.
"Yes". Contestó el tío.
"A mi amigo y a mí nos apetece follarte". Dijo Gonzalo echándole un morro que se lo pisaba.
"¿Sois españoles?"
"Sí". Afirmó Gonza.
"¿Los dos?". Volvió a preguntar el nórdico.
"¿Si los dos somos españoles o si te vamos a follar los dos?". Inquirió Gonzalo.
"Si los dos sois españoles". Aclaró el chico.
"Sí. De Madrid los dos". Contestó Gonzalo.
"¿La tenéis grande?". Quiso saber el holandés.
"Lo suficiente para romperte el culo". Respondió Gonzalo con una desfachatez asombrosa.
"¿Eso es todo de verdad?". Volvió a preguntar el chico señalando el paquetón de Gonzalo.
"¿Por qué no lo compruebas?". Dijo Gonza desafiante.

Y el holandés palpó el paquete de Gonzalo entre exclamaciones de admiración y viciosos gemidos que indicaban como se estaba relamiendo de gusto por lo que el destino le había deparado esa noche para satisfacer su libido.

"¿Té basta?". Fanfarroneó Gonzalo.
"No está mal. ¿Haber el otro?".

Exigió el holandés mirándome a mí y alargando su mano pecadora hacia mis órganos sexuales. Bueno. De pecadora nada, porque su mano me los tocó con la suavidad de los mismos ángeles.

"Te van lo tríos. ¿Verdad, puta?. Fue lo primero que le dije yo, también en inglés.
"Me van lo machos con buenas pollas como vosotros".

Contestó el rubio holandés levantándose de la banqueta, lo que nos permitió verle bien el hermoso culo que ya suponíamos que tenía.Y, a la vista del formidable trasero, Gonzalo le dio un fuerte azote y dijo en perfecto castellano:

"¡Te vamos a brear el culo, cabrón!"
"No entiendo". Dijo el chico excusándose.
"Dice que vayamos a una cabina y así podrás apreciar mejor nuestros aparatos".

Le aclaré yo en inglés, haciendo una traducción un tanto libre de lo que había dicho Gonzalo.

Y nos fuimos hacia la trastienda del local, en cuya agobiante oscuridad se movían cuerpos sudorosos y semidesnudos que entraban y salían de pequeños cuartos formados por tabiques de madera, en cuyo interior se oían las respiraciones entrecortadas de seres que gemían entre bofetadas, hostias, y alguna que otra sonora leche. Y todo ello inmerso en una atmósfera húmeda, acre y viciada de humo y lujuria.

Entramos en una de las cabinas y el holandés no tardó en desabrocharnos la bragueta para sacarnos fuera el mondongo, sopesando al natural y sin tapujos de ninguna clase el peso y volumen de nuestros atributos. Sin más pérdida de tiempo, se puso en cuclillas y nos olfateó los huevos. Y después, lamía por turno nuestros penes mirándonos a la cara como esperando el beneplácito a su sumisión. Le obligué a levantarse, atizándole una hostia en la cara, y nos quedamos los tres en pelota picada. Y entonces comenzó el baile.

Y el que no terminaba de bailar con los nervios era Paco y estaba poniéndome histérico a mí también.

"¿Por qué no tomas algo para dormir y en cuanto sepa algo de Gonzalo te llamo?". Le propuse a Paco.
"¡Estoy yo cómo para irme a la cama en estos momentos!"
"Lo sé. Pero es mejor que te acuestes un rato. Anda tómate una pastilla para dormir y vete a la cama. En cuanto llame Gonzalo o llegue a casa te prometo que voy a despertarte. Venga. ¡No seas terco, joder!"
"¡No puedo dormir, Adrián!"
"Sí que puedes. Tómate esta pastilla"

Y tuve que mandarlo a la cama con un somnífero para no ponerme a dar votes y perder los nervios del todo. Y volví de nuevo a las teclas de mi ordenador.

