sábado, 20 de febrero de 2010

Capítulo III

Indiscutiblemente somos más putas que Paco. En realidad somos dos putas de tronío y él, por el contrario, se ha ido convirtiendo en un auténtico gran señor. Durante este tiempo se produjo en Paco una considerable transformación, sin que mi madre sea ajena a ella, que a cualquiera que no conozca al chico podría parecerle imposible. Es un de esos casos típicos de película. Para empezar, no sólo se empeñó en continuar los estudios interrumpidos en su adolescencia, sino que quiso también estar a nuestra altura e hizo la carrera de filología hispánica. Cierto que le ayudamos en todo lo posible, pero el mérito no deja de ser exclusivamente suyo. Al tiempo que atendía su trabajo estudiaba con un ahínco como si de ello fuese a depender su vida y consiguió cuanto se propuso. Hace unos años le ayudé a montar en el barrio Salamanca su propia tienda de ropa, tanto de hombre como de mujer, en la que todo es de un gusto exquisito y carísimo. El negocio, que marcha estupendamente, nos deja unos buenos beneficios y actualmente tiene como clientela lo mejor de cada casa. Y la más asidua y ferviente admiradora de aquella monería de tienda es mi madre, naturalmente. Lo malo es que a ella le regala demasiadas cosas; aunque también he de reconocer que nos compensa haciendo comprar modelitos a todas sus amistades. Incluso a su tía Montserrat, la condesa viuda de La Perogrullada, que es hermana de mi difunta abuela y por tanto también catalana hasta la médula como era ella.

La buena señora, que tiene la tira de años pero sigue siendo pizpireta y una redomada coqueta, vino de visita a Madrid y su sobrina Isabelita, como ella le llama, se la llevó de compras y la convenció para que se gastase los duros, que con tanto amor atesora, comprándose mil innecesarias chorradas en la tienda. Salieron de allí felices y cargadas como el camello de un rey mago. Bueno, Manolo; que al final es él quien apanda con los paquetes de la señora y sus acompañantes.

Y la buena de la tía Montserrat no es precisamente demasiado espléndida, al menos con los demás, si tenemos en cuenta las repetidas quejas de su nieto Cosme que siempre anda despotricando sobre ese particular. Bien es verdad que Cosmito es más bien derrochón y todo el dinero que puede pillar le parece poco. Puede que sus padres lo hayan mimado en exceso, pero personalmente creo que sus mayores gastos se refieren al capítulo chulos. Cosme, que es algo más joven que yo, es la típica mariquita de diseño, de muñeca dislocada y que se pirra por los trapos y las monadas, a quien sus amigos, tan locas como él, le llaman la estilográfica por eso de ser una pluma de sangre azul. Y en el fondo a él le encanta el mote porque está deseando llegar a ser el conde de La Perogrullada, no tanto por la cuestión crematística de la herencia como por sentirse toda una verdadera condesa y epatar absolutamente a las plumeras de sus amigas.

