miércoles, 24 de febrero de 2010

Capítulo VI

Hoy besé a mi amante y noté su vida en la boca. Hemos dormido juntos, pero no hemos hecho el amor. Bueno, el amor lo hacemos en todo momento. Lo que no hemos realizado fue el coito. Al abrir los ojos esta mañana, vi su cara al lado de la mía y una vez más me asombré de su belleza. Dormía serenamente, esbozando una sonrisa, y rocé su nariz con mi boca. Luego, me posé en sus labios y sentí como su vida dormía plácidamente. Por un instante me apeteció amarlo carnalmente, pero desistí por no romper el encanto de seguir guardando el sueño tranquilo de mi amado.

Hace tres días que Gonzalo no está en Madrid y ayer llamó desde Pamplona, donde fue por asuntos profesionales, y dijo que se aburría como una mona y nos echaba mucho de menos. Quizá sea cierto. Pero dudo mucho que en estos días no haya follado a más de cuatro. ¡Sería la primera vez que no mojase!. Pero también puede ser que le esté ocurriendo como a mí y que cada día le apetezca menos andar de ligue y sacar los pies del tiesto plastificando la polla para meterla en culos ajenos. Él todavía es muy joven, desde luego, y le hierve la sangre como a un condenado cabrito en época de celo. Aunque tampoco es excesivamente pronto como para que empiece a sentar un poco más la cabeza. O mejor dicho el pito, que va siendo hora de que le de un respiro de cuando en cuando. En cualquier caso viene mañana y nada más llegar me contará lo que hizo. Y si está muy agotado y falto de fuerzas por el trajín, lo siento por él, porque sé de buena tinta que Paco lo espera impaciente para meterle caña a tope. Paco me dijo ayer que tenía ganas de una noche de orgía; y eso supone que al día siguiente Gonzalo y yo tengamos que meter el nabo en agua con sal para que descanse y recupere el riego sanguíneo.

Esta mañana se estaba haciendo tarde y Paco no despertaba; y entonces se me ocurrió follarlo aún dormido para que al dilatársele el esfínter amaneciese más relajado. Esta fue una receta que me dio Carlos; y asegura que cuando se lo hacen a él queda relajadísimo para el resto del día. Y la verdad es que con Paco también funcionó. Comenzó a despertarse cuando ya la tenía dentro y yo la movía de adelante para atrás sacándola hasta verse la cabeza del capullo y enterrársela toda luego. Paco musitó un quejido, casi inaudible, y giró la cara hacia mí agradeciéndome el amable despertador que le había incrustado en su carne. Continué mi labor suavemente dando ligeras envestidas contra sus nalgas para que apenas se moviese con el empuje de mi émbolo bien engrasado previamente. Fue agradable sentirlo mío cuando aún dormía. Y esa sensación me produjo un morbo indescriptible. Fue como si a un dios de la antigua Grecia lo hallase un sátiro y lo poseyese mientras dormía en el lecho. El dios no tuvo fuerzas para resistirse y el sátiro lo sodomizó hasta hacerle perder el sentido. Así es como recuerdo la escena de esta mañana cuando me follé a Paco mientras dormía tranquilamente a mi lado.
Satisfechos los dos, besé su oído diciéndole:

"Te quiero y te querré siempre, amor mío". Y Paco se puso a llorar.
"¿Por qué lloras?". Le pregunté. Y él, dirigiéndome la más bella mirada que jamás le había visto, me besó los labios y contestó: "Porque yo también te quiero y te querré siempre, amor mío. Simplemente por eso"
"¿Y eso es para estar triste?". Pregunté yo.
"No". Contestó.
"¿Entonces por qué lloras?". Volví a preguntar.
"Porque soy demasiado feliz y temo dejar de serlo".
"¡Mi niño!". Dije. "¡Jamás consentiré que dejes de ser feliz!". Añadí volviendo a besarle en la boca.
"Lo que más miedo me da es que ya no soy un niño, y por eso temo que pueda perderte".
"¿Crees que sigo contigo y con Gonzalo sólo por lo guapos y jóvenes que sois todavía?".
"A ti siempre te gustó la gente joven; y tanto Gonzalo como yo rondamos los treinta. No somos precisamente unos críos"
"¡Y que importa eso!. Yo rondo los cuarenta y seguís queriéndome igual. ¿O no?"
"Sí. Pero es diferente. Gonzalo está loco por ti. Y ya sabes que a él cuando le gusta alguien no le importa la edad que tenga. Para Gonzalo un buen cuerpo no equivale forzosamente a un cuerpo joven, sino a un cuerpo de hombre que le resulte atractivo. Que él le guste a los niñatos es otra cosa. Y la verdad es que, en la mayor parte de los casos, se va con ellos sólo por vicio. Y de eso, la culpa la tienes tú que le metiste el vicio en el cuerpo. Y respecto a mí, qué te voy a decir. Sabes de sobre que la edad para mí es algo secundario. ¿Y acaso ignoras lo que siento por ti?. Tú eres toda mi vida Adrián. Y sin ti estaría vacío como un muñeco sin su relleno de trapos.... Te quise, te quiero y te querré. Y quiero a Gonzalo porque es parte de ti como tú lo eres de mí mismo.... Por eso es más fácil que seamos nosotros quienes sigamos encoñados contigo; y, por tanto, el problema sea mayor para nosotros que para ti"
"¡Qué equivocados estáis conmigo!. Hace años que vuestro físico dejó de tener importancia para mí. No voy a negarte que me gusta vuestra belleza. ¡Sería estúpido lo contrario!. Pero eso no me puede hacer olvidar lo que hay dentro del envoltorio. ¡Por muy bonito que sea el estuche, siempre será más lo que guarda dentro!. Al mirar a Gonzalo o a ti, mis ojos tienen rayos x que penetran en vuestro interior sin entretenerse en la superficie. Voy hasta el fondo sin quedarme solamente con la piel. Y por mucho tiempo que pase os seguiré diciendo "mi niño" a los dos, Puedes estar seguro de que siempre os preferiré antes que al más bello niñato que pudiera conocer a estas alturas".
"Os quiero tal y como sois. Jóvenes o maduros. Con hermosura exterior o sin ella. Os querré tal y como seáis siempre"
"Vuelve a follarme Adrián, que quiero volver a sentirte dentro de mí".

Y Paco se echó sobre mí besándome con todas sus fuerzas.
Ni que decir tiene que llegamos tarde a nuestras respectivas ocupaciones, pero cada cosa tiene una importancia distinta según el momento y debe, por ello, tener la prioridad adecuada a la ocasión. Hay asuntos que urge atender sobre cualquier otro; y los del amor siempre son prioritarios al resto. O al menos eso creo yo.

Aunque parezca mentira, después de tanto tiempo de convivencia seguimos más enamorados aún que el primer día. Y no es un farol. Es una realidad como un templo de grande. Incluso, como ya he dicho, creo que ya se han enfriado las ansias que teníamos Gonzalo y yo de irnos con otros muchachos (al menos puedo asegurarlo en lo que a mí respecta). Cada vez nos gustamos más mutuamente y nos llena más el ojo nuestro amado Paco. Lo mejor será que, en cuanto salga a la luz este libro, nos retiremos un par de meses a Fontboi para disfrutar plenamente de nuestra vida colmada de amor y pasión.

¡Es increíble cómo vamos cambiando con el paso de los años!. Todavía hace tres, estando yo en Lisboa por asuntos de trabajo, salí a cenar a uno de estos restaurantes de toda la vida, situado en la parte vieja de la ciudad y que a pesar del tiempo continúa de moda entre la gente guapa de Lisboa, y en una mesa contigua cenaban dos tíos, de unos treinta años aproximadamente, bastante guapos y muy bien vestidos sobre todo, que no cesaron de lanzarme miradas e incluso alguna sonrisa de vez en cuando. Prácticamente terminamos de cenar al mismo tiempo, y, acabados los postres, los invité a champán con mis mejores deseos de que pasasen una velada inolvidable. Ambos agradecieron con la mirada el detalle, y el más moreno se levantó, vino hacia mi mesa, y, sonriente de lujuria condicionó la aceptación de mi invitación a que la compartiese con ellos en su mesa y brindásemos los tres por lo que pudiera suceder en aquella noche todavía incierta.