Decía que empezó el baile entre Gonzalo, el holandés y yo, y la primera pieza fue un fuerte magreo a cuatro manos sobre el cuerpo del chico rubio hasta dejarlo como si hubiese recibido una paliza. Y eso precisamente vino más tarde; e inicié yo la sesión cogiéndolo por las orejas para obligarlo a tragarse el rabo de Gonza, que de crecido e hinchado que se le puso le produjo arcadas al pálido nórdico. Mamó hasta que le dijimos basta, y fue Gonzalo quien lo levantó, agarrándole de los pelos, para doblarlo hacia delante y, apoyándole el pecho en uno de sus muslos, le colocó las posaderas en posición ideal para recibir una buena ristra de azotes. El holandés flipaba de gusto con la somanta, y, por si no le llagaba con las barbaridades que le decíamos en inglés y castellano, se insultaba afirmando que era una puta guarra y rastrera que sólo merecía el desprecio de cualquier hombre. Tan pronto nos suplicaba que le diésemos más leña, como que lo follásemos vivo y le escupiésemos encima todo el asco que su viciosa naturaleza nos causaba. ¡Aquello era un trabajo ímprobo que agotaba el más pintado!. ¡Qué afición con que lo moliésemos a golpes, al tiempo que le reventábamos el culo metiendo y sacando una polla tras otra!. Llegó un momento que en lugar de un ano aquello parecía el túnel del tiempo. Se le dilató tanto, que no necesitábamos cogérnosla con la mano para introducírsela en el esfínter. Pero también es verdad que apenas sentíamos nada de tan holgadas que se encontraban en el interior de semejante bebedero de patos. El holandés acabó con el culo como un pimiento morrón; y probablemente, de seguir con semejantes ritmo, con una incontinencia de esfínter crónica. Aunque también es cierto que el chico se preparaba convenientemente para tales eventos poniéndose una generosa lavativa antes de salir de casa, y evitando así desagradables incidentes tanto para él como para sus eventuales chulos dominantes. Podía ofrecerse al sacrificio con un letrero en la espalda diciendo: "Practico el sexo seguro con esmerada limpieza tanto interior como exterior. Tomazme, soy dócil y servicial para lo que me gustéis mandar. También soy fuerte y aguanto pacientemente palizas a discreción. Doy placer y orgasmo garantizados". Estoy seguro que no iban a faltarle clientes a mazo.

Con el holandés nos corrimos un par de veces; pero las limitaciones biológicas nos imponían un respiro, obligándonos a descansar un tiempo prudencial para cargar baterías; y, de paso, aprovechar el compás de espera para tomar otra copa e ir oteando una nueva pieza que llevarnos al zurrón; entendido el término como bolsa de cazador y no como capullo en que se encierra la larva de la lagarta. Y de muchas y buenas lagartas estábamos rodeados Gonzalo y yo en aquel puto club. Y mientras Gonzalo le daba palique al vapuleado holandés, sentados en la barra, yo me adentré en la caverna de los horrores por el morbo de ver solamente el show que pudiera estar montándose allí dentro. Deambulé de un lado para otro entre voces, zurras y escandalosos orgasmos, hasta que di con un calabozo equipado con aparatos e instrumentos más apropiados para la tortura que para el deleite del sexo. En ese instante, entraban también dos grasientas montañas humanas, con cueros y cadenas, que arrastraban materialmente hacia el interior a un indefenso muchacho de poco más de veinte años, también vestido con pantalón de cuero negro, pero con las nalgas al aire, y una camiseta sin mangas de color blanco, muy ajustada al cuerpo, que le marcaba el pecho y los abdominales, realzando de ese modo una cintura estrecha y la total carencia de grasa sobre sus músculos.