Y no es mal chico este primo mío; pero quizás le falte un hervor y aún esté por madurar a pesar de que ya no es ningún niño. Recuerdo que hace años tuvo un novio medio andaluz medio catalán, que estaba buenísimo, al que tuve la oportunidad de catarlo una noche en los lavabos de una discoteca de Barcelona, que a la sazón estaba muy de moda entre la gente guapa y se reunía allí toda una pléyade de sexualidad indefinida. En un descuido de Cosme (más bien un coqueteo de mi primo con otro chulazo que se le cruzo ante sus pestañas) me largué con su novio a los servicios y nos metimos en uno de los retretes, usados mayormente por el personal para meterse rayas. Con la puerta cerrada y creyendo los que inútilmente intentaban abrir que estábamos esnifando como posesos, nos bajamos pantalones y calzoncillos y el precioso charnego, en cuclillas y mostrándome sus muslazos oscurecidos por el vello y su cipote apuntando al techo, me echó la boca a la polla succionándomela hasta que tuve que sacarla violentamente para no inundársela de leche. Lo agarré por los bíceps para levantarlo a la vez que yo me agachaba y le daba la vuelta para comerle el culo. ¡Qué cachas tenía el cabrón!. Y qué ganas tenía de que le trabajasen la retaguardia, porque en cuanto sintió mi lengua se puso loco y abría el culo como si el urólogo le fuese a hacer un tacto rectal. En pocos minutos aquello ya estaba a punto y suavemente me levanté y me coloqué en posición de ataque. Estaba claro que Cosmito no podía darle todo lo que aquel chaval necesitaba, puesto que en cuanto la delicada piel de mi capullo rozo su esfínter reculó en sentido contrario a mi empuje y se clavó vivo en él sin pensárselo dos veces. ¡Joder!. Y se notaba bien que aquel agujero estaba poco usado a tenor de la presión que ejercía sobre mi picha empeñada en invadirle completamente el recto. Media hora más tarde salimos empapados en sudor y con un flipe en la mirada que no me extraña que los visitantes de aquella cloaca diesen por seguro que nos habíamos puesto ciegos de coca. Y nada más lejos de la realidad; aunque la verdad es que a drogas como aquellas poderosas nalgas no me importaría apuntarme todos los días. Porque la verdad es que en manos de Cosme semejantes ancas, hechas no sólo para empujar sino para ser montadas por un avezado jinete, eran un auténtico desperdicio.

Pero volvamos con Paco; que si antes era un muchacho muy guapo y agradable, ahora es un hombre joven, elegante y bellísimo, con una estimable cultura y educación, muy atractivo y moderadamente sofisticado. Yo diría que lo justo para no resultar un esnob. En todo esto, como ya dije, tiene mucho que ver mi querida madre, con quien se lleva a partir un piñón, que ha ido modelando al niño a su imagen y semejanza hasta lograr la versión masculina de su propia persona. Desde luego, de los tres, Gonzalo él y yo, quien mejor da el tipo de aristócrata es Paco. Bueno, Fran; que así es como le llama mi madre y también todo el mundo menos Gonzalito y yo; porque a nosotros nos gusta más seguir llamándole Paco. Al menos en la intimidad y mucho más en el catre a la hora del sexo. ¡No cabe duda que suena más recio y hasta parece que da más morbo follarse a alguien tan divino y que se llame sencillamente Paco!. El caso es que, de un tiempo a esta parte, a todos nos ha entrado la manía de reducir nombres y también a Gonzalo se lo recortamos dejándolo solamente en Gonza, por eso de que resulta más corto y familiar. Y como en realidad es el más crío de los tres, aún siendo algo mayor que Paco, pues eso del diminutivo hasta le queda bien; y a él le gusta, que es lo importante. ¡Qué carajo!. Se ve que se siente todavía más jovencito llamándose así. Después de todo yo también soy Adrián, que al fin y a la postre no deja de ser un diminutivo de Adriano.

Paco, Fran para mi madre y el resto, es la corrección misma en todos los campos. Eficiente en el negocio; elegante, culto y educado en sociedad, y diligente y eficaz en el gobierno de la casa. Y si a eso le añadimos que en la cama tiene la experiencia y el arte de la mejor cortesana, sólo se puede colegir que el muchacho es una perfecta joyita. Mi madre lo exhibe ante sus amistades como si fuese un trofeo y engorda cuatro kilos cuando le preguntan si es su hijo. No sólo por el hecho de que sea tan finolis y guapito, sino también porque la juventud de Paco ayuda a que la gente le quite años a ella misma. Aunque ya no cumpla los sesenta, mi madre continúa siendo elegantísima y mantiene el tipo como nadie, pero como a todo hijo de vecino le encanta que le echen menos años de los que tiene. Por otra parte, Francisquito es un zalamero y le da por el palo todo lo que ella quiere y más; y, naturalmente, mamá no sabe ir de compras, o al teatro, o simplemente a pasearse y tomar algo a eso de las nueve de la noche, sin que la acompañe el más amable de sus yernos. Podría decirse que es el predilecto. También es cierto que el tesón y la fuerza de voluntad de Paco son admirables y mi madre lo adora fundamentalmente por eso y por el amor inmenso que nos tenemos.