De su conversación, deduje rápidamente que se trataban de portugueses de buena familia y posición, puesto que ya no hacía ninguna falta que me confirmasen que entendían como dos lerchas peregrinas incluso el sánscrito. Como dije, eran dos guaperas muy bien atildados, más moreno uno que otro, pero los dos francamente atractivos, que lucían sendos palmitos nada despreciables, tanto por sus prometedoras orografías delanteras, como por los orondos y prominentes paisajes traseros. Los tres Mantuvimos una sobremesa divertidísima, y, como era de esperar, me insistieron para que fuese con ellos a recorrer esos locales tan bien decorados, donde, con la excusa de tomar una copa, se reúne la gente más estilosa de la sociedad lisboeta. Concluido el itinerario casi obligatorio, escurrimos el bulto hacia la discoteca gay más antigua de la ciudad, en la que se presentaba un ambiente de lo más animado. Nos quedamos en la barra, casi a la entrada del local, y sin darme por aludido en exceso, ya que prefería centrar mi atención en mis ocasionales acompañantes, pronto me percaté de cuanta mirada se dirigía a mi persona desde todos los flancos. De todas formas no pude evitar un corto morbito en los servicios con un rubito de ojos verdes como esmeraldas colombianas, llamado Gilberto, que desde el primer momento no paró de tirarme los tejos y que en cuanto me agarró la polla quiso probarla. Y como no era cosa de despreciar tanta insistencia ni el cuerpo tan prometedor de aquel joven, le dije que tendría que ser al día siguiente por la tarde en la habitación de mi hotel; y así quedamos para joder al día siguiente con la calma y el sosiego que hacen al caso. Después del breve incidente, regresé con los otros dos; pero como los tres teníamos claro de que forma pretendíamos pasar esa noche, terminada la segunda consumición, decidimos irnos a la casa de los padres de uno de ellos, Mario (el más morenazo de los dos), que estaba en el centro de la urbe y podíamos disponer de ella a nuestro antojo, ya que los buenos señores estaban en una quinta que tenían en el norte de Portugal, cerca de Braga. Camino de la casa, hablamos por encima de nuestras circunstancias personales, y, mira tú por donde, el otro, de nombre Paulo, resultó ser hijo y heredero de unos aristócratas portugueses pertenecientes a una vieja familia muy relacionada con la de mi abuelo Humberto desde siempre. Y aunque mi madre sigue manteniendo la amistad con los padres de Paulo, yo solamente lo conocía de oídas y no me imaginaba que fuese tan apetecible para ser comido.

Y digo comido tanto en el sentido literal de morderlo y chuparlo, como en el sentido que dan los brasileiros a dicho término; es decir, jodido, follado, o cualquier otra palabra similar a estas. ¡El niño estaba para ser jodido o follado, sin piedad alguna por su estirpe o condición!. Y, precisamente, en atención a su abolengo y alcurnia se me hacía aún más deseable darle por el culo a la criatura, dejándole el esfínter abierto y escocido por una temporada. Quizás parezca un contrasentido, pero siempre he experimentado una especial complacencia jodiendo a los de mi noble grey.

Como era de esperar, la casa de los padres de Mario era un piso de enormes dimensiones, en un clásico caserón ubicado en el centro de Lisboa, lleno de antigüedades perfectamente combinadas con muebles de distintos estilos y otros objetos de valor artístico, formando todo ello un conjunto de exquisito gusto. Se podía apreciar claramente que sus dueños, además de dinero, poseían una esmerada educación y la suficiente cultura como para apreciar la elegante delicadeza de tan refinada decoración. Mario no pertenecía a la aristocracia, pero, sin embargo, su familia podía codearse con las de más elevada alcurnia, dada su enorme fortuna venida de antiguo, así como los sucesivos casamientos con miembros de la nobleza y de otras viejas familias, tan adineradas como la suya, que fueron dando lustre a la próspera actividad mercantil a que se han dedicado desde que el fundador de la saga estableció su primer negocio en la capital portuguesa.

Nos quedamos en una sala bastante confortable, amueblada fundamentalmente en estilo inglés, en la que, frente a una chimenea de mármol veteado en rojo terracota y humo, había uno tresillo formado por sofás tapizados en cuero marrón rojizo y una mesa de centro en madera de raíz, adornada con cenefas de marquetería bicolor realizadas con maderas diferentes. El resto del mobiliario se componía de dos armarios librería de caoba, dos sillones orejeros de rallas, un escritorio de estilo regencia y una mesa rectangular hecha de ébano con incrustaciones de marfil, colocada en el centro de la estancia, sobre la que lucía un gran jarrón de porcelana china que era una auténtica reliquia; sobre todo para la madre de Mario. Cuadros de prestigiosas firmas, alfombras orientales, cristal y otros variados objetos daban los toques de color necesarios para rematar el ornato de la estancia.
Mario nos sirvió unas cumplidas copas de whisky con hielo y puso una música de fondo, que no puedo recordar en este momento de cual se trataba exactamente ni quien la interpretaba, aunque si tengo idea de que no era excesivamente estridente.