Los dos tipos con pinta de bestias llevaron al muchacho hasta una esquina de la mazmorra y lo colgaron por las muñecas, sujetándoselas con dos grilletes que pedían del techo. El chaval apenas rozaba el suelo con la puntas de los pies y aquel par de mulas pardas comenzaron a zarandearlo, dándole hostias en la cara a diestra y siniestra. El espectáculo me dejó atónito; pero una fuerza superior a mí impedía que me largase y mis pies se habían clavado al suelo negándose a responder a cualquier movimiento. Entraron otros dos tíos más en la sala de tortura y también quedaron quietos limitándose a presenciar el martirio del joven encadenado. Uno de los verdugos cogió de la pared una fusta y el otro un látigo de colas, y ambos brearon a zurriagazos las redondas y rosadas nalgas del muchacho, dejándoselas con más rayas que una cebra. El chico soportaba el castigo mordiéndose los labios para no lanzar ni un solo grito de dolor y cerraba los ojos y los puños a cada trallazo que restallaba sobre su carne enrojecida. El ruido de los azotes atrajo más mirones, y todos se colocaban a una prudente distancia para no perder detalle, pero procurando que su presencia no molestase al par de borricos que flagelaban al muchacho. El suplicio duró tan sólo unos minutos pero a mí me parecieron una eternidad. Por fin, las dos vacas frisonas dejaron sus flagelos y descolgaron al chico llevándolo esta vez hacia un arnés, también colgado del techo por cuatro cadenas a modo de columpio, y lo pusieron en el artefacto tendido sobre su espalda. Le amarraron nuevamente las manos y los pies con unas correas prendidas a las cuatro cadenas de las que pendía el arnés y le izaron los brazos y las piernas hasta que el ano quedó a la vista de todos pidiendo a gritos que lo follasen. Y así fue. Mientras uno le metía un enorme pollón por al boca, el otro le escupía tres veces en el agujero del culo y sin miramiento alguno, y mucho menos delicadeza, lo ensartó con su descomunal aparato como hacían en mi pueblo los niños con las ranas para hacerlas estallar a base de inflarlas. En este caso no se trataba de que estallase, pero si de inflarlo a pollazos, tanto por la boca como por el culo, sin dejar que el muchacho se tocase la minga ni por un momento. Lo forraron a polvos cuanto les dio la gana, y para finalizar el espectáculo se corrieron encima del chico salpicándole de esperma por todas partes. Y una vez saciados, los cabestros se dieron el bote dejando al chaval allí atado a merced de los buitres que aguardaban su turno para lanzarse sobre él. Y uno tras otro iban sirviéndose lo que más les apetecía de aquel festín de lujuria desenfrenada, y un súbito asco me devolvió a mi ser haciéndome reaccionar para salir por pies de aquel antro. Cuando regresé junto a Gonzalo, ya no me quedaban ganas de volver a joder con nadie que no fuese él.

Quizás en mi subconsciente estuviese deseando darle una buena manta de leches a Gonzalo, y por eso acudieron a mi memoria estas peripecias vividas en Amsterdam. Pero lo cierto es que el muy cabrón me tuvo muy jodido durante toda la noche.

Interrumpí de nuevo mi trabajo y fui a comprobar si Paco dormía. Entré sin hacer ningún ruido y me senté suavemente a los pies de la cama para contemplar el sueño aparentemente tranquilo de mi hermoso amante. Cuando Paco duerme, apenas se le oye respirar; e incluso a veces me he inclinado sobre su boca para observar si aspiraba el aire. Cuando Paco y Gonzalo duermen, todavía parecen niños.

¡Pero por qué no dará señales de vida este cabrón!, me dije. Y abandoné el dormitorio para continuar mi escritura y mi penosa vela a causa de Gonzalo.

Y sigo con lo de Amsterdam. Cuando salimos de aquel tugurio sadomasoquista, le dije a Gonzalo que si quería seguir la fiesta que continuase el solo, porque yo me iba al hotel.

"¡Todavía es pronto, joder!". Protestó.
"Pues ya te he dicho que te quedes, que yo me voy solo"
"¡Hostias tío!. Tampoco es así la cosa. ¡Para una vez que podemos pasarlo teta los dos juntos, joder!"
"Gonzalo, no me apetece joder con nadie más. ¿Lo entiendes?"
"No mucho, la verdad"
"Vale. Cuando llegues al hotel procura no hacer demasiado ruido. Diviértete y hasta luego".

Y sin más explicaciones di media vuelta e inicié mi regreso al hotel apurando el paso lo más posible, rayando ya la carrera.
En Amsterdam se puede decir que no hay distancias, y en cuanto cruzas dos o tres canales ya estás cerca del sitio a donde quieres llegar; y como el hotel donde nos hospedábamos estaba en el mismo centro de la ciudad, era innecesario utilizar cualquier otro medio de transporte que no fuesen tus propias piernas. La ciudad parecía dormir tranquila y no se veía gran movimiento en las calles y plazas por las que atravesaba camino del hotel. Después de cruzar uno de tantos puentes de los que hay en esa ciudad e ir a doblar una esquina para enfilar la calle del hotel, oí una voz familiar a mi espalda que gritaba mi nombre:

"Adrián... Adrián. Espera"
Me detuve y volví la cabeza instintivamente, y vi a Gonzalo que corría tras de mí intentando alcanzarme.
"¡Joder tío!. ¡Qué rápido vas!". Dijo, acercándose hacia mí.
"¡Y tú qué haces aquí!"
"¡Bolillos si te parece, joder!. ¡Pues qué quieres que haga!. Irme contigo a dormir"
"¿Pero no tenías tantas ganas de juerga?"
"¡Cuándo quieres pareces idiota, tío!. ¡Qué coño voy a pintar yo solo por ahí estando tú aquí!. ¿Me lo quieres decir?"
"Tú sabrás lo que te apetece hacer con tanta golfa como hay por ahí". Contesté.
"Aquí las más golfas somos tú y yo". Afirmó.
"¡También es cierto!. ¡Más que golfas pendones!". Puntualicé, y añadí: "En serio, si quieres irte de copas, conmigo no tienes ningún problema. Té largas y punto"
"¡Adrián, no me toques los huevos!"
"Que yo sepa en estos momentos no te estoy tocando nada"
"¡Me vas a tocar los cojones cómo sigas diciendo chorradas!. ¿Qué quieres oír?. ¿Qué quiero estar contigo?. Pues óyelo. Con quien quiero joder es contigo. ¿Qué más deseas que te diga?. ¿Qué me importan una mierda todos los tíos que hay en Amsterdam?. Pues me importan un puto bledo. Y los que haya en el resto del mundo también. Menos Paco, claro... Adrián, vamos a la cama. Estoy deseando tumbarme y tenerte a mi lado". Me dijo Gonzalo con esa dulzura que sabe poner en sus ojos cuando habla de amor.
Y con idéntica ternura le contesté: "Sí mi amor. Vamos a la cama que yo también estoy deseando acostarme a tu lado"
"¿Sólo eso?". Dijo Gonzalo en señal de protesta.
"Bueno. Y todo lo que quieras hacer conmigo; ya lo sabes"
"¿Y a ti no té peta hacerme nada esta noche?". Sugirió él.
"Esta noche me apetece hacerte de todo. Incluso comerte al horno con patatas"
"Pues cómeme. Te dejo que lo hagas"
"Anda vamos, o no llegamos a la habitación con todo puesto. Ya sabes como nos las gastamos tú y yo cuando nos calentamos. Nos cegamos y sin darnos cuenta ya estamos follando. Así que andando, que te voy a dejar fino. Venga. A la cama, que eres lo más bonito que hay bajo las estrellas".

Y reanudamos el paso para llegar cuanto antes a la habitación del hotel, donde íbamos a pasar nuestra primera noche en Amsterdam jodiendo hasta después del amanecer. Y durante el resto del día Gonzalo atendió sus asuntos. Y después de cenar temprano, tomamos un par de copas inocentes en un sosegado bar de ambiente, sin el menor devaneo tendente al ligue, y nos retiramos a descansar y dormir plácidamente para llegar a París al día siguiente frescos como dos lechugas de huerto.

Y con la relajante frescura de dos capullos en flor nos vio la capital francesa pasear por Los Campos Elíseos en dirección a la Concordia. Nos faltó cogernos de la mano para mostrar más a las claras el amoroso empalague que traíamos desde Holanda, en lugar de traer un queso. Que es lo que en un principio habíamos pensado comprar, por eso de venir cargados con algo típico del país. ¡Pero qué bonito es recorrer las calles de cualquier ciudad cuando vas con tu ser amado!. Todo es distinto. Y aunque caigan chuzos de punta, el día te parecerá más luminoso que cualquier otro en pleno verano si ese día estás solo. Era medio día e íbamos a reunirnos con mi madre y con Paco que habían ido a comprar modelos para la señora. Gonzalo jugueteaba al fútbol con cualquier cosa que se cruzase en su camino por más insignificante que fuera; y hasta una simple rama o una pequeña hoja le servía para simular un regate, haciéndose también de público para jalear la jugada. Él solo se montaba el espectáculo completo. Campo, público, balón, jugadores y jugadas. Esto último sobre todo, porque eran hipotéticamente magníficas y de gran rentabilidad a efectos de marcador. Al pasar por una elegante relojería vio un reloj muy deportivo, que le pareció precioso, y sentí la necesidad de regalárselo y cumplirle el capricho. Sin perder un minuto lo empujé al interior del establecimiento y pedí a un dependiente, muy bien vestido y educado, que nos enseñase el bonito reloj; y yo mismo se lo puse en la muñeca a Gonzalo, diciéndole:

"¿Me dejas que te lo regale?"
"¿Con qué motivo?"
"Simplemente porque te quiero"
"¿Y qué te regalaré yo a ti entonces?"
"Otra cosa que a mí me guste"
"Vale. ¿Y tienes idea de lo que puede ser?"
"Creo que sí"
"¡No será muy caro!"
"¡Carísimo!"
"¡Joder!. ¡Qué me dejas sin un duro!"
"¡No seas tacaño!. ¿Y para qué quieres tú un duro?. ¿Acaso té faltó algo alguna vez?"
"No. ¡Pero tampoco es eso!. Me gusta tener mi propio dinero"
"Y lo tendrás. Ganas lo suficiente para que puedas darme lo que te voy a pedir"
"¡Si es así, te compro lo que quieras. Aunque no me quede un duro; pero he de pagarlo yo con mi dinero solamente. ¿De acuerdo?"
"De acuerdo. Pero lo que yo quiero no es necesario que lo compres. Me lo puedes dar sin que te cueste dinero"
"¿Un polvo?"
"¡No!. Eso ya me lo das sin que tenga que pedírtelo"
"¿Entonces, qué es?"
"Que me prometas que al menos durante un mes sólo vas a follar con Paco y conmigo"
"¿Sólo es eso?"
"Sí. Sólo eso"
"Lo que me pides ya es tuyo. Pero yo también prefiero que tú me regales lo mismo en lugar del reloj"
"Bien. Te regalaré lo mismo, pero además el reloj. Date cuenta que después de lo amable que ha sido este chico no podemos irnos sin comprarle nada. Estaría muy feo. ¿No le parece a Vd. que tengo razón?"
"Si Vd. lo dice, señor, yo no podría contradecirle. Además al joven le queda divinamente ese reloj. Le va muy bien con su aspecto deportivo. ¿No lo cree así, señor?". Dijo el dependiente.

Y como estaba convencido que se había enterado de todo lo que habláramos Gonzalo y yo, respondí: "Sí". Y añadí luego: "Sobre todo con su personalidad. Desde hace un tiempo él y yo nos saltamos olímpicamente cualquier convencionalismo. ¿No es verdad mi amor?". Y esto último lo dije en correcto francés.

"Sí cariño". Me contestó Gonzalo también en la lengua de los modernos galos.

Y luciendo su nuevo reloj en la muñeca, Gonzalo me agarró del brazo y nos fuimos riendo de nada en concreto, simplemente por el hecho de reír; y tuvimos que darnos prisa para no hacer esperar a mamá y a Paco, que ya aguardaban sentados en la terraza de un clásico café parisino donde habíamos quedado citados. A mi madre la encontré guapísima. Sin duda el viaje a Londres con su estimado Fran le había sentado de perlas y se la veía contagiada por la juventud de Paco. Los dos estaban alegres y risueños; y era tal la cantidad de bolsas y paquetes que tenían a su lado, que me eché a temblar pensando en los consiguientes cargos en las tarjetas de crédito. Eufóricos, como siempre que han estado de compras mano a mano, fueron mostrándonos las monerías adquiridas para mi madre, que eran la tira, e inmediatamente pasaron a enseñarnos lo que habían comprado para mí y Gonzalo (todo un detalle, por cierto), dejando para el final las compras que habían hecho para Paco. ¡La verdad es que todo era monísimo!. Ya he dicho varias veces que el gusto de mi madre y de Paco es indiscutible. Y mientras tomábamos el aperitivo en aquel elegante café, mamá y Paco nos pusieron al corriente de los pormenores de su estancia en Londres y concretamente de la visita a lady Madeline. Tanto ella como su marido, sir Thomas, gozaban de perfecta salud, y yo me interesé especialmente por el segundo de sus hijos, Jeremy, que hace quince años era un chaval de veintidós, con pelo liso color pajizo dividido por mitad a cada lado de la frente y de constitución delgada pero fibrosa, al que me ventilé en el fayado del pazo de Alero, asido a una viga con uñas y dientes, estando el chico invitado por mi madre a pasar unos días con nosotros durante el verano.

Fuimos tremendamente felices aquellos días en París en compañía de mi madre y Recorrimos museos, palacios, tiendas, restaurantes, teatros y cabarets. En fin, lo más agradable que París puede ofrecer al visitante. Tan bien lo estábamos pasando, que los cuatro días que pensábamos estar en un principio los alargamos hasta completar una semana de estancia en la capital de Francia.