A estas alturas ni Gonzalo ni yo podríamos plantearnos la vida sin Paco. Hemos cargado sobre sus hombros toda la responsabilidad de la casa; y en parte también la de nuestras propias vidas en todo aquello que por muy elemental y diario que sea, no es menos necesario e indispensable que el aire que respiramos. Paco está pendiente de nosotros en todo momento y nos cuida como si fuésemos niños de teta. Y como sucede cuando se trata con criaturas, también tiene la más maternal de las paciencias ante nuestras travesuras y correrías con otros niños, que si no son de teta al menos la maman como si lo fuesen. Tampoco hay que exagerar la nota y vaya a dar la impresión de que lo tenemos de esclavo. ¡Ni de coña!. ¡Nada más lejos de la realidad!.

Como ya conté en la primara parte, a poco de estar liados, entendimos los tres que era conveniente vivir con mayor comodidad y tener un piso más grande que el de Rosales. Y, sin pérdida de tiempo, Fran y mi madre se pusieron manos a la obra y localizaron el ya citado ático frente al Retiro. Los alrededores de los Jerónimos es una zona muy agradable para vivir y pasear, pero quizás el piso sea demasiado grande para mi gusto. No puedo negar que es maravilloso, pero no por eso deja de ser enorme. No es que haya sido barato, pero resultó mucho más costoso el acondicionamiento posterior y la decoración. Como también dije, todo ello obra de la señora y el niño, naturalmente. Para cubrir el expediente y fundamentalmente por educación, que para todo son correctísimos, nos consultaban a Gonzalo y a mí, pero lo que se dice caso nos hicieron más bien poco. Más de una vez nos impusimos enérgicamente, pero, sin embargo, puedo afirmar que entre los dos se lo comieron y bebieron a su gusto y antojo. ¡Y la madre del cordero lo caro que resulta eso!. Pero eso sí, la casa quedó preciosa y de un gusto maravilloso. Como se suele decir de revista. Y no le dolieron prendas a la hora de gastar. Y encima tenía que aguantar a mi madre diciéndome cada dos por tres:

"Hijo mío, el dinero es para disfrutarlo. ¿Y no me dirás que no tienes dinero?. ¡Pues sólo faltaría!. Ya sabes que no puedo soportar a los tacaños. Siempre me sacaron de quicio las personas con ese defecto".
"No, mamá. Si no es eso. Pero me da la impresión que os pasáis un pelo tratándose de una simple morada para tres jóvenes solteros". Decía yo por si había suerte.

Pero no la hubo y el pisito es un palacete colocado sobre el tejado de una casa. Si el otro (que aún conservamos y ahora lo utilizamos para los devaneos de Gonzalo y míos) tiene una buena terraza, en éste hay un auténtico jardín con invernadero y todo. Por supuesto, ya apunté que para atender tanta sencillez no tuvimos más cojones que contratar a tres personas de servicio en régimen interno. Un simulacro de mayordomo, que se llama Román y es un centroeuropeo con patillas, enjuto, rubio y de unos cuarenta años, que también flojea de remos un poquito y hasta resulta gracioso de puro soso que es el pobre.

El terceto lo completan dos mujeres. Petra, la doncella, que es una moderna de veinticinco años, simpatiquísima, que quiere que le llamemos Petri, como hace su novio Anselmo. El tal novio es algo corto de entendederas; pero eso sí, ella está encantada con él por sus habilidades con el vergajo que le cuelga entre las piernas. Y, sobre todo, por lo bien que maneja al maromo para lo que le sale del chocho. Como ella dice: "Es bruto pero muy bien mandao, el pobre". Y se queda tan ancha y satisfechísima de la prenda que tiene por novio. Y añade: "Total, siendo trabajador y cumpliendo bien con lo que Dios manda...". Lo último debe referirse precisamente a las virguerías que le hace con el pito el Anselmo. O sea, cumpliendo con el coñito de la nena. Porque en ese sentido a la chica debe tenerla servida como a una reina. ¡Hay que ver como canta el lunes por la mañana después de pasar el fin de semana con él!.