Paulo sacó hierba e hizo un canuto que nos fuimos pasando sucesivamente hasta dejar una pequeñísima pava que Mario apagó en uno de los ceniceros de porcelana, bellamente policromada, estratégicamente dispersos sobre la mesa que teníamos ante nosotros.

El alcohol y el porro fueron surtiendo efecto, y Mario empezó a quitarse la ropa, quizá por considerar que siendo el anfitrión debía ser él quien diese la pauta. Ya desnudo de medio cuerpo, comprobé que tenía un torso trabajosamente esculpido a fuerza de gimnasio y sin la menor sombra de vello; no por naturaleza, sino por efecto de la depilación. Sus pectorales estaban perfectamente marcados y los pezones eran tan redondos que semejaban el pulsador de un timbre. Paulo parecía más recatado que su amigo y no se decidía a enseñar sus virtudes físicas. Pero el descaro de Mario terminó por arrastrarnos y poco a poco fuimos quedándonos los tres en pelotas. Realmente ambos estaban muy bien hechos y remataban su espalda con un bonito culo, cuidadosamente trabajado, sobre cuyas nalgas se veía notoriamente la marca de un pequeño bañador como el que usan los nadadores olímpicos. Los dos estaban morenos, pero Mario estaba de color café con una pizca de leche y mostraba una piel tan uniforme que parecía que se la hubiesen confeccionado para él en un instituto de belleza. Y, sin embargo, la de Paulo, al no ser tan impecable, resultaba mucho más natural y atractiva, según mi punto de vista, naturalmente. También es cierto que éste tenía unos labios carnosos que incitaban a mil y una locuras erótico bucal. Yo estaba sentado en el sofá más grande y Mario se arrodilló ante mí y comenzó a trabajarme las partes con la lengua, mientras que Paulo se acomodó a mi lado acariciándome el pecho. Miré al joven aristócrata a los ojos y cogiéndole el cogote acerqué su boca a la mía para morderle aquellos labios que parecían carnosos fresones maduros. Intentó retirarse pero lo obligué a seguir besándome y a consentir que hiciese con su boca lo que me apeteciese. La libido inflamó su cara y su mirada, y yo, con estudiada y fría serenidad, hice que comiese mi lengua, mordiéndole luego tras las orejas y también en la nuca. Mario seguía aplicándose en su tarea hasta que con una mano retiré bruscamente su cabeza y con la otra bajé la de Paulo para que lo sustituyese por un rato. Entonces fue Mario el que se sentó a mi vera y nos besamos aquí y allá, según la reacción que íbamos comprobando el uno en el otro. Indudablemente sentía gusto, pero creo que aquello más que placer me daba un morbo terrible. Me complacía tratar como a zorras barriobajeras a dos típicos ejemplares de la buena sociedad de cualquier parte. Porque la gente fina es tediosamente igual en todos los países civilizados del globo. Retiré también a Paulo con menos brusquedad y me levanté llevándome a los dos hasta el centro de la sala. Nos colocamos delante de la preciosa mesa de ébano, y, agarrándoles las nalgas, volví a morderles la boca y el cuello, morreándolos también de vez en cuando. Me dejé arrastrar por la morbosidad que la escena tenía en mi mente y le indiqué a Mario que retirase el valioso jarrón y trajese varios condones. Continué hurgándole el ano a Paulo para comprobar el grado de relajación que ofrecía y, lubricándoselo con mi propia saliva, le introduje dos dedos en el culo con toda facilidad, mientras le daba la vuelta haciendo que apoyase las manos en la madera negra incrustada de marfil. Mario no sólo regresó con los preservativos, sino que trajo un tubo de crema al agua; y sin perder más tiempo, le ordené que pusiese una goma en mi pene y lubrificara abundantemente su propio orificio y el de su amigo. Después, doble a Paulo sobre la mesa y, sacudiéndole unos azotes, con dos golpes secos separé con mis piernas las suyas todo lo posible, facilitándome de ese modo la tremenda clavada que le propiné acto seguido. Los tres nos pusimos calientes como tizones y tanteé también el agujero de Mario, que inmediatamente se tragó sin esfuerzo alguno cuatro dedos de mi mano izquierda. Aquella holgura anal encendió más mi apetito erótico y, casi como un acto reflejo, puse a Mario contra la mesa, separando él mismo las piernas al intuir cuales podían ser mis intenciones. Y efectivamente acertó; porque, sin más, la saqué del culo de Paulo, golpeándole las nalgas e impidiéndole abandonar su posición, y, cambiando el condón, se la endiñé a Mario de golpe, volviendo a meterle los dedos al otro, que cuanto peor era tratado más le hinchaba el nabo su sangre azul. Los dos gemían y resoplaban como gatas en celo necesitadas de macho. Y la reacción moralmente insana que provocaban en mi mente, que así es como define el morbo la Real Academia de la Lengua Española (qué barbaridades pueden decir a veces estos señores, y que idea más peregrina tendrán de lo que es sano o insano), me desbordó la libídine, impulsándome a repetir la operación a la inversa; y otra vez me serví del trasero de Paulo administrándole una pequeña paliza acompañada por una fuerte follada. Verdaderamente nuestros académicos deberían revisar el diccionario y definir nuevamente algunos términos del léxico, dado que no veo yo nada insano, sea física o moralmente, en eso del morbo. Al contrario. Yo entiendo que es necesario algo de morbo para que la atracción sexual no decaiga.