A mi madre le chifló exhibirse ante el todo París acompañada por tres hombres tan guapos, como siempre dice ella, y allá donde íbamos entraba cogida del brazo de Paco, orgullosa como la madre que es consciente de tener el hijo más bello del mundo. Indudablemente, tanto él como Gonzalo llaman la atención donde quiera que van, y las miradas se vuelven hacia ellos por simple admiración o codiciando también sus favores. A unos les atraerá más la armónica hermosura de Paco y la elegancia de sus maneras, y, sin embargo, a otros le va más la magnífica carrocería de Gonzalo, llena de sensualidad desde su generosa boca hasta la notoriedad de su sexo y la redondez de sus macizas nalgas. ¡Qué conste que en mí también se fijan todavía!. Pero en mi caso, lo más seductor es mi enigmática mirada y ese porte de elegante dejadez que me priva de toda afectación. Tampoco estoy mal físicamente. Y, en opinión de los demás, soy tirando a guapo. Hasta me atrevería a decir que con los años sigo siendo bastante guapo de cara y conservo un cuerpo envidiable. En resumen, la mujer estuvo encantada de la vida con nosotros, y nosotros con ella; y nosotros tres, en la intimidad de la suite que ocupamos en el hotel, nos amamos con la misma pasión que nos consumió en nuestro primer viaje a Venecia. Mi amor por ellos se fue haciendo cada día más grande, y más y más necesitaba de ambos aunque sólo fuese para poder vivir. Como aún sigo necesitándolos, desde luego. Y más en esta larga noche de impaciencia y de angustia en que no veo el momento de saber algo de Gonzalo.
¡Cómo puede ser a veces tan tierno y otras tan cabrón!. Esa es su forma de ser, y esa forma de ser es una de las virtudes por lo que lo quiero. Y lo que más me jode es lo mal que lo pasa Paco con estas cosas que tiene Gonzalo a veces. ¡Pobre Paco!. Cuando vio el reloj que yo le había regalado a Gonzalo se puso más contento que si el regalo se lo hubiese hecho a él. Siempre ha preferido que mime más a Gonzalo que a él. Y a pesar que Gonza es mayor que Paco, éste lo trata como si el otro fuese el niño de la casa; y quizás le dé todavía más mimos de los que yo le doy. Ahora va a resultar que el problema es que siempre estuvo demasiado consentido. De todas formas, en París también le hicimos un regalo a Paco, que desde hacía tiempo tenía ilusión por tenerlo, y fue otro reloj (bastante más caro que el de Gonzalo) que le hizo saltar de alegría en cuanto lo vio. Pero lo que más le emocionó sin duda fue nuestra promesa de no joder con otros durante un mes al menos. Sólo el hecho de nuestra buena intención le llegó al alma, y nos colmó de amor como para abastecer toda la tierra con la carga positiva de sus sentimientos. Y que conste que tanto Gonzalo como yo cumplimos nuestra promesa. No sin esfuerzo; pero en lo que a mí me atañe con menos del que imaginé en un principio. Casi puedo decir que me sentía liberado de la necesidad de seguir cazando para reafirmarme en la permanencia de mí atractivo y la autoestima de mi propio ego. El hecho de saber que Gonzalo tampoco ligaba con nadie sosegaba mi espíritu y evitaba que desease el sexo con simples cuerpos. Con Paco y Gonzalo gozo de un amor completo que trasciende los cuerpos para follar con toda el alma. De hecho no sólo fue un mes, sino que estuvimos muchos más sin pensar tan siquiera en follar con nadie fuera de nuestro trío. Y a Gonzalo tampoco debió costarle demasiado, ya que me confesó que no había hecho esfuerzo alguno para mantenerse casto sin probar carne de otros prójimos.
Avanzada la madrugada el timbre del teléfono me sobresaltó. Y, temblando por dentro como un flan, descolgué el auricular con el único deseo de oír la voz de Gonzalo.

"¿Diga?"
"Adrián, soy tu madre. ¿Sabes algo de Gonzalo?"
"Todavía no"
"¿Y no piensas hacer nada?"
"¿Y qué quieres que haga, mamá?. No sé dónde buscarlo ni a quien llamar. Por muy duro que resulte, solamente cabe esperar acontecimientos"
"¿Pero cómo puedes estar tan tranquilo, hijo mío?. ¡Qué cuajo tienes!. Debe ser en lo único que te pareces a tu padre y a tu abuelo paterno, que se les caía la casa encima y no se inmutaban. ¡A ese chiquillo tuvo que pasarle algo, porque esto no tiene explicación!"
"Mamá, ese chiquillo no es tan chiquillo y a veces tiene cosas de guardia. Sólo tienes razón en que hay veces que se porta como un chiquillo. Y hay otras en que lo hace como un niño de teta, también". Sobre todo cuando la mama, pensé yo.
"¿Y vas a quedarte sentado hasta que tengas alguna noticia?"
"Pues sí. A no ser que a ti se te ocurra algo mejor o más efectivo"
"No sé hijo. No sé, la verdad. No puedo pensar en estos momentos. Por favor llámame en cuanto sepas algo. Sea lo que sea"
"Descuida mamá. Te avisaré de lo que haya. Y procura dormir"
"¿Y Fran?. ¿Cómo está?"
"Ahora dormido. Tomó un píldora y quedó grogui. Pero estaba muy nervioso y excitado y por eso le hice tomar el somnífero"
"¡El pobre Fran no se merece esto!"
"¡Y tu hijo qué!. ¿Qué le den dos duros?. ¡Osea que ahora sólo te preocupa tu querido Fran!"
"No hijo mío. ¡Cómo no me voy a preocupar por ti, cariño!. Pero tú eres más fuerte y soportas las adversidades con más entereza. Fran es más sensible"
"Ya. El tonto siempre tiene que apandar con lo que le echen. Todo el mundo tiene derecho a ser sensible menos yo que tengo que ser de piedra"
"Perdona hijo. Pero ya sabes que cuando me pongo nerviosa no sé lo que digo. ¡Ya sé que tú también sufres!. ¡Cómo no lo voy a saber!"
"Bueno mamá. Acuéstate y no te pongas nerviosa que las malas noticias son las primeras que llegan. Un beso"
"Un beso hijo. Y llámame a la hora que sea. No te olvides"
"Bien mamá. Un beso otra vez. Hasta luego"
"Perdone, señor. ¿Necesita alguna cosa?". Me preguntaba Román a mi espalda, sin que yo me diese cuenta que había entrado en la habitación.
"¡Pero qué hace levantado a estas horas, hombre de Dios!"
"Me despertó el teléfono y pensé que pudiera ser el señorito Gonzalo. Y al oír su voz en la sala vine por si el señor necesitaba que le sirviese en algo". Respondió Román como justificando su presencia en la sala a tales horas.
"No era Gonzalo, Román. Y la verdad es que no sé si necesito algo además de que aparezca el señorito"
"¿Desea tomar un café o una infusión, o algo de comer?"
"No se moleste, Román. Y váyase a dormir que es tardísimo. Ande, acuéstese, que con que trasnoche uno es bastante"
"Si el señor me lo permite, prefiero acompañar al señor y mantenerme despierto por si puedo serle de utilidad en algo"
"Gracias, Román. Si ese es su deseo, no sólo se lo permito sino que se lo agradezco de todo corazón. Es Vd. muy amable, Román"
"Gracias, señor"
"¿Y a Vd. no le apetece tomar nada, Román?. Mire. Vamos a hacer una cosa. Prepara Vd. un café con algo sólido y me acompaña a tomarlo. ¿Le parece bien?"
"¡Señor!. Ahora mismo preparo lo que Vd. ordene; pero sería un atrevimiento por mi parte aceptar su invitación, señor"
"Pues le ordeno que haga lo que le he dicho y que se siente a tomarlo conmigo. ¿Está claro?"
"Lo que mande el señor". Y se retiró a la cocina para preparar un tentempié para los dos.

Dejé la escritura por un rato y cerré los ojos encerrándome en mis pensamientos cuyo punto central no era otro que Gonzalo. Olvidé la noción del tiempo y de nuevo la voz de Román me devolvió a la inquietante realidad que estábamos viviendo.