La otra, Charo, es más madura y también soltera, pero sin compromiso, y se encarga de la cocina con bastante éxito. Y para el grueso de la limpieza de toda la casa viene una asistenta desde la mañana hasta media tarde, que apenas habla y se llama Felipa. El resto de sus circunstancias no las tengo demasiado claras y por lo cual me las callo para no meter la pata ni pasarme de listo.

Eso sí, el señorito Fran lidia con todos y los mete en cintura a la mínima que se le desmadren. Para eso se da más "xeito" que mi propia madre (permítaseme aquí introducir una palabra tan típica de mi lengua vernácula como expresiva). Y desde luego la casa no tiene nada que envidiar en orden y pulcritud a la de la señora marquesa; tratamiento con el que le gusta dirigirse a ella el ceremonioso de su mayordomo (el irrepetible Benito que cada vez está más empalagoso) desde que dejó este mundo mi abuelo Humberto. También es cierto que al señorito Fran, perfecto consorte de la baronía de Idem como ninguno de los que hasta la fecha hayan existido, cuando la llama por teléfono, le encanta preguntar:

"Benito. ¿Está en casa la señora marquesa?".

O cuando van a ir de compras, lo que cada vez tiene más crudo ya que dada la buena marcha del negocio no le queda demasiado tiempo para frivolidades de ese tipo, le dice a Manolo:

"Prepare el coche de la señora marquesa y espérenos en el portalón, por favor".

¡Porque las tienen que llevar en coche como dos marquesonas que son!. Bueno, baronesas. Una viuda y otra actual consorte, pero muy marquesonas las dos. ¡No son comodonas que digamos!. A pesar de que Paquito se compró un coche pequeño pero monísimo, la señora y el nene prefieren que les lleve de paseo Manolo. Evidentemente es mucho mejor que te dejen en la misma puerta y que el otro se mate y haga los números que quiera mientras aguarda con el enorme cochazo de mi madre.

¡Muy fino se nos ha vuelto el chiquillo!. ¡Si no mantuviese aún ese culo tan rico que tiene, no sé lo que haría con él!. Eso es broma, porque lo quiero a morir.

Gonzalo, por el contrario, pasa mucho de todas esas bobadas y continúa en la posición de amante. Él prefiere ser el otro. Sigue siendo más infantil y a él lo que le mola es el placer, la diversión; y los juguetes. De niño grande, pero al fin y al cabo juguetes. El último es un bonito dos plazas descapotable, también alemán y de color verde oliva oscuro, muy en contraste con el color verde claro de sus ojos, que yo también lo usufructúo en alguna ocasión para marcarme un estilito por las terrazas de moda en cuanto empieza el buen tiempo. Hombre no es que ya no quede bien dentro de un vehículo así, pero he de reconocer que Gonza lo luce muchísimo más. Ciertamente esos cochecitos tan frívolos son ideales para veinteañeros; y el muchacho, aún con treinta, todavía parece el mismo crío que me ligué una mañana mientras corría en el Parque del Oeste. A modo de trueque yo le dejo el mío. Un dos puertas que es el último grito de la más emblemática industria automovilística europea. El cacharrito le encanta a Gonzalo; y he de confesar que ahora conduce mucho mejor que yo. ¡Ah!. Fiel a mis manías, el trasto sigue siendo azul oscuro como los anteriores. Otro de los caprichos de Gonzalo son las motos. ¡Y para que decir lo morboso que resulta sentado a horcajadas sobre la potente máquina, cuya anchura le obliga a escarrancharse hasta dar la impresión de que el pantalón le va a reventar por la raja del culo!. ¡Me pone cachondísimo ir de paquete amarrado a su cintura y rozando el mondongo contra sus nalgas!. Tanto es así, que nada más llegar a casa normalmente follamos; y a veces ni tan siquiera nos da tiempo de abandonar el garaje. Allí mismo, respirando gasolina y aceite, a ratos sentados y por momentos doblados sobre el sillín de la reluciente burra mecánica, nos lo montamos de auténtico peliculón. Uno al otro nos ofrecemos aquella parte de nuestra anatomía donde debe alojarse un buen rabo después de haberlo comido a placer previamente. Hemos follado de todas las formas posibles, pero como más nos gusta es a horcajadas sobre la moto rozando el enculado su polla en el sillín. La corrida siempre suele ser bestial, pero los prolegómenos anteriores al coito propiamente dicho resultan absolutamente excitantes. El escenario, la situación, el olor a mecánica que nos rodea. Todo influye y el resultado es alucinante. ¡Quizá sea uno de los polvos que más me agrada!.