Pero retomando el tema, la cosa no quedó ahí, ya que Mario reclamó nuevamente mi atención y lo sodomicé con más violencia que antes, dándole palmadas en el culo a los dos amiguetes y obligándole a Paulo a masturbarse oyendo como Mario y yo llegábamos al orgasmo, pero sin permitirle levantar la cabeza de la mesa para que no pudiese ver el polvo que le estaba echando al otro.

Aquella noche jodimos como leones y los tres quedamos bien servidos. Cuando se lo conté a Gonzalo los ojos se le salían de las órbitas y la lujuria le escurría por la comisura de la boca. Y, sin embargo, desde hace una temporada noto que mi insaciable naturaleza ya no tiene las mismas ganas que entonces y sinceramente prefiero el sosiego y la cálida tranquilidad que experimento entre los brazos de mis dos amantes.

Aunque aquellos días están tan cercanos en el tiempo todavía, nada más lejos de mi ánimo que repetir hoy día tales hazañas de alcoba con otros que no sean mis dos amados muchachos, Paco y Gonzalo. Y digo muchachos, porque por mucho tiempo que transcurra siempre serán aquellos mismos chavales que conocí hace diez años. Su juventud permanece intacta protegida en mi cerebro y mis ojos sólo ven su hermosa imagen interior.
Pero hubo otra aventura en aquel dichoso viaje a Lisboa. Al día siguiente, Gilberto, el muchacho rubio y de ojos verdes, fue fiel a la cita y por la tarde vino a visitarme a mi hotel. Eran aproximadamente las cinco de la tarde, y yo me encontraba en bolas, tirado sobre la cama, cuando sonó el teléfono y un empleado del hotel me decía que un joven preguntaba por mí. Autoricé a que le dejasen subir a mi habitación y me enrollé una toalla a la cintura como si me cogiese a punto de entrar en la ducha. Al rato, Gilberto llamaba a la puerta con los nudillos y le abrí sin dilación, picado ya por la curiosidad de averiguar que podría dar de sí aquella cita. El chico venía muy peripuesto y con aspecto de recién duchado. Y muy sonriente me besó directamente en la boca, arrimándose lo suficiente como para achucharme de lleno el paquete. No podía negarse que el chaval no se andaba precisamente por las ramas y sabía perfectamente a lo que había venido al hotel. Por mi parte, quise justificar mi falta de ropa y le dije que se acomodase mientras me duchaba. Pero Gilberto, haciendo alarde de una falta de timidez absoluta, me contestó que prefería ducharse él también. Y, ni corto ni perezoso, se quitó todo lo que vestía y me acompañó al cuarto de aseo metiéndose en la bañera conmigo. Yo abrí los grifos, procurando regular la temperatura del agua, y luego, con la ducha en la mano, mojé su cuerpo y el mío para poder enjabonarnos mutuamente después. La espuma del gel nos volvió resbaladiza la piel, y Gilberto comenzó a restregarse contra mí, subiendo y bajando su cuerpo por el mio, provocándome una suavísima sensación de cosquilleo que me puso el pito como una estaca de duro. El del chico también se puso a tono y nos besuqueamos bajo el agua hasta que nos empezó a salir vaho por las orejas. Me hubiese gustado enormemente sujetarlo por su breve cintura, poniendo mis manos en su vientre duro y plano como una plancha, y trincármelo allí mismo, pero ninguno de los dos tuvo la precaución de poner al alcance de la mano un preservativo y tuve que joderme y aguantarme las ganas, ya que ni loco meto la polla a pelo en un culo que no sea el de uno de mis amantes. Noté que al chaval le estaba ocurriendo lo mismo y se moría por que le ocupasen los bajos, pero nada merece el riesgo de un polvo inseguro, sin adoptar la protección oportuna, y le sugerí que saliésemos de la bañera; y quizá más tarde podríamos echar un polvo acuático.