"¿Prefiere el señor que se lo sirva en el comedor?"
"No. Aquí está bien. Póngalo en esa mesa, por favor"
"Bien, señor"
"Y ahora, siéntese y acompáñeme"
"Gracias, señor. Como Vd. ordene"
"¿Cómo le gusta el café?. ¿Flojo o cargado?"
"¡Pero señor, deje que lo sirva yo!"
"Cállese. Diga como le gusta, Román"
"No demasiado cargado, señor"
"Vale. Entonces para Vd. con más leche. ¿Así está bien?"
"Sí señor. Y gracias. El señor es muy amable"
"¿Galletas o tostadas?"
"Prefiero galletas, señor"
"Pues sírvase Vd. mismo, Román. Y olvide por un momento tanta etiqueta y tanto señor para arriba y para abajo. Ahora Vd. es Román y yo Adrián. ¿Conforme?"
"Como Vd. mande don Adrián"
"Pues vale, entonces, Román. ¿Ha estado enamorado alguna vez?"
"¡Claro!. ¡Quién no estuvo enamorado en algún momento de su vida!"
"¿Sería muy indiscreto preguntarle de quién?"
"No. Eso fue cuando yo era más joven, allá en mi país. Era un muchacho ruso, no tan guapo como los señoritos, pero a mí me parecía hermoso y muy atractivo. Se hacía llamar Igor, y decía que su padre tenía ascendencia griega. Pero por su aspecto nadie podría negar que no fuese totalmente eslavo"
"¿Le quería mucho?"
"Muchísimo. Tanto como puede querer Vd. a cualquiera de los dos señoritos"
"¿Y él?. ¿Le quiso igual?"
"Eso creí yo al principio. Pero un día se fue y no volví a saber nada más de aquel muchacho. Me dejó sin explicación alguna. Así de sencillo. Sin más"
"¿Y pudo soportarlo?"
"Fue terrible. Pero tuve que ir acostumbrándome a la soledad, renunciando a toda esperanza de volver a ser feliz"
"¿Pero nunca encontró otro hombre en su vida?"
"Jamás podría haber otro como él. Sólo existe un ser ideal para cada hombre. O al menos para mí. Y ese era Igor. Lo demás sólo es satisfacer una necesidad biológica sin mediar sentimiento amoroso alguno. Saciamos el apetito de la carne sin entrega ni complicaciones de ningún tipo; y eso para mí no es gratificante"
"¿Eso quiere decir que no tiene ningún tipo de aventuras amorosas?"
"No. Eso quiere decir que solamente tengo aventuras vacías de sentimientos. Y con eso sólo mitigo la necesidad del sexo, pero no la soledad del corazón"
"Román, en el mundo tiene que haber alguien que pueda reemplazar a Igor"
"Creo que el verdadero amor es irremplazable. ¿Se imagina su vida sin cualquiera de los dos?"
"La sola idea me espanta... No lo soportaría"
"Sufriría día a día la ausencia, pero al final lo soportaría. Todo el mundo acaba por adaptarse a los reveses que le da la vida"
"No estoy seguro que pudiese acostumbrarme a ello. Hoy día sin Gonzalo y sin Paco no sabría como vivir. Mi mundo gira entorno a ellos; y si perdiese el centro me dispersaría en medio del cosmos. No quiero ni imaginar que algo así pueda suceder"
"Y no sucederá, señor. Estoy seguro. Los dos tienen mucha suerte de tenerle a Vd."
"Gracias Román. Pero la suerte es mía por tenerlos a los dos. ¿No cree que son estupendos?"
"Desde luego que lo son, señor. Y muy guapos, si me permite decirlo"
"Gracias Román. Ha sido Vd. muy amable esta noche y le agradezco sinceramente su compañía. Pero ahora vaya a descansar, y no se preocupe de levantarse a ninguna hora determinada. Duerma todo lo que le haga falta, porque si Paco y yo tenemos que viajar a Pamplona, lo haremos en cuanto él se despierte y venga a recogernos Manolo con el coche de mi madre. Vaya a dormir, Román. Y muchas gracias por todo. Buenas... Mejor dicho buenos días"
"Buenos días, señor. Y gracias a Vd. por su amabilidad"

Y quedé solo con mis pensamientos y temores otra vez, cuando la lívida luz del amanecer entraba ya por los cristales del ventanal acompañada por el rumoroso despertar del Retiro, que, vestido de flores y verde, gorjeaba y se animaba para sumar a su historia un nuevo día.

Abandoné perezosamente mi asiento, y quise escuchar la "Linzer Symphony" (sinfonía número 36) de Wolfgang Amadeus Mozart a muy poco volumen.

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