Desde luego estas cosa sí que se las contamos a Paco sin ningún reparo, ya que también es normal que se ponga salido como una burra en carne y hueso y nos lo volvamos a hacer con él todavía más salvajemente si cabe. Cuando conseguimos que brote en él la libido sabemos de sobra que tenemos polvazo asegurado. Se pone a cien y todo lo que podamos darle es poco. Y si por un casual está desganado y no reacciona como habíamos pensado, entonces lo forzamos entre los dos y antes de que tengamos que violarlo ya se pone caliente como un gato montés en época de apareamiento. Llegado a ese punto, si no le das tralla hasta es capaz de arañarte. ¡Menudo es para esas cosas Paquito!. En la calle es el bello Fran, pero para la jodienda es la más putona del lugar. Y eso es precisamente por lo que nos tiene encandilados perdidos a Gonzalo y a mí. Tanto por lo señor que es, como por lo zorra que se vuelve con el sexo. El olor de nuestras pollas lo provoca y hace que el vicio rezume por todos sus poros. En ocasiones hemos alcanzado tal subidón de lascivia que conseguimos meterle por el culo nuestros dos aparatos juntos para corrernos en su interior al unísono. Luego, una vez que vuelve a cubrir su precioso culito, poniéndose uno de esos bonitos calzoncillos de marca que usa, nadie diría que aquel divino trasero todavía no es virgen. Es como la inalcanzable imagen de un dios colocada en lo más alto de un inaccesible altar. Con la calma recupera la serenidad y la elegancia de su saber estar. Podríamos decir que es políticamente correcto en su expresión más amplia. Por ello no puede extrañar a nadie que tanto Gonzalo como yo continuemos atrapados en las sutiles redes de este chavalito sin que tengamos el menor deseo de liberarnos de su influjo. Repito que aunque seamos más golfos que él y nos lo hagamos con otros, sus artes nos tienen pillados y nos agarra bien fuerte por el ronzal conduciéndonos bien sujetos para que caminemos a su mismo paso. A su modo consigue lo que quiere. Y si se pone terco, apaga y vámonos, porque es mejor dejarlo por un imposible. Hasta que él solito recapacite no hay quien pueda apearle del mulo. A no ser mi querida mamá; que es la única que parece tener bula en cualquier circunstancia. Su amiga Isabel es el privilegiado ser al que siempre escucha y habitualmente hace caso. Quizás sea porque los dos son virgo y se tienen muy estudiados el uno al otro. ¡Qué si se tienen cogida la aguja de marear!. ¡Nos ha jodido mayo con sus flores!. Si llega a ser mujer sería la nuera perfecta para mi madre. Bueno. Y siendo hombre no deja de ser un yerno perfecto, la verdad sea dicha. Yo creo que mi madre está más encantada siendo tal como es, que si fuese la mejor de las nueras.

Ni que decir tiene que cualquiera de mis dos amantes le caen más simpáticos que mi cuñada Merce. No es que no le guste la chica; pero, ya se sabe, entre suegra y nuera se exigen mucho más. Suelen ser más intransigentes la una con la otra; pero, en cualquier caso, se llevan bastante bien, no podría negarlo; y siendo la madre de sus nietos siempre le produce una cierta ternura, que duda cabe. Lo que pasa es que a mi madre le cuesta demostrar sus sentimientos y hay que saber intuirlos, tal y como hace Paco. Que, además, de todos los allegados a la familia es quien tiene mayor relación con ella.

A Gonzalo también lo quiere mucho; y sobre todo aprecia su nobleza y sencillez. Él siempre es trasparente como un cristal recién lavado, y ella es la primera en proclamar que es la mar de agradable y una excelente persona, aparte de estar buenísimo; que eso también lo tiene claro mi madre. Pero Paco, Fran como ella quiere llamarle, es indiscutiblemente su favorito. Da la impresión de que con él recuperase aquel deseado tercer hijo que se malogró en el parto. Y de ser así, ¿qué habría de malo en ello?. Es posible que en cierta forma Paco la consuele de la pérdida de aquel hijo. Y también de la del marido que también falleció casi en el mismo año. Con eso no puede molestar a nadie de mi familia. Mi madre tiene suficiente corazón para querernos a todos sin provocar los celos de ninguno. No hay motivo alguno que impida el cariño que tiene por Paco y Gonzalo. ¡Ninguno absolutamente!. ¡Sólo faltaría!. No podemos olvidar que ella moldeó a su Fran con la mejor intención y según su punto de vista. ¡Y la obra le quedó divina, para qué negarlo!.
Lo que sí quiero dejar claro es que Paco no se ha vuelto afeminado en absoluto, ni tampoco es un estúpido insoportable. No. El chaval nunca fue nada de eso, ni tampoco ahora se ha vuelto un pijo de cuidado. Eso es algo que a mi madre no le haría demasiada gracia, puesto que no nos lo consistió ni a Humberto ni a mí, y menos permitiría que por su causa lo fuese Paco. Sencillamente ella perfeccionó las dotes naturales que él llevaba dentro. Sus gustos solamente se refinaron. El estilo y la elegancia se fueron puliendo; y su belleza de moderna estatua griega, mejor enmarcada cada día que pasa, destaca mucho más. A todo ello se suma la preocupación que desde un principio demostró por la cultura y el afán por aumentar sus conocimientos con los estudios que realizó en estos años. Partiendo de una excelente materia prima y un poco de ayuda, Paco se fue haciendo a sí mismo con un innegable esfuerzo e innumerables sacrificios también. Y su mayor mérito es que, sin olvidar ni su punto de partida ni sus propias limitaciones, que todos las tenemos, sabe perfectamente hasta donde quiere ir y como conseguirlo sin pisar a nadie ni aprovecharse del prójimo.

Siempre fue un hombre de carácter con una voluntad de hierro. Jamás desfallece ni se amilana a la hora de tratar con quienes le rodean, pero jamás ha sido déspota ni mucho menos descortés o maleducado. Todo el que trabaja para él podrá decir que como jefe no es blando, mas nunca que sea desconsiderado o injusto con alguno de ellos. Sabe bien lo dura que puede ser la vida y por eso procura facilitársela en lo posible a todo el que convive y se relaciona con él de una forma u otra. Siempre que se lo merezca, claro. Porque sabiendo bien lo que cuesta ganársela, tampoco está dispuesto a regalar nada a nadie por quien no valga la pena molestarse.

Sé que no soy objetivo al hablar de Paco o Gonzalo, pero, aquí y ahora, os confieso que estoy enamorado hasta el tuétano de estas dos preciosidades. No suelo decírselo demasiado, pero así es. Y aunque sea un incorregible ligón y más ligero de cascos que una gata siamesa, para mí no hay nada en este mundo que valga más que un simple beso de estos dos muchachos.

Y su amor me absuelve de mis culpas y mi amor me redime de todos los pecados que mi debilidad me obliga a cometer (¡Qué frase!. ¡Qué frase!).

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