Él me secó el cuerpo a mí y yo a él, y nos dirigimos hacia la cama medio abrazados, sin dejar de sobarnos y darnos algunos muerdos en hombros y cuello. Caímos sobre el lecho, enredando nuestras extremidades, y lo apreté contra mí de tal forma que protestó diciendo que no podía respirar si no aflojaba la presión de mis brazos. Cuando pudo liberarse del cepo que lo aprisionaba, se escurrió hacia abajo y me deleitó con una mamada digna de entrar en el libro de récords, tanto por el grado de intensidad como por el tiempo que duró el chupeteo. Chupaba como un bebe hambriento en cuanto le meten el biberón en la boca. Incluso creo que desde entonces me quedó un poco desgastada. ¡Cómo le gustaba comer polla a la criatura!. Ya me estaba entrando complejo de objeto inerte y opté por subirlo a mi altura, dejándole el culo hacia arriba para probar la dulzura de aquel melocotón abridero que me ofrecía el muchacho mirándome de reojo. Como hubiesen dicho en tiempos de mi abuelo, sus nalguitas eran un auténtico bocado de cardenal. ¡Teta de novicia!. Un exquisito pastel para el paladar más exigente. Tenían la tersura justa y el cálido tacto del satén. Tengo que admitir que estaba un tanto cansado después de una noche de orgía, mas hubiera sido un desperdicio incalificable rechazar semejante manjar equiparable a la ambrosía de los dioses. Lo calcé por detrás, tabicándolo en profundidad, y quedó clavado a la cama como una mariposa con las alas abiertas. El chico se relamía de lujurioso gusto sintiendo mi tranca en su interior y pedía que le diese fuerte. Lo más fuerte que pudiese, me decía. Y apoyándome con las manos sobre el colchón para impulsarme con los brazos, brinqué sobre él, golpeándole la espalda con mi pecho, y machaqué sus nalgas haciendo restallar en ellas mis muslos. Aunque lo dejé bien jodido no le bastó, y repetimos dos veces más antes de la cena, que nos la sirvieron en el pequeño salón que precedía a la alcoba, para concluir con otro, a modo de broche, después de apurar un par de copas mientras charlábamos de cualquier cosa. El que precedió al refrigerio fue en la ducha y ahora sí contó con las necesarias exigencias de seguridad y precaución. !Qué por cierto, resultó el mejor de todos!. Quizá ayudó la húmeda sensación del agua templada cayéndonos por encima de nuestras cabezas y metiéndose por nuestras cavidades dilatadas por el placer. Al bombear en el culo de Gilberto parecía que hubiese agua dentro, y la goma mojada y lubricada se deslizaba rozando más suavemente las paredes del conducto anal del chico. Chingué con él como y cuanto quise y regresé a Madrid extenuado pero contento.

Gonzalo también flipó cuando le conté lo de Gilberto y tuve que darle su dirección para poder contactar con él si iba a Lisboa. A Paco le di la versión descafeinada, como siempre. Al fin y al cabo a él no le interesan para nada estas cosas; y es mucho mejor que sigan sin interesarle, desde luego. Esta criatura no está hecha para que cualquiera la someta a estos esforzados avatares. Paco sólo se entrega a nosotros dos, y lo hace sin límite ni mesura; pero fuera de ahí no quiere que nadie le toque ni un pelo. Puede que influya en él su pasado; sin embargo, creo que desde siempre sintió y deseó lo mismo que ahora. Lo único que necesitaba era una oportunidad para ello, y en cuanto se le presentó supo apreciarla y aferrarse a ella con uñas y dientes. Y también es verdad que si no hubiese amor por medio, tampoco la ocasión le habría servido para realizar ese sueño que le dio la fuerza suficiente como para no mandar esta vida a la mierda cuando cualquier esperanza parecía ya imposible